Messi no es Maradona
Inigualable, el Mundial’86 de Diego Maradona será siempre ese momento donde el jugador entró en una nueva dimensión. Lo del barrilete cósmico fue un encuentro en la tercera fase tal y como fue la vuelta rápida de Ayrton Senna en Mónaco. Otro nivel. Aquel Mundial, qué superioridad. Al Diego le iban a la rodilla; antes que nada, considerar que ningún rival ambicionaba quitarle el cuero a Maradona, se trataba de derribarlo. Y él, tras el aprendizaje del 82, pudo con todos.
Con otro reglamento, con otro césped – más rápido como los actuales y no como aquel seco y largo – e incluso con otro tipo de esférico se hubiese dado la jugada de los tiempos en cada partido. Imparable, hacía lo que quería cuando y donde le daba la gana, le pegaban duro y no acusaba el castigo. Diego quería más hasta el punto de que todo se le hizo corto porque nunca más volvió a tener la sonrisa del cebollita que iba con el balón en los pies y que ninguno le podía detener.
Messi no está siendo ese Maradona. Llegarán más astros, pero ninguno alcanzará aquella dimensión. El ‘10’ fue el mejor de todos los tiempos; sin discusión, aquel México’86 fue la cumbre de lo que puede ser un futbolista. Hubo más, el Nápoles y toda la magia de esa zurda capaz de hacer arte en cada contacto, el ídolo de la gente, el héroe al que la droga y las compañías, quizás el no saber estar, lo convirtieron en villano.
Maradona y no más. Dicho popular erosionado con el arrollador gota a gota de Messi. Maradona conquistó el mundo desde Argentina, con Nápoles como campamento base, mientras que Messi era un Dios sin bandera. Era del mundo, pero le faltaba que los argentinos se rindiesen de manera incondicional. Lo ha conseguido, jugará estando en el corazón de todos, el rosarino ya es más que un jugador de fútbol. No habrá otro como Maradona en el verano del 86; sin embargo, no olviden que el mejor jugador de todos los tiempos se despedirá con la final. Número uno; genio, genio, genio. Ta, ta, ta. Llorando; aun así, sin discusión. Messi, sí. Messi.