Terroristas de ISIS presos en Siria escapan de la cárcel
Miembros de ISIS se amotinaron en la prisión situada en la ciudad de Al-Hasaka, al noreste de Siria, y varios de ellos lograron escapar de su confinamiento tras destruir parte de las instalaciones carcelarias, según informaron fuentes de las Fuerzas de Siria Democráticas (FSD), grupo kurdo que controla el centro de reclusión y que es apoyado por Estados Unidos.
La huida se materializó este domingo después del motín protagonizado en la cárcel de Qaviran, radicada en Al-Hasaka, la mayor de las existentes que acogen a yihadistas de ISIS, con hasta 3.000 provenientes de 54 países diferentes que se niegan a recibir a este tipo de prisioneros.
SANA, agencia oficial de noticias siria, informó sobre el asunto, pero no detalló el número de fugitivos huidos. Por su parte, el Observatorio Sirio de Derechos Humanos (OSDH), organización opositora al régimen oficialista de Bachar al-Asad que está localizada en Reino Unido y que cuenta con una amplia red de informadores en Siria, habló de al menos cuatro fugados.
El director de comunicación de las FSD, Mustafa Bali, reseñó que «los terroristas de ISIS se apoderaron por completo de la planta baja de la prisión de Al-Hasaka, demolieron las paredes internas y destruyeron las puertas». «Algunos lograron escapar y se les está buscando», explicó Bali en la red social Twitter, añadiendo que «la situación es tensa» dentro de la cárcel. El portavoz de las FSD, una alianza liderada por kurdos que controla el noreste de Siria, afirmó que «fuerzas antiterroristas» tratan de controlar la situación en el primer piso de la instalación para sofocar las revueltas.
La agencia SANA, vinculada al Gobierno de Al-Asad, remarcó también que aviones de la coalición internacional que abandera EEUU sobrevuelan el área para detectar a insurgentes. Según la agencia de noticias, en la prisión de Al-Hasaka hay unos 3.000 afiliados a ISIS, un número que el OSDH eleva a 5.000 individuos de varias nacionalidades.
Los kurdos mantienen detenidos en diferentes centros de reclusión a miles de miembros de ISIS que fueron capturados durante meses de combate en los que fueron ganando terreno a la organización yihadista en Siria. Hasta siete cárceles controlan los kurdos en el norte del territorio sirio, en las que mantienes retenidos a unos 12.000 extremistas. Las milicias kurdas mantienen, además, a decenas de miles de familiares de combatientes de ISIS en campos como el de Al-Hol, también situado en Al-Hasaka, donde desde 2015 han ido confinando a los evacuados de ISIS durante la ofensiva.
Las FSD capturaron en 2017 Al-Raqa, ciudad centro de operaciones de los yihadistas desde 2014, y les fueron recuperando terreno hasta la derrota de los terroristas hace un año.
El último bastión resistente de los insurgentes se sitúa en Idlib, enclavo situado al noroeste de Siria y que sigue siendo cercado por el Ejército de Al-Asad, el cual es apoyado por su principal aliado en esta contienda, la Rusia de Vladimir Putin.
Frente a esta alianza se posiciona desde hace meses Turquía, que incursionó en el vecino territorio sirio para hostigar a las fuerzas kurdo-sirias de las Unidades de Protección del Pueblo (YPG, por sus siglas en turco) dentro de la campaña de persecución que lleva a cabo contra la etnia kurda, a la que acusa de actividad terrorista al sur de la nación otomana.
Rusia llevó a cabo una aproximación a las YPG, que fueron básicas en la lucha liderada por Estados Unidos que acabó con los terroristas yihadistas y que fueron abandonadas a su suerte por el Ejecutivo norteamericano de Donald Trump cuando este tomó la determinación de retirar sus tropas de Siria, dejando el camino expedito a Turquía para perseguir a los kurdos y a las tropas rusas para ocupar ese espacio dejado.
Después de la marcha norteamericana, llegó un pacto a finales del año pasado entre Recep Tayyip Erdogan, presidente de Turquía, y el Departamento de Estado y de Defensa de EEUU por el que se establecía una zona de seguridad en la frontera turco-siria, de la cual debían salir los kurdos por exigencia otomana de cara a finalizar las hostilidades en la región.
Se habilitó así una zona de seguridad en la frontera entre Turquía y Siria, de 32 kilómetros de ancho y 240 de largo; un área a cuya creación dio luz verde la Administración Trump con su abandono de tropas del territorio, y que suponía la salida de las fuerzas kurdo-sirias de las YPG y la búsqueda del realojo de más de tres millones de refugiados sirios emplazados en suelo turco.
Posteriormente, en febrero pasado Erdogan instó a Al-Asad a retirar soldados de Idlib, pero los contactos diplomáticos que hubo entre Ankara y Moscú, aliado de Siria, no surtieron efecto, demostrándose así el firme apoyo de Putin al régimen oficial sirio.
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