Charla en Zarzuela antes de la ‘investiblanda’
– Pero como usted sabe Pedro, todos esos partidos con los que cuenta para ser investido no han querido atender mis consultas y, obviamente, no me han comunicado su intención de apoyarle.
– Señor, nosotros tenemos fundada confianza en que lo hagan, aunque no quieran participar en estas reuniones.
– No entro en criticar esa decisión, pero los motivos y consecuencias de este, llamemos…, desafecto institucional se traslucen también en las graves exigencias que públicamente plantean para dar apoyo a su investidura. Sin entrar en una valoración más explícita de las mismas, no puedo dejarle de decir a usted cuánto me incomodan.
– No hay que olvidar que estamos ante el habitual juego político y que muchas veces son exigencias, digamos que, un poco para la galería. Pesa mucho la presión de sus apoyos más radicales y no se olvide que en el año próximo hay elecciones en el País Vasco y después en Cataluña…
– Pero algunos de los partidos que plantean esas exigencias ya han sido capaces de pasar de las simples amenazas y anuncian su voluntad de repetir el desafío. Justo hoy, hace seis años, usted y yo nos juntamos al resto de los poderes del Estado para responder a un ataque real de algunas de esas fuerzas políticas y de algunos de sus líderes.
– Ciertas concesiones a esos líderes terminarán de modificar el escenario propiciatorio que existía, pero pasar página de aquello no significa que se permita que vuelva a repetirse. Lo que quiero decirle es que esas exigencias de máximos que pudieran ser inconstitucionales no son reales; ni ellos aspiran en verdad a que se produzcan, ni yo y mi Gobierno lo permitiríamos nunca.
– Vamos, que usted cree que se trata de esa ensoñación de la que hablaba la sentencia del Supremo y que directamente están engañando a su electorado; o ellos están fingiendo o usted está… equivocado. Pero, en cualquier caso, tengan cuidado: si se alimentan unas aspiraciones, después puede ser muy difícil y peligroso impedir que se luche por alcanzarlas.
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Es una amoralidad hacer lo contrario de lo que se dice que se va a hacer, pero quizás no existe engaño si el sujeto pasivo mismo se sabe engañado. Pedro Sánchez sabe bien que será imposible colar las exigencias máximas de Puigdemont, incluso las de ERC, pero tiene que permitirles aparentar que están consiguiendo algo. Algo más elevado y desinteresado que el particularísimo alivio penal que se les proporcionará.
Podría parecer que Sánchez está en sus manos, pero es justo lo contrario. Sánchez siempre tiene la posibilidad de envolverse en el patriotismo e ir a nuevas elecciones (y no es nada improbable que pudiera ganarlas), pero para el resto de socios del sanchismo, desde Sumar y el tándem ERC-Bildu al recién incorporado Puigdemont, el Frankenstein 3 es su clavo ardiendo. La creciente recuperación del bipartidismo continuaría jibarizándolos y saben que será imposible que se repita una aritmética que les permita tener la capacidad de influencia que tienen ahora.
Por eso, aunque aparenten que están doblando el espinazo al Estado español, van a perder en esta variante del juego de la gallina y no les quedará otro remedio que dar un volantazo y conformarse con las promesas del presidente en funciones, lo que es tanto como reconocerse a ellos mismos que van a ser engañados. La dureza y la intransigencia en las condiciones previas será puro fingimiento. En realidad, la ausencia de firmas y compromisos formales nos encamina a una sesión de investiblanda; una sesión en la que se intuye que se hablará poco para limitar el ejercicio de cinismo. Sánchez será reelegido presidente a cambio del injusto reparto del dinero de los españoles y de dejarles presumir de cosas que no les va a dar, más allá de las ilegales ventajas personalísimas (prohibido llamarlas amnistía) que el parlamento apruebe y que sus piezas en el TC bendigan.
Mientras tanto, él tendrá que oír durísimos calificativos de la oposición, de los medios no afines y de la gran mayoría de la sociedad; calificativos que no serán insultos porque se corresponden con su verdadera condición (no es un insulto llamar mentiroso a quién miente e indigno a quien no tiene dignidad). Pero ya lo vimos en las fallidas sesiones de investidura de la semana pasada: no es fácil abochornar a esta especie de moái al que las justificadas críticas le afectan tanto como a las cuadrilongas estatuas de Rapa Nui a las que se asemeja.
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