Opinión

Entre el adiós a 2018 y la bienvenida al 2019

Se va 2018 y llega 2019. Un año más, el almanaque va pasando hojas, otros doce meses que sumar a nuestras vidas, un pasado más o menos excitante y un nuevo horizonte que, como es costumbre, despierta ilusiones, pensando en clave positiva, y temores, si lo hacemos en plan negativo. Así, a vuela pluma, ¿qué perspectivas económicas se vislumbran para nuestra economía? Lo primero que conviene puntualizar es que la fase expansiva, es decir, de crecimiento económico, al menos perdurará entre 2019 y 2021 si bien aflojando el ritmo. Probablemente, España cerrará este año con un crecimiento del PIB del 2,5%, pero entre 2019 y 2020 iremos disminuyendo la intensidad.

La revisión a la baja de la economía española responde a un contexto menos favorable de nuestros mercados exteriores. Por ende, será la demanda nacional la que tire de nuestra economía si bien se baraja una desaceleración de todos sus componentes lo que significa que tanto el consumo privado como la inversión perderán fuerza. La pregunta es si nuestra economía será capaz de mantener dinamismo en 2019 y 2020. Por consiguiente, la economía familiar debería tirar con algo de fuelle para no encallarnos y las deudas de los hogares continuar con su moderación. 

Y es ahí donde entran en juego los precios, o sea, la inflación, que se moderarán por el menor impacto del componente energético, aunque no hay que descartar probables repuntes del precio del petróleo ni que la inflación subyacente se vaya consolidando más por incrementos en los precios que no por subidas salariales. La posible depreciación del tipo de cambio del euro junto con el alza de los tipos de interés a largo plazo, son factores a considerar, así como, en principio, suponer que el precio del petróleo se mantendrá contenido aun cuando se temen los riesgos que podría deparar su volatilidad.

La subida del salario mínimo de Sánchez

Y el empleo, ¿qué tal se comportará? Habrá un escaso crecimiento de la productividad aparente del trabajo, con interrogantes acerca de la subida del salario mínimo que podría cuestionar unos 150.000 nuevos puestos de trabajo. Pese a la bondad de la medida tomada por el Gobierno, que beneficia a 2,5 millones de trabajadores –lo que evidencia la más que mejorable calidad del factor trabajo y la respetable precariedad en la que se mueve–, el inconveniente que se advierte es el de la disminución en la contratación laboral a causa de esa revisión del salario mínimo a 12.600 euros anuales –un aumento del 22,3% al fijarse en 900 euros mensuales en comparación con los actuales 736 euros– perjudicando a jóvenes que se quieran incorporar al mercado de trabajo y a las personas con menor cualificación profesional. Estamos ante un problema de productividad con un salario mínimo de partida que igual no se ve compensado en el plano empresarial que además tendrá que apechugar con los aumentos de cotizaciones sociales. En definitiva, que esa subida puede acabar siendo dañina para la creación de empleo.

En cualquier caso, si aumenta la contratación laboral se dará el consiguiente descenso en nuestra elevada tasa de paro que, en el mejor de los escenarios, aún superaría la cota del 12% al acabar el año 2021. Ese buen augurio no impide constatar otro hándicap como es el de la gradual reducción de la población activa, entre otras causas, por el envejecimiento de nuestra población.

El déficit, la hemorragia de nuestras finanzas

Y el déficit público, hemorragia de nuestras finanzas estatales, ¿cómo se comportará? Para 2018 se estima en el 2,7% del PIB con lo cual la buena noticia sería que dejaríamos de estar inmersos en el protocolo de déficit excesivo de la Unión Europea. Conviene recordar que actualmente somos el único país que se encuentra con un déficit superior al 3% del PIB. Y la mala noticia es que seguimos con un déficit público de envergadura.

En 2019, si el programa de nuestras cuentas públicas se cumpliera, algo que está por ver, España cerraría con un déficit del 2,4% para encarar 2020 con un 2% y en 2021, ¡ojalá sea así!, nos situaríamos en el 1,8% sobre el PIB. Todo eso, dando por sentado que las mejores previsiones cristalicen y que el gasto público – ¡Ojo acá! – no se descarríe. Porque, en este aspecto, la política fiscal suena a expansiva para 2019 y ese efecto se arrastraría en 2020 y 2021.

¿Y la deuda pública? Más o menos en su tónica habitual si bien se pronostica una contención e incluso una disminución de su peso en el PIB situándose en torno al 95% en 2021. Claro que para que ese vaticinio sea así es preceptivo que la economía española, medida por el PIB, prosiga con su porte y que la tendencia al endeudamiento, que financia el déficit, se temple. No obstante, continuaremos con un volumen de deuda pública muy excesivo que nos acarreará toques de atención reiterados desde Bruselas.

Optimismo en 2019

Bueno, sea lo que sea, miremos con optimismo a 2019 y despidamos a 2018 con entusiasmo porque estamos supeditados a distintas contingencias. Por ejemplo, que no haya sobresaltos ni bastantes incertidumbres acerca de la política económica norteamericana ni en lo concerniente a las condiciones financieras como consecuencia de los ajustes de los tipos de interés de la Reserva Federal que podrán pesar sobre las economías emergentes. En esta misma línea cabe aludir a las políticas proteccionistas y a las guerras arancelarias, así como a las desastrosas consecuencias del Brexit para Reino Unido y la propia Europa continental junto con los vaivenes presupuestarios italianos, sin descartar el cambio de orientación de la política monetaria de Mario Draghi.

Y en un plano más doméstico, habrá que estar muy pendientes de la continuidad o no del actual Gobierno amenazada por la fragmentación parlamentaria junto con las zozobras derivadas del proceso catalán. En fin, un poco de todo, como suele ser habitual, a la hora de hacer cábalas sobre el futuro más o menos inmediato.