Campus políticos

Campus políticos

Cuando llega el verano, los partidos políticos necesitan una excusa para seguir trabajando, aunque disminuyan las tareas encomendadas a su jornal. Vivimos en un momento social que hasta las vacaciones están mal vistas y se genera un debate sobre el renuncio voluntario a ellas por parte de una presidenta de Comunidad. Por ello, y para evitar el sopor postemporada, se inventaron las escuelas de verano políticas, acontecimiento obligado en el calendario estival de cada año que sigue la tradición marcada por las universidades y centros académicos, que nos dan una excusa para seguir hablando de lo que sabemos o vender la moto a quien podemos. Ocurre que, últimamente, los partidos publicitan tanto las unis de verano que hasta sus carteles parecen una copia —mala— del Sonorama o el FIB. Sólo nos falta ver grupies de las nuevas generaciones acudiendo como hacen a Benicassim, repletos de litronas y mochilas petadas de desfase. Sus señorías bajan la exigencia de etiqueta, porque saben que se van a rodear de amigos y jóvenes con ganas de foto. Así que se quitan la corbata para parecer más cool, más indie… Y ahí los tenemos, reunidos durante dos o tres días en hoteles o casas de campo al fresco, con pantalones de pinzas y camisas de verano, desfilando con sonrisas playeras en el Pachá de pretemporada.

Un conocido líder político, ya retirado, me dijo en una ocasión, cuando le pregunté si iba a acudir al campus de verano de su partido, que estos encuentros “son la excusa que tenemos los políticos para decir, sin traje, las mismas gilipolleces que decimos el resto del año con él”. Y esto me lo comentó cuando en España sólo conocíamos bipartidismo. Mi colega Antoni Gutiérrez-Rubí, siempre en la vanguardia política y comunicativa, escribió en El País un pertinente artículo sobre el tema, con recomendaciones a los partidos para mejorar sus escuelas de verano y no convertirlas en cosificadas fábricas de yesman, donde unos y otros se dan la razón y recopilan lo mucho y bueno que han hecho durante el curso. Me permito aportar algunas consideraciones añadidas a las que subraya Antoni con buen tino.

  1. Menos nombres propios y más debate plural. Un campus no es una ejecutiva, sino un lugar para reflexionar sobre ideas, estrategias, pasado, presente y futuro del partido o movimiento. Sería por ello interesante tener menos caras propias y más rostros ajenos, que puedan incluso discrepar de la formación política que le invita. Ello enriquecería el propio campus y lo dotaría de la pluralidad necesaria para no ser visto como un laboratorio endogámico de egos.
  2. Del mitin a la conversación. A las mesas redondas de antaño ahora se le suman escenarios con taburetes altos en los que se juntan cuatro o cinco miembros del partido a hablar de un tema sectorial de su competencia. Qué hacen, cómo lo hacen, por qué lo hacen, y para quienes lo hacen. Está bien. Pero se necesita más interacción con los que están ahí, generalmente militantes o miembros del partido, y los que están fuera. Ahora, Periscope, YouTube, podcats y demás herramientas de conversación facilitan el retorno de lo que se cuenta extramuros.
  3. La autocrítica antes que el eslogan. Los formatos deben pensarse para ahondar en procedimientos de mejora interna y de comunicación y escucha con los clientes, esto es, los ciudadanos. Abrir las escuelas a los no militantes y simpatizantes, como hacen las universidades, contribuiría a mejorar la transparencia de las formaciones. En algunos estados americanos, ya se realiza esta práctica. Y canalizarse todo a través de la Fundación o de los think tanks que promuevan o apoyen a dicha formación política.
  4. Conclusiones académicas y sociales. Con las diferentes plataformas actuales, transmitir un mensaje multicanal es más sencillo que nunca. Elaborar un informe, cuaderno, libreto o vademécum que sirva de guía para la siguiente edición. Abrir las fronteras de lo que ahí se cuenta. Dotarlo de músculo ideológico, aunque también se hable de otras inquietudes sociales. Conectar con la actualidad sin dejar la historia en el pasado. En definitiva, un espacio de pensamiento, debate, discusión, mensaje, y también, de construcción de identidades comunes.

 

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