La anulación de la libertad individual
PSOE y Sumar presentaron su acuerdo de programa de gobierno hace unos días, donde se constata que su actuación está guiada por un intervencionismo ciego en todos los ámbitos de la sociedad, de los que no escapa la economía. Su plan va más allá de confiar en el gasto público para mantener artificialmente activa la economía; no se trata de la típica receta de la izquierda que aumenta el gasto público y confía todo en presupuesto. Esa parte también aparece ahora, pero como complemento necesario para llevar adelante lo que es algo más ambicioso, la anulación de la libertad individual.
No se trata de que vayan a encarcelar a las personas por sus ideas -al menos, no lo parece de momento- sino de anular su capacidad crítica, de quitarles de la cabeza la idea del esfuerzo, del sacrificio, de que para conseguir los objetivos hay que perseverar y trabajar muy duro. Quieren anular esa libertad individual para tener una sociedad adocenada, de individuos que dependan del Estado, que estén sometidos al subsidio que caprichosamente dé o no el Gobierno para tener, así, un voto cautivo. Es una manera más elaborada y evolucionada del caciquismo de la Restauración, lamentable entonces, pero mucho más ahora, en pleno siglo XXI. Realmente, no están inventando nada, porque es lo que el peronismo lleva haciendo en Argentina durante ochenta años y así les va. Su sueño es ése, argentinizar España, que queda con una mayor apariencia de democracia que aplicar los métodos del chavismo venezolano.
Todas sus medidas van en esa dirección, tal y como se puede ver en el citado pacto entre PSOE y Sumar: desde la prohibición de los vuelos cortos -que hizo caer ese día a Aena más de 600 millones en bolsa-, hasta gravar con impuestos confiscatorios a las empresas, pasando, entre otros muchos disparates, por la reducción obligatoria de la jornada laboral sin disminución del salario, que implica una subida de costes laborales para las empresas, que puede destruir más de 200.000 puestos de trabajo o, al menos, evitar que se creen. No es el Gobierno el que debe interferir en el mercado laboral. Si las empresas y los trabajadores quieren pactar unas determinadas condiciones de la jornada laboral, que lo hagan empresa por empresa, porque no tiene la misma capacidad una multinacional que una pequeña frutería, pongamos por caso. Efectivamente, el Gobierno debe dejar de intervenir la economía. Muchas grandes ya aplican eso y hasta 35 horas, pero muchas medianas y pequeñas se hunden si lo llevan adelante.
Por otra parte, suplimos nuestra menor generación de alto valor añadido respecto a otros, como Alemania, gracias a que trabajamos más. Si somos menos productivos y trabajamos menos, nos comerán en el mercado y entonces ni cuarenta horas, ni treinta y siete y media, ni treinta y dos, porque se acabará el empleo.
Descansar está muy bien, pero trabajar también. Y aquí viene una nueva vuelta de tuerca a la anulación de la libertad individual, del espíritu crítico, del esfuerzo: ¿qué tipo de enseñanza se le está transmitiendo con medidas como ésta a las nuevas generaciones (en el buen sentido del término)? ¿Que no hay que trabajar? ¿Que nos tienen que poner el sueldo en casa? ¿Que la vivienda nos la tienen que regalar? ¿Que toda necesidad es un derecho? La izquierda está tratando de construir una sociedad de vagos y, por el pésimo nivel de la educación que la izquierda quiere imponer, de ignorantes. De materializarse, no van a poder competir en el mercado con los jóvenes de otros países.
La imposición de la reducción de jornada sin bajada salarial es mala para la economía como lo es subir el SMI, indexar las pensiones o extender el gratis total a todo, lo diga la UE, el consenso o quien lo diga, pero las leyes económicas son claras y toda causa tiene su efecto y la política de esta izquierda, dogmática, populista, rencorosa y más envidiosa que nunca, nos lleva a la pobreza como país, a que cada vez parezcamos más una excepción hispanoamericana en Europa que un país más, homologable con el resto, de la UE. Esta izquierda tiene muy claro su objetivo: argentinizarnos, a través de subsidios, populismo y anulación de la persona, mediante el intento de aborregar a la sociedad.
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