Opinión

El compromiso electoral… para la mayoría absoluta

Pedro Sánchez ha vuelto a dejar otra joya para los politólogos. Y que nadie piense que lo digo con ironía. De hecho, el otro día en un taxi escuché una ráfaga de Federico Jiménez Losantos que proclamaba que «la ironía no es buena ni para la radio ni para la política». La penúltima reflexión conceptual del de Tetuán consiste en asimilar el cumplimiento de las promesas electorales a la obtención de una mayoría absoluta. Si no se alcanza como es el caso, y muy probablemente ya sea algo quimérico en el tablero político español, lo que se promete en la campaña electoral es papel mojado. Sánchez, en su enésimo cambio de criterio, que no mentira, pues ya se sabe que esa es otra de sus genialidades de su laboratorio de ideas, ahora anda entusiasmado con la amnistía. Era inconstitucional en su momento y, de hecho, lo sigue siendo, además de inmoral, atentatoria contra el principio democrático y de división de poderes, la igualdad de las personas y territorios, reaccionaria… Pero ya da igual, que es necesaria para gobernar. ¡Ah! Otra perla, está ya un poco manida, el fin justifica los medios.

Como estaba contextualizada en un compromiso electoral y no se alcanzó la mayoría suficiente sin tener que pactar, aquí están con las manos vacías los que depositaron su voto sobre ese compromiso. En realidad, casi todo da igual en ese mainstream en el que se ha convertido la trayectoria política de Pedro Sánchez. Con notable habilidad dialéctica, va deslizándose en ese permanente viaje a alguna parte que sólo conoce él. Como ya hemos apuntado en muchas ocasiones, la auténtica doctrina política de Sánchez no es el «manual de resistencia», sino uno de rugby que se titule algo así como «patada adelante y a seguir». La única diferencia respecto a los que compiten con el balón ovalado es que en la ideología política del actual presidente en funciones no hay eso que llaman «el tercer tiempo». Ese en el que después de haberse fajado de lo lindo, los jugadores quedan con toda camaradería para tomarse unas cervezas.

Lamentablemente, entre los muchos méritos de este gobernante no están la empatía ni los buenos modales. Esos que desde luego no existen para la mayoría de sus compadres de investidura. Parece que ser nacionalista, republicano o lo que a cada uno le parezca, justifica la mala educación al despreciar al Jefe del Estado en su momento, o no presentarse al juramento de la Constitución por la princesa Leonor. Para esto no hace falta mayoría parlamentaria, sino algo de decoro y categoría institucional. Aunque a nadie extrañe que en una hipotética nueva contienda electoral, si fuese necesario y virtuoso, Sánchez se declare monárquico recalcitrante «por convicción política y personal». A ver si con eso llega a la mayoría absoluta.