Chat, hazme el discurso del Rey
Unidad, esperanza, futuro, ¿quién podría criticar el yogur natural, el jamón de York, el agua del tiempo?
En casa (de mis padres, ambos republicanos en esencia pero no en este momento), el ritual del 24 de diciembre empieza así: mesa puesta, viandas y velas que muchos miramos con deseo, gula y ¿nostalgia? Papá, de corbata, silencio reverencial, mamá tacón, labios rojos. Hermanos, cuñados, sobrinos en calma y el discurso del Rey con respeto litúrgico, de pensamiento mágico.
Ni un brindis, ni una satisfacción física o biológica antes de que su majestad termine. Es como un acto de purificación previa a la cena, como un pasillo oscuro sin cuyo tránsito nunca podríamos llegar hasta la Nochebuena juntos: el alma limpia antes de la comida que no solo de pan vive el hombre, ni la mujer.
Me impaciento, podría robar algún bocado de la mesa (si no tuviera mi madre esos dos ojos en la espalda), encender dos cigarros y fumármelos… Sacar un par de fotos de la escena, observar a mis hijos, ladear la cabeza, servir agua a mis perros, observarme a mí misma, a través de los años, en un espejo de la sala, el colorete… Nunca llego hasta el final (de su discurso); porque es imposible, lo siento. Como lamer un kilo de piruletas, como beberse un litro de vino blanco sin alcohol.
No voy a criticarlo, me caen bien los reyes, comprendo su función y su conducta ¿y quién no lo hace? Pero, sobre todo, ¿se puede criticar la nada? ¿Quién critica el pan de molde sin corteza, el queso de untar o una tortilla francesa?
Ni feo que espante ni bonito que encante (esto podría decirlo una venezolana de su nuevo novio). No ofende, no deslumbra, ¿era necesario? A veces fantaseo con una Nochebuena donde descongelaran a Carlos III de Habsburgo o a Felipe II y les pusieran a hablar en prime time o que flanquearan (verduzcos), ambos hombros de nuestro perfecto monarca, Felipe VI, y su discurso perfecto, para no molestar a nadie, insondable vacío. Consenso. Compromiso. Reconciliación.
Fantaseo con que su majestad, por un año, decidiera soltarse, transgredir. «Queridos compatriotas, el país está regular y no es por los políticos: ¡es por ustedes, que no recogen los excrementos de sus perros, no tienen sentido del humor y ponen WhatsApps a las dos de la mañana; y se indignan, y se ufanan y son asquerosamente gregarios, obtusos y cobardes!». ¡Eso sí que sería un discurso digno de ver y escuchar! Pero no, en su lugar tenemos «la unidad de España», «la concordia entre los ciudadanos», «los avances en sostenibilidad».
No estoy diciendo que el Rey deba convertirse en un imitador de Milei anarco-monárquico, pero… Miren… La Reina de las reinas Isabel II, con su flema británica, dijo en un discurso (en 1977) algo como: «No ha sido un annus horribilis, pero no se puede decir que haya sido un picnic». Incluso Carlos III, su hijo, habría soltado en una charla: «No sé si seré un buen Rey, pero al menos soy bueno en jardinería». Y no será humor, pero sí humanidad. ¿Escucharon el discurso de Nochebuena del rey de Inglaterra? Muchísimo mejor, fresco, personal y algo importantísimo, breve, 9 minutos, frente a los 15 del nuestro.
Los asesores reales, puede que simplemente sean malos, parecen vivir aterrorizados. Inteligencia artificial nivel básico: correcto, moderado, y tan previsible que podríamos jugar al bingo (tan de la Nochebuena clasemediera española) con sus frases. Concordia. Progreso. Diálogo.
El año que viene repetiremos, en el mejor de los casos. Mi padre seguirá en pie, con su chaqueta, erguido y atento a la nada solemne. Yo esperaré escribiendo esta columna.