Begoña Gómez: la mujer de César
La mujer de Pedro Sánchez se dedica profesionalmente a enseñar a captar los fondos públicos que reparte su marido, o sea, nuestro dinero. Ese que tanto esfuerzo nos cuesta a los demás ganar y que con tanta insolencia nos sacan del bolsillo vía impuestos, tasas y cotizaciones con las que el Estado dirigido por el esposo de Begoña Gómez se lleva más de la mitad de lo que producimos quienes no vivimos del trabajo de los demás. «Dad, pues, a César lo que es del César», dice la enseñanza cristiana, sin pensar que más de XX siglos después iba a aparecer una mujer del César dispuesta a forrarse a costa de tan correcto consejo del que, malévolamente, se ha hurtado su conclusión que no era otra que «y dad a Dios lo que es de Dios».
A diferencia de Estados Unidos y Francia, países que han legislado acerca del papel público que debe desempeñar su primera dama, en España la esposa del presidente del Gobierno no tiene ninguna función institucional, porque para eso tenemos una Casa Real perfectamente organizada. Pero ha pasado ya medio siglo desde la Transición y en estos 50 años hemos tenido siete presidentes de Gobierno cuyas esposas han creado unos usos y costumbres ahora rotos por Begoña Gómez, que es la primera mujer de un presidente del Gobierno de España que se dedica profesionalmente a hacer negocios con el dinero público.
Amparo Illana, la mujer de Adolfo Suárez, era hija de militar, como también lo fueron más tarde las esposas de Felipe González y José Luis Rodríguez Zapatero. Amparo era muy religiosa, mujer culta, amante de las artes y la literatura, estudió inglés y francés y se dedicó a su familia y a actividades filantrópicas de ayuda a los más necesitados. María del Pilar Ibáñez-Martín y Mellado, casada con Leopoldo Calvo-Sotelo, había estudiado Filosofía y Letras, pero no ejerció ninguna actividad durante los dos años que su marido fue presidente, dedicándose a criar a sus ocho hijos.
Carmen Romero, mujer de Felipe González, y Ana Botella, esposa de José María Aznar, se dedicaron a la política, como sus maridos. La socialista fue la primera mujer de un presidente del Gobierno que tuvo un trabajo propio e independiente. Licenciada en Filosofía y Letras, fue profesora de instituto, afiliada al sindicato UGT de enseñanza, del que formó parte de su Comisión Ejecutiva Federal, siendo posteriormente elegida diputada por Cádiz durante cuatro legislaturas. Por su parte, Ana Botella estudió Derecho y aprobó las oposiciones al Cuerpo de Técnicos de Administración Civil del Estado, trabajando para la Administración Pública hasta que fue elegida concejal del Ayuntamiento de Madrid, del que fue segunda teniente de alcalde hasta que Ruiz-Gallardón fue hecho ministro de Justicia por Rajoy, momento en el que Ana Botella fue la primera mujer elegida alcaldesa de Madrid.
Sonsoles Espinosa, la mujer de José Luis Rodríguez Zapatero, estudió Derecho, pero se dedicó a dar clases de música en un colegio hasta que su marido fue investido presidente, cuando dejó las clases pero continuó cantando como soprano profesional, participando escasamente en la vida pública de su marido. El perfil bajo de Sonsoles coincide con el de su sucesora, Elvira Fernández, la mujer de Mariano Rajoy, licenciada en Económicas, trabajó en Antena 3 y en Telefónica, pero pidió la excedencia cuando su marido fue investido y desde entonces se dedicó a su familia y se esforzó al máximo por pasar desapercibida.
Y entonces llegó Begoña que ni quiere pasar inadvertida, ni pretende someterse al escrutinio electoral ocupando un cargo público, ni mucho menos aspira a dedicarse a su familia. A ella le gusta el relumbrón, que todos vean lo bien que habla, lo mejor que aconseja y lo mucho que influye. Su escaso currículum se divide en dos etapas claramente diferenciadas. Antes de que su marido fuera diputado Begoña era una profesional del marketing muy ambiciosa que trabajaba en una pequeñísima empresa donde impartía formación a comerciales de telemarketing y de puerta fría para aseguradoras, compañías eléctricas, ONGs, etc. Como no pudo completar estudios universitarios, su titulín de una escuela privada dijo que era una licenciatura y un cursillo que había hecho en el ESIC dijo que era un máster. Puro barniz, como el humo que enseñaba a vender.
Pero siendo Sánchez ya diputado y pese a no tener ni siquiera una licenciatura, la Universidad Complutense la contrató como codirectora de un curso. Poco después de la investidura de su marido como presidente del Gobierno, fue ascendida a directora del África Center del Instituto de Empresa, para volver más tarde a la Complutense como directora de una cátedra y de un máster, sin estar en posesión de ningún título universitario. Desde entonces, con toda su cara dura, Begoña Gómez se ha dedicado a tener reuniones con empresarios, dar charlas y organizar cursos en los que enseña a captar los fondos que reparte su marido.
Nuestras anteriores primeras damas, como la mujer de César, no sólo tenían que ser honestas, sino que también debían parecerlo. Pedro Sánchez ha roto con medio siglo de tradición democrática y su mujer no intenta aparentar honradez, sino que se esfuerza en presumir de que ella es la puerta por la que se accede a los cuantiosos fondos públicos que reparte su marido.
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