Opinión

‘Calamity’ González Laya

En EEUU son muy dados a los rankings de todo tipo. De los individuos más ricos a los personajes más influyentes. De los mejores presidentes a los peores, o de los mejores secretarios de Estado a los más execrables. En España no ha habido gran interés en importar esta clase de iniciativas porque más de uno, sobre todo entre los que sobreviven, no tendrá interés en salir achicharrado en la foto. Pero sugiero desde estas líneas que si tuviéramos que hacer un repaso a los más significativos ministros de Exteriores que nuestro país ha tenido en los casi 45 años de democracia, la actual responsable de la cartera, Arancha González Laya, es bien merecedora de situarse en la cola del ranking porque nunca nadie había contribuido tanto a socavar la imagen de España en el exterior.

En el año que lleva en el cargo ha ido coleccionando traspiés, uno detrás de otro. El último ha sido el de la negociación de Gibraltar tras el Brexit. Cuando quienes más tenían que perder eran los “llanitos” por el riesgo contraído de quedarse verdaderamente aislados de todo, llega ‘Calamity’ (sobrenombre que circula en los mentideros diplomáticos para la ministra) y les regala un balón de oxígeno para unas cuantas décadas sin contraprestación alguna. Ella y el Gobierno lo venden como un gran logro. Dicen algunos que España actuó influida por Bruselas. Otros dicen que por las presiones de los alcaldes de la zona del Campo de Gibraltar.

La integridad territorial, la unidad nacional, son innegociables y están por encima de todo. El principal objetivo de la política exterior española es avanzar hacia la recuperación de la soberanía española sobre el Peñón. A esta hora Fabián Picardo y Boris Johnson deben estar aún aplaudiendo con sus diademas navideñas tras el logro conseguido: Reino Unido gana una colonia dentro del espacio Schengen y en el mercado único, lo que convierte a la Roca no sólo en paraíso fiscal sino en un enclave por donde puedan circular las mercancías hacia el suelo británico sin control alguno. Y a ello hay que añadir que España no será interlocutora ante Bruselas de Gibraltar. Ya se encargarán los gibraltareños de que eso sea así.

El Gobierno ha abandonado cualquier pretensión sobre la recuperación de la soberanía, ni siquiera sobre la soberanía compartida para pasar a hablar de zona de prosperidad compartida, una denominación carente de todo significado porque como poco va a servir para que la verja permanezca abierta otras décadas más.

La política exterior española sigue aquejada del mismo mal que el gran diplomático y pensador Ángel Ganivet describió a finales del siglo XIX: la abulia. Se ha visto con Gibraltar ahora, como se vio hace un mes en la cuestión del Sáhara Occidental. Mientras el rey marroquí Mohammed VI estaba encantado de posponer la reunión con Pedro Sánchez con la excusa del coronavirus, según el Gobierno español, le faltó tiempo para verse con israelíes y estadounidenses y firmar su acuerdo de amistad en la misma semana. Ahora dicen que la próxima pretensión de los marroquíes es llevarse la base de Rota a suelo africano.

Y todo ello ocurre ante los ojos de una ministra de Exteriores que se encontraba en Israel el mismo día que dicho país era reconocido por nuestro vecino del Sur. La misma González Laya que fue puesta en ridículo a finales de julio por su colega turco por ir de “bienqueda” al hablar de Santa Sofía, país este último que también se quedó con los respiradores dirigidos a nuestros enfermos de Covid sin que Exteriores resolviera nada. La misma ministra que montó un lío en verano al anunciar una cuarentena especial para los británicos en España y contribuyó con sus mensajes y su nula diplomacia a hundir la campaña del sector español. Sin olvidar tampoco el abandono de los camioneros españoles en Dover estas Navidades; la tardía llegada de materiales de equipos de protección desde el exterior a España durante la primera ola de la pandemia; la compra de los test chinos falsos; la ausencia de diplomacia económica demostrada con la huida de Nissan de Barcelona cuando meses antes el Gobierno había prometido lo contrario; la incapacidad de promocionar a puestos internacionales a Nadia Calviño, Pedro Duque y a ella misma; o, por último, haber batido el récord de llamadas sin contestación al presidente electo en EEUU, Joe Biden. Nunca un nuevo presidente estadounidense ignoró tanto a su homólogo español. Pedro Sánchez tiene el dudoso honor de no estar entre el medio centenar de líderes internacionales que ya han hablado con Biden. A punto de cumplirse el primer aniversario del Gobierno de coalición socialcomunista, la ministra de Exteriores es, según el CIS, uno de los miembros del Gobierno peor valorados por los españoles. Frente al ‘Spain is back’ suyo de hace meses, lamentablemente seguimos más ‘out’ que nunca.