Alfredo Pérez Rubalcaba: un hombre representativo

Alfredo Pérez Rubalcaba: un hombre representativo

Señalaba Alexis de Tocqueville que el advenimiento de la democracia llevaba consigo una nueva visión de la Historia en la que primaba lo colectivo sobre lo individual. Sin embargo, pronto se inició, como respuesta, una visión alternativa exaltadora del papel de los individuos en los procesos históricos.

Las obras de Thomas Carlyle y de Ralph Waldo Emerson son buena prueba de ello. No obstante, existían claras diferencias entre el escocés y el norteamericano. Jorge Luis Borges, en una semblanza de ambos autores, tomó partido por Emerson: “Carlyle fue un escritor romántico, de vicios y virtudes plebeyas; Emerson un caballero y un clásico”.

Mientras Carlyle enfatizaba el poder de los “héroes” como fautores de la Historia, Emerson, más comedido, hizo referencia a los “hombres representativos” de una época. Forzoso es reconocer que la visión del segundo resulta más adecuada nuestro actual contexto cultural y político. Viene esto a colación a causa del fallecimiento de Alfredo Pérez Rubalcaba, sin duda un “hombre representativo” de toda una época; luego diremos en qué sentido.

En España se entierra muy bien”, dijo en una ocasión el finado. Y hay que reconocer que a él no le ha ido mal al pasar por su último trance. El conjunto de la clase política y mediática se han unido en el homenaje al político socialista. Según los datos más interesados, unas ocho mil personas acudieron a su capilla ardiente.

Un monje del poder

Sin embargo, para la razón crítica tanta unanimidad resulta sospechosa. Hemos dicho que Pérez Rubalcaba fue un hombre representativo. ¿Representativo de qué? De los usos y costumbres del régimen político que arranca de 1978. De haber vivido en la Restauración, hubiera sido Francisco Romero Robledo, el gran oligarca y cacique.

Astuto, sutil, insinuante, con gran recámara, Pérez Rubalcaba no fue un hombre de pensamiento; tampoco un líder político y mucho menos un hombre de Estado. Fue, ante todo y sobre todo, un funcionario de partido, un apparatchik; como hubiera dicho T.S. Eliot, un “hollow men”, un “hombre hueco”, carente de auténtica intimidad. No en vano, el periodista Julio Somoano lo caracterizó como “el monje de poder”, maestro de la intriga.

No un Richelieu; tampoco un Mazarino; más bien un Rasputín. Muy ligado al Grupo PRISA y al diario El País, fue capaz de articular un equipo mediático, el denominado Comando Rubalcaba, cuyo objetivo no era otro que intoxicar a la opinión pública, un claro precursor de la posverdad y de las fake news. No menos negativo fue su andanza por Educación, ya que pasa por ser el inspirador de una legislación tan desastrosa como la Ley Orgánica General del Sistema Educativo (LOGSE).

Como ha señalado el historiador y catedrático Gabriel Tortella: “El sistema y el ambiente de igualitarismo imperante en la Universidad española desmoraliza profundamente al estudiante y al profesor (…) Lo que en la española da prestigio a un estudiante es ser torpe y cazurro”. Por ello, Tortella califica de “lamentable” la Ley de Reforma Universitaria socialista. Y no es el único. Ahí están los testimonios de Antonio Fernández Rañada, Victor Pérez Díaz, Gustavo Bueno, Ramón Tamames, etc. Para el filósofo José Sánchez Tortosa, las leyes propiciadas por Pérez Rubalcaba y su partido han servido de vehículo para “la democratización de la ignorancia” y “la  socialización de la idiotez”, “produciendo masas de analfabetos alfabetizados”.

«Merecemos un Gobierno que no nos mienta»

Pese a ello, la carrera política del político cántabro continuó como ministro de la Presidencia, de Relaciones con las Cortes y portavoz del Gobierno socialista. Negó hasta la saciedad las relaciones gubernamentales con los Grupos Antiterroristas de Liberación (GAL), la denominada “guerra sucia” contra ETA y continuó mintiendo en relación con los papeles de CSID, Filesa, la fuga de Roldán, el caso Lasa-Zabala, etc.

No por ello el PSOE prescindió de sus servicios, todo lo contrario. Su teatral –pero sumamente efectiva– actuación tras los atentados del 11 de marzo de 2004 puso nuevamente de relieve su capacidad. “Merecemos un Gobierno que no nos mienta”, sostuvo en plena jornada de reflexión electoral. Frente a él, Ángel Acabes, ministro del Interior del PP, parecía un cordero pronto a sucumbir en las fauces del lobo. Las sedes del PP, a lo largo de aquella jornadas, fueron asediadas por el PSOE, la SER y el conjunto de las izquierdas.

En lo sucesivo, Pérez Rubalcaba se convirtió, sobre todo para las gentes de derechas, en una especie de conspirador omnisciente. No era para tanto, pero al propio Pérez Rubalcaba le divertía propiciar esa imagen. “Veo todo lo que haces y oigo todo lo que dices”, le espetó a un diputado del PP cuando ya era Ministro del Interior; y es que parecía un representante del Panóptico diseñado por Jeremy Bentham. Incluso algunos vieron su mano en los sucesos del 15-M de 2011. Sus apologistas de última hora han intentado forjar la leyenda de un Pérez Rubalcaba verdugo de ETA.

La derrota del vencedor

Nada más lejos de la realidad. ETA acabó a manos de la Policía y de la legislación propiciada por el Gobierno de José María Aznar. Como demostró el caso Faisán, Pérez Rubalcaba, desde el Ministerio del Interior, apostó claramente no por la victoria total, sino por un final pactado con ETA; lo cual ha propiciado, cómo señaló Rogelio Alonso, “la derrota del vencedor”.

Nadie despreció tanto a la derecha como Pérez Rubalcaba. Ante el cadáver del político socialista, lo más humano hubiera sido el silencio; pero no fue así. El PP aceptó la Ley de Memoria Histórica, el aborto, el matrimonio gay, la ideología de género, las leyes LGTB y ahora, a Pérez Rubalcaba. Mientras tanto, Manuel Fraga se cuece en las zahúrdas de la memoria histórica.

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