Opinión

El 8M es machista

En este negocio en el que por deformación profesional acabamos consumiendo tanto las genialidades como las tonterías de todos los cargos públicos relevantes de España y parte del extranjero, la semana del 8M es algo así como una tortura silenciosa, eterna, sadomasoquista, llena de vergüenza ajena, ira y, con suerte, aburrimiento.

Ser mujer, y reivindicar las particularidades y desventajas que tiene serlo, hace mucho que dejó de ser una cuestión relevante. El feminismo murió cuando su justa reivindicación se convirtió en un motivo más de colectivización, como lo es también ser LGTBi o inmigrante. Por eso verán ustedes que en las manifestaciones del viernes nos encontraremos banderas palestinas, pancartas contra los recortes, alegatos en defensa de la sanidad pública, cartelitos contra Vox, alguna que otra Ayuso guillotinada y un par de soflamas sobre el calentamiento global con perspectiva de género. A cada cosa que se les ocurra que es susceptible de tener un chiringuito financiado por la izquierda, presencia asegurada en la protesta.

Para los de enfrente ser mujer no tiene que ver con los genitales que una tenga al nacer, ni siquiera con eso que ahora las personas trans llaman «autopercepción». Para el progresismo, ser mujer o, mejor dicho, buena mujer, significa asumir el pack completo del wokismo posmodernista: votar a la izquierda, creer que los hombres son machistas de nacimiento, que las mujeres somos víctimas de un fantasma heteropatriarcal que nos pone techos de cristal y nos impide crecer sin las cuotas que amablemente nos prestan los señoros de la izquierda, estar en contra de bajar impuestos, creer que Abascal es fascista, que abortar es una liberación y que la iglesia mete sus rosarios ya saben dónde.

Que la izquierda crea que las mujeres somos una suerte de discapacitadas incapaces de tomar decisiones por nosotras mismas y, por tanto, necesitamos de un credo completo que nos mantenga en el recto camino del Señor (del Señor Sánchez, por supuesto) es simplemente un hecho, pero cuando los y las cargos y cargas públicas de la derecha se unen a la fiesta es directamente desolador. La mercancía averiada machista por la que las mujeres debemos asumir que lo que más nos define como personas es tener ovarios es una aberración. Y su definición anacrónica y victimista de nuestra situación, aún peor.

Como parece que estos días hace especial falta, aquí va una explicación racional de qué debería ser el feminismo en el siglo XXI: simple y llanamente, libertad.

Libertad para que las mujeres podamos desarrollarnos todo lo que queremos sin que los hombres pongan límites a nuestros sueños y las feministas de pancarta nos obliguen a hacer lo que no queremos. Libertad para decidir que queremos trabajar para ser presidentas del Gobierno sin tener más límite que nuestra capacidad, pero también libertad para poder ser amas de casa y madres de familia sin que se cuestione que nuestra decisión individual ataca la lucha completa del colectivo. Que seamos libres para tener una ambición desmedida y también libres para ser conformistas con lo mínimo.

Que podamos estudiar una ingeniería si queremos, o también ser enfermeras o maestras si es que nuestra vocación es esa. Que dejen de decir que nuestra vehemencia es agresiva, y también que ser sensible o necesitar cariño no sea una debilidad. Que podamos tener mil parejas si eso nos hace feliz, o que podamos casarnos muy jóvenes y tener diez hijos si es que nuestra economía permite que los mantengamos. Que nos reconozcan nuestros méritos, pero también que asumamos nuestros fracasos sin culpar al entorno por impedir nuestro éxito. Que se valore nuestro trabajo en su justa medida, que no se nos minusvalore por nuestro género, pero que tampoco se nos premie como si ser mujeres hubiera sido un impedimento.

Ser feminista en el siglo XXI debería ser, aunque no es, un grito que reivindique que lo único que necesitamos las mujeres es que nos dejen en paz. Que no queremos ni el castigo ni la condescendencia de los hombres, que detestamos que ser buenas o malas venga determinado por nuestro voto, que odiamos que ser facha, católica, judía, esposa o madre nos anule como mujeres empoderadas y, sobre todo, que alguien entienda de una vez por todas que lo único que necesitamos para triunfar es que los poderes públicos se crean de verdad que tenemos las mismas capacidades, buenas y malas, que los demás.

Feliz 8 de marzo para las que repudian el significado actual del 8 de marzo. El futuro va a ser nuestro.