Opinión

‘Bulaños’ y el macarra

En la década de los años 50, concretamente entre 1950 y 1957, el senador estadounidense Joseph McCarthy, impulsó, con gran repercusión mediática, un proceso político irregular contra todo aquel que consideraba sospechoso de atacar al gobierno de la nación, sea por su filiación comunista o de izquierdas o por mera oposición al poder, fuese cual fuese su apego ideológico. Denuncias, delaciones, listas de sospechosos e interrogatorios se sucedieron por todo el país, dando lugar a una caza de brujas conocida como macartismo y que Arthur Miller llevó de manera genial a la novela (Las brujas de Salem) como Jack Roach al cine, cuando retrató la vida de ese gran perseguido llamado Dalton Trumbo, que sólo por haber escrito el guion de Espartaco ya merecía escapar de cualquier tribunal inquisitorio.

En España, como somos muy yanquis para imitar hasta lo que no conviene, adoptamos hasta la censura, pero en cutre, con su cuota de ridículo y propaganda bananera apta para parroquianos de secta y partido, de socialismo y progresía o de cirio y cadenas. Del macartismo de los años cincuenta en América pasamos al macarrismo de la nueva era en la España sanchista. Como aquel célebre senador, Sánchez y sus inválidos (léase, incompetentes) validos empiezan a elaborar listas de medios de comunicación, políticos y personalidades cuyo único crimen es criticar y cuestionar al gobierno por sus fechorías y felonías, tan constantes como infames, pero que al señor de Moncloa y a su palmerismo ferviente incomodan, pues la democracia son ellos y sus circunstancias. Todo lo que no sea complacer al líder de la secta es un peligroso ultraderechista y debe ser delatado y silenciado. Ya tienen a sus comisarios políticos en las tertulias, señalando y repitiendo el argumentario que el régimen les facilita. ¡Ein volk, ein Reich, ein Führer!

Entre la mesnada complaciente y servil, sobresalen dos tipos de impronta peculiar. Felix Bulaños es el McCarthy de nuestro tiempo, un tipo insignificante por sí solo, peligroso por cuanto ejerce de sumiso recadero del déspota, correveidile de quien le pone el plato del escaño a cambio de reproducir lo que la mente del dictador diseña. Su función es la de crear y ejecutar los bulos y mentiras que los legionarios de Moncloa y Ferraz diseminan después con desvergüenza y tronío. Como contra la verdad no hay medias tintas ni complejo que valga, Bulaños, que miente como nadie, crea para demostrarlo, y por orden del jefe, tribunales contra la mentira ajena, o sea, contra la verdad incómoda. Lo último fue decir que la ONU y la Comisión de Venecia habían concluido que las nuevas leyes sobre la memoria histórica de PP y Vox atentan contra los derechos humanos. Ni fue la ONU, ni los relatores especiales, vinculados a organizaciones de extrema izquierda mencionaron eso ni tampoco hubo condena ni crítica internacional a lo que exige concordia y no su manipulación de rigor.

No pasa nada. El socialismo autócrata que gobierna España puede insultar, esparcir el fango de la mentira, atacar a rivales políticos, censurar a medios y periodistas, reescribir a su antojo la Historia y ejercer el victimismo de compasión plañidera cuanto quiera. Pero como al adversario se le ocurra defenderse, actúa la Stasi política, mediática y cultureta, y la democracia está en peligro. No hay un sólo derecho que no tuviéramos ya los españoles que se haya perdido bajo los gobiernos autonómicos de PP y VOX. Podría enumerar unos cuantos respecto a los que la izquierda ha eliminado en este país, empezando por la presunción de inocencia y la igualdad ante la ley. Y aquí es donde sobresale el segundo valido de Pedro, instaurador oficial del macarrismo, un tipo que se entiende mejor con los peces de hielo en un whisky on the rock en tugurios donde la política es una canción de Chenoa.

Óscar Puente fue un niño bien de Valladolid al que durante años le pasó en su jorobada conciencia el hecho de formar parte de la jet set pucelana, recibir clases privadas de piano y llevar una vida de adolescente pijo con camisa de Ralph Lauren y jersey de Tommy Hilfiger anudado a su cuello. Ya de mayor, decidió llevar la chepa con orgullo y el insulto por bandera, también sabe cómo nadie alterar al personal con un simple bloqueo, algo frecuente en quien vomita en la decencia cada vez que dobla genuflexo la cerviz al puto amo con cada chasquido de dedos. Es insólito en un país normal ver a un cargo público disfrutar de su condición de macarra de after y matón de discopub. Tener de ministro de compañía a un señorito deslenguado no es la mejor manera de luchar contra la desinformación, los bulos y el fango. Salvo que el fango lo dirija un macarra de provincias y la desinformación un tipo apellidado Bulaños, al que seguro gusta que le llamen Félix McCarthy.