Economía
Impuestos

Estos son los impuestos más extraños que han existido

  • Janire Manzanas
  • Graduada en Marketing y experta en Marketing Digital. Redactora en OK Diario. Experta en curiosidades, mascotas, consumo y Lotería de Navidad.

El origen de los sistemas de impuestos se remonta al Antiguo Egipto, entre los años 3.000 y 2.800 A.C., donde se estableció un primer sistema de tributación que incluía trabajo físico y bienes como formas de pago. En Grecia, se implementaron sistemas incipientes de recaudación que luego evolucionaron hacia impuestos indirectos, gravando los gastos y consumos familiares para financiar gastos colectivos. Roma también impuso una variedad de tributos, incluyendo impuestos territoriales y diezmos sobre los frutos de la tierra, centralizando la recaudación en la capital imperial.

El sistema tributario actual en España tuvo su punto de partida en 1845, cuando se unificaron los impuestos en todo el país, priorizando los impuestos directos sobre los indirectos. En 1900, se establecieron impuestos sobre rentas del trabajo, del capital y mixtas, mientras que en 1940, al concluir la Guerra Civil, se aumentaron los tipos impositivos en general, aunque esto no logró recuperar las arcas públicas afectadas por los estragos del conflicto. La estructura actual del sistema fiscal español se consolidó en 1977 tras las elecciones generales, modernizándose y armonizándose con el marco europeo tras la entrada de España en la Comunidad Económica Europea en 1982.

Impuestos más extraños de la historia

En el Antiguo Egipto, el incumplimiento de los impuestos podía acarrear consecuencias graves como la tortura o incluso la muerte. Los impuestos, en su mayoría indirectos, gravaban el consumo, siendo el aceite, monopolio del faraón, objeto de una tasa significativa. Esta tasa no solo se aplicaba al adquirir aceite del faraón, sino también al reutilizar el aceite propio, con multas severas impuestas por los escribas a aquellos que no pagaban esta tasa o reciclaban el aceite sin autorización, llegando incluso a penas que podían llevar a la muerte.

En el Imperio Romano, el amoniaco extraído de la orina tenía un papel crucial en diversas industrias, especialmente en la manufactura textil y hasta en el blanqueamiento dental. Ante el lucrativo negocio de vender la orina recogida en letrinas públicas, el emperador Vespasiano instauró el «Vectigal urinae», un impuesto sobre este recurso. A pesar de las críticas de su hijo Tito por gravar algo tan trivial, Vespasiano le mostró una moneda preguntándole si percibía algún disgusto por ella, a lo que Tito respondió negativamente. Entonces, Vespasiano acuñó la frase «Pecvnia non olet», destacando que el dinero no tiene olor, justificando así la imposición del impuesto sobre la orina debido a su rentabilidad económica.

En dos ocasiones se decretó un impuesto especial a las personas con barba. Enrique VIII de Inglaterra estableció este impuesto para preservar la barba como distintivo de las clases altas, permitiendo identificar a quienes podían pagar este tributo como símbolo de su riqueza. Por otro lado, Pedro I de Rusia, dos siglos más tarde, impuso este impuesto con la intención opuesta: buscaba desalentar el uso de barbas para impulsar un cambio hacia costumbres occidentales, alejándose de las prácticas tradicionales rusas.

En 1696, el gobierno británico ideó un impuesto sobre el número de ventanas como una forma creativa de gravar a los más ricos, suponiendo que las casas más grandes tenían más ventanas y, por ende, sus propietarios eran más pudientes. Sin embargo, esta medida tuvo efectos inesperados: muchos británicos optaron por tapiar sus ventanas para evadir el impuesto, lo que resultó en una peor ventilación y condiciones insalubres en las viviendas.

En el siglo XVIII en el Reino Unido, se implementó un impuesto sobre los sombreros que debía pagarse por cada sombrero adquirido, no por el simple hecho de llevarlo. Aunque era un método básico para generar ingresos, se consideraba equitativo ya que estaba vinculado con la riqueza: aquellos menos acomodados tenían uno o ningún sombrero, mientras que los más adinerados poseían varios.