Bochornosa y sectaria utilización de Zelenski

Bochornosa y sectaria utilización de Zelenski
Bochornosa y sectaria utilización de Zelenski

No es de creer que el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, con todas las bombas que están cayendo en su país procedentes del asesino Putin, tenga tiempo y dedicación para escudriñar en la historia de cada Nación que recorre un episodio similar al genocidio que está sufriendo el pueblo que él gobierna. Según indica un diplomático que sabe cómo se las gastan los llamados “fontaneros de La Moncloa” (los de ahora y los que les han precedido) es el país receptor del mensaje del visitante -en este caso  telemático- el que suministra algún argumento para homologar las matanzas ucranianas (este es el caso que nos ocupa) con algunas otras que haya padecido el Estado en cuestión. Por ejemplo, el martes, España. Nada que reprochar a Zelenski, presidente de un país mártir. En este sentido no hay que volcar sobre él la responsabilidad de haber elegido la masacre de Guernica para sensibilizar a nuestros parlamentarios, y desde luego a todos los españoles, del horror que está sufriendo Ucrania. Aunque fuera verdad, que no lo es, que fue el propio mandatario Zelenski el que escogió Guernica para compararlo con los viles asesinatos de civiles en Bucha, no habría que reprocharle nada a nuestro denunciante, bastante tiene él con derrotar al canalla ruso (soviético más bien) para cometer un pecado como éste.

Por tanto y como indican los que saben de cómo se preparan este tipo de producciones (entre ellos el diplomático citado) la comparación Guernica-Ucrania resaltada por Zelenski tiene la autoría en las cavernas del Gobierno de Sánchez. Los historiadores más imparciales han llegado hace tiempo a este convencimiento: la Guerra Civil española fue un estallido de barbarie del que no se libraron ninguno de los dos bandos. ¿Por qué entonces Guernica?. Pues por varias explicaciones: la primera porque forma parte de esa sectaria memoria histórica que nos dejó en legado el inútil Zapatero; la segunda, porque a Sánchez le ha convenido ofrecer un gesto extranjero a sus socios eventuales del PNV, siempre tan sensibles a los acontecimientos luctuosos de su historia; la tercera, porque el todavía jefe de nuestro Gobierno sabía de antemano que las protestas por esta bochornosa utilización no pasarían a mayores porque, como he escrito líneas arriba, ¿quién es capaz de colocar un solo pero a la intervención dolorida del mártir Zelenski en nuestro Parlamento?. Nadie se atrevería a eso.

Ahora bien, nuestra condescendencia con él no alcanza a Sánchez, ni a todo el equipo parlamentario y político que prepararon el acto de la Carrera de San Jerónimo. Todos los medios informativos del mundo, salvo los que maman de la ubre tóxica del criminal Putin, vienen recogiendo desde hace semanas las intervenciones del presidente ucraniano en Europa y en todo el hemisferio occidental. La de España seguro que no ha sido una excepción, por eso ha sido tan meticulosamente articulada por el individuo que aún nos gobierna. Claro que el bombardeo de Guernica es uno de los trances de aquel horror bélico muy difícil de olvidar. Picasso lo inmortalizó a su estilo en un cuadro monumental pintado en un piso de Paris pagado por sus amigos comunistas. Sobre las cifras de aquella matanza no hay, tantos años después, una sola verdad irrefutable: los muertos varían desde una cantidad muy limitada, no más allá de la cincuentena, a los trescientos que han presentado los cronistas más afines al republicanismo leninista. Guernica fue una atroz salvajada cometida por dos aviaciones, la nazi alemana y la fascista italiana, que, además, la propaganda de Franco contribuyó a engordar con la absurda y mentecata mentira de atribuir a la fuerza aérea “roja” la responsabilidad de la carnicería.

Está bien el recuerdo pero en la amplia panoplia de bestialidades perpetradas por “rojos” y “nacionales”, ¿dónde quedan  las degollinas de Paracuellos o la la “razzia” de los pilotos republicanos sobre la cordobesa Cabra? Quizá la egabrense Carmen Calvo podría aportar las rememoranzas de su familia que, como habitante de aquella villa, padeció un espantoso y persistente fuego graneado sobre sus calles. No menos de ciento veinte personas, ninguna militar, murieron en aquel trágico suceso. De Guernica, dibujado y retratado se sigue hablando mucho tiempo después, de Cabra, nada de nada. Carmen Calvo, autora en comandita con Sánchez, de la repulsiva Memoria Histórica, democrática la llaman ellos, no ha tenido a bien en toda su campaña de reseñar el cúmulo de horrores habido en las dos partes. Ni siquiera acordarse de su pueblo natal.

Ni de ese ni, mucho menos, de la tragedia humanicida protagonizada por los comunistas de la Junta de Defensa de Madrid, desde Miaja hasta Carrillo, director general a la sazón de Orden Público. Sobre Paracuellos se han investigado cientos de circunstancias, también en este caso ha habido acémilas, componedores, que han querido transmitir a la Historia su embustera versión de un tipo de ejecuciones muy difíciles de adjudicar. Pero eso es literalmente mentira: en Paracuellos los asesinos sindicalistas de Miaja y Carrillo mataron a no menos de dos mil quinientos inocentes, y puede ser que la cifra se quede corta. Un noruego, encargado de Negocios entonces de la Embajada de Oslo, Félix Schlayer, nos ha dejado escrito su testimonio en un libro: “Un diplomático en el Madrid rojo” con cuya lectura seguro que el valiente Zelenski se hubiera quedado ciertamente impresionado; es más, si lo hubiera conocido seguro que lo habría introducido en su intervención en nuestras Cortes Generales.

Pero no ha sido posible. Nada -repito- que reprochar al hombre que está manteniendo la moral de sus conciudadanos en toda la Ucrania atormentada por el miserable comunista Putin. La culpabilidad, como suena, de la discriminación que realizó Zelenski escogiendo sólo una parte de nuestro drama civil, se debe con certeza a las infiltraciones tóxicas de Sánchez y su ralea. Estos sujetos no dan nunca puntada sin hilo. Ahora, además de aprovecharse de la invasión rusa para esconder sus miserias gubernamentales, la ruina económica entre ellas, se han aprovechado del orador itinerante para dividir de nuevo a los españoles en dos facciones irreconciliables: los buenos, ellos, y los malos, los demás. Un bochorno repulsivo que tiene que ser denunciado. Aquí lo hemos hecho.

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