Deuda privada y endeudamiento público: en sentido contrario
El endeudamiento nunca es agradable aunque hagamos de él nuestra causa de supervivencia financiera. Cuando una empresa afronta un proyecto de expansión y acomete inversiones necesita financiarlas. Siempre es preferible financiar los nuevos activos con más recursos propios que no deuda por más que se esgrima, con justificado fundamento, que el apalancamiento facilita la obtención de mejores rentabilidades financieras; cierto, si todo funciona como tiene que hacerlo. Sin embargo, cuidado si los activos no ofrecen el rendimiento esperado, ya que la larga sombra de la deuda es amenazante. Igual los activos acaban siendo una auténtica calamidad y las deudas se tienen que pagar. Y entonces irrumpen los desequilibrios.
Por su parte, en las familias, la gran deuda es consecuencia de la inversión por antonomasia: la vivienda propia. En España, donde la cultura de un hogar en propiedad es algo consustancial a nuestra idiosincrasia, la elevada deuda de las familias actuó como elemento muy nocivo cuando estalló la crisis. Los últimos años han sido más que ajetreados en cuanto a deudas familiares, embargos, ejecuciones hipotecarias, desahucios y desalojos, familias sin techo, desigualdades… Al final, todo ese sainete de las cláusulas suelo ha representado un terremoto, de mayor o menor intensidad, para las entidades financieras.
Y en las empresas, retomando el hilo de las primeras líneas precedentes, la deuda fue compañera fiel —aunque en determinados casos se acabó transformando en infiel traición— de proyectos inversores en los años de euforia de nuestra economía. Luego vendrían las nefastas consecuencias de aquellos locos endeudamientos que supusieron el ocaso de muchas, demasiadas, empresas y la consiguiente desaparición de millones de puestos de trabajo.
Pongamos letra a esa música. En 2008 España contaba con 3.422.239 empresas y en 2016 con 3.236.582 si bien, en 2014, el número de empresas cayó a 3.119.310. Nuestro tejido empresarial cristaliza en pequeñas y medianas empresas de las actuales 3.236.582 existentes en España, solo 64.381 cuentan con 20 o más asalariados mientras que 1.791.909 empresas son autónomos al no tener asalariados.
Antes de la crisis
En los años gloriosos de nuestra economía, las cosas tiraban formidablemente bien con una evolución del crédito bancario al sector privado que iba in crescendo al punto que en 2008 alcanzó la suma de 1.869.882 millones de euros —apuntando hacia los dos billones—. En aquel mismo año, 2008, la financiación bancaria de actividades productivas sumaba 1.018.048 millones de euros —más de un billón—. Y la deuda de nuestras empresas en 2008 se situaba en 1.261.105 millones de euros.
Crecía nuestro producto interior bruto pero también lo hacía el endeudamiento. Se invertía con demasiado apoyo en la financiación bancaria y pocos recursos propios. Los riesgos que consciente o inconscientemente se asumían por parte de unos, empresas, y de otros, banca, se multiplicaban. Acabó pasando lo que pasó.
Nuestras familias, con aquella permanente ilusión de comprar el piso de nuestras vidas y hacer realidad ese sueño que todo españolito lleva dentro, se endeudaron de manera que en 2008 la deuda de nuestros hogares era de 912.816 millones de euros —cercana al billón de euros, pues—.
Y vino todo lo que vino que, por el momento, se ha convertido en una lección muy positiva para saber actuar en este presente y cara al futuro. Hoy, al cerrar 2016, nuestras familias deben solo 713.005 millones de euros, nuestras empresas 915.743 millones, el crédito bancario al sector se ha contraído a 1.277.796 —a 30 de septiembre de 2016— y la financiación bancaria de actividades productivas, es decir, directamente aplicable a empresas, se ha constreñido a 604.274 millones de euros —también a 30 de septiembre de 2016—.
En resumen, el sector privado, esto es, empresas no financieras y familias, han reducido su deuda entre 2008 y 2016 en 545.173 millones de euros. A todo eso, ¿qué diantre ha sucedido con el endeudamiento público en España? Hay dos maneras de verlo. La primera, atendiendo a la deuda pública que computa según la metodología del protocolo de déficit excesivo a los efectos de Bruselas y de los requisitos establecidos para la convergencia financiera europea, que viene a ser como una entelequia para maquillar la deuda real. La segunda perspectiva, contemplando el montante total de los pasivos en circulación de nuestras Administraciones Públicas donde se refleja la deuda total real que hay que pagar por parte del Reino de España.
Chequeo económico
Al bajarse el telón de 2008, España debía 439.771 millones de euros y al despedir 2016, 1.105.627 millones. Nuestra deuda pública, bajo ese prisma, se ha incrementado en 665.856 millones de euros. Por consiguiente, Papá Estado ha hecho justo lo contrario que nuestras familias y empresas. Si el raciocinio ha imperado en el sector privado disminuyendo sus pasivos en casi 550.000 millones de euros, la falta de cordura se ha impuesto en nuestras cuentas públicas multiplicando de forma alarmante nuestra deuda.
Para rematar estas líneas veamos qué ha pasado con la deuda total real del Reino de España, los pasivos en circulación de la totalidad de nuestras Administraciones Públicas. En 2008, esos pasivos ascendían a 595.164 millones de euros. A 30 de noviembre de 2016, sumaban más de 1,5 billones de euros. Si la deuda pública, según la metodología del protocolo de déficit excesivo, representa el 98,98% del producto interior bruto de España en 2016 —1.117.021 millones de euros según estimaciones provisionales— los pasivos en circulación, la deuda real, suponen el 139,79%. El panorama es algo complicado.
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