Coyuntura económica

¡Demagógico mínimo vital!

Pablo Iglesias
Pablo Iglesias en La Moncloa. (Foto: Moncloa)

“La demagogia es la capacidad de vestir las ideas menores con las palabras mayores”, Abraham Lincoln

Lo que no se dice, no existe. Lo que no se recuerda, no vive. Lo que no se nombra, no es. Y quien ha visto la esperanza, no la olvida. La busca bajo todos los cielos y entre todos los nombres. Seamos de la ideología que seamos, a todos nos gusta tener un sentimiento patriótico que nos permita sentirnos orgullosos, y como europeos se encuentra en nuestros genes la necesidad de tener un salvador en forma de “papá Estado” redentor.

Cierto es que las ventajas sociales que admiramos de los países nórdicos son un regalo para nuestros oídos. Al fin y al cabo, aquello de trabajamos para vivir y no vivimos para trabajar, es el eterno dilema de casi todas las personas. Quien me conoce sabe que creo firmemente en los proyectos vitales y pienso que vivir la vida sin retos, debe ser muy aburrido. Es más, entiendo que la felicidad tiene mucho que ver con el legado que estemos dispuestos a dejar y por lo tanto, considero complicado ser feliz sin tener objetivos, retos y por ende, éxitos. Y no me refiero sólo a retos empresariales, más bien a retos vitales.

Algunos serán intelectuales, otros culturales o familiares y por supuesto, otros económicos. Somos libres para elegir nuestro camino, pero cuando hablamos del Estado, la cosa cambia. Y es que las decisiones de unos pocos, marcan el destino de toda una sociedad, y por más que la democracia sea el sistema de orden social más justo habido hasta la fecha, no implica que sea perfecto, nadie profundiza en sí mismo mientras permanezca esclavo del pasado o del futuro. Puesto que el idealismo del sentido pragmático de las mayorías pierde sentido cuando aquellos a los que hemos votado, mienten una y otra vez en cada campaña electoral. Hay palabras caprichosas. Reconocer se lee igual en ambos sentidos. De izquierda a derecha y pasando por el centro, es algo que deberían aprender a hacer nuestros políticos.

La semana pasada España aprobó el ingreso mínimo vital, una nueva prestación social que permite a Podemos seguir poniéndose medallas en el campo de la demagogia, demostrando que mientras Pedro Sánchez saca a pasear su deslumbrante ego por todas las televisiones públicas, Iglesias sigue aprovechando para hacer de las suyas… El ingreso mínimo vital es una medida que a nadie le puede sonar mal y de hecho, es complicado criticarlo. ¿Quién no se sentiría orgulloso de pertenecer a una nación que no deja a nadie atrás? Pero si hay algo que no soporto en esta vida es la mentira, por ende cobardía, y menos cuando me tratan de tonta. Me resulta curioso que en la antesala del fin del ‘Estado de Alarma’ y la vuelta a la nueva normalidad, a rebufo de la relajación social tras el confinamiento, el gobierno socialista se saque de la chistera dos medidas con claras connotaciones mediáticas; el ingreso mínimo vital y la derogación de la reforma laboral.

No creo que haya que ser superdotado para darse cuenta de que se han esmerado en avanzar buenas noticias antes de que la troika pase por caja. Todos sabemos que las arcas de la seguridad social están vacías y que las pensiones no están garantizadas en el largo plazo. Tan precaria es nuestra situación que España ha sido el país con menos medidas de apoyo a su economía, y las pocas propuestas, han sido un desastre. Sino que pregunten a todos los perceptores del ERTE si han cobrado. En España ya existe una renta mínima de inserción que aplican las CCAA a los más desfavorecidos, ampliar esta ayuda con un ingreso mínimo vital no solamente es un error sino que es un gran problema, créanme.

Me reitero en cuanto a que todos sabemos que la hucha de la SS está vacía, y el sistema de pensiones español es un lamentable esquema Ponzi. Por lo tanto, las medidas cortoplacistas de este gobierno populista agravan un problema que es ya estructural, y no coyuntural. El segundo punto que debemos valorar es el contexto en el que el país puede o no permitirse ciertos caprichos. Es obvio que un país que logra reducir la deuda en épocas de prosperidad y ajustar su presupuesto al superávit puede permitirse incrementar el estado del bienestar, pero en España lamento recordarles que las cosas son bien distintas.

El tercer gran problema es la economía sumergida. Las subvenciones no han demostrado ser un incentivo hacia el empleo, más bien a una relajación que da paso a la estimulación de dicha economía sumergida. Mientras el trabajador continúa con precariedad cobrando la subvención, el empleador le contrata en “B” para liberarse de la excesiva carga fiscal, y más cuando el Estado español en lugar de ayudarte a respirar como empresario, te acaba asfixiando sine die. Pero ya saben, donde no puedas ser, no intentes buscar tu sitio porque no lo tienes. De ahí que muchos queramos emigrar con nuestras valiosas empresas bajo el brazo.

En mi humilde opinión, un proyecto vital es necesario para ser feliz, y a las personas con precariedad económica no hay que darles limosna, hay que enseñarles a valerse por sí mismos, no darles las zapatillas sino enseñarles a correr. Tal vez si el Estado ayudara a los empresarios a contratar a personal que cumpla los requisitos del ingreso mínimo vital a cambio de una exención fiscal, la seguridad social dejaría de vaciarse, la economía sumergida se reduciría y estaríamos recordando a las personas que no pueden valerse por sí mismos actualmente tras esta brutal crisis, que pueden ser útiles y ocuparse con algo que seguramente les hará sostenerse y ser felices.

Las economías competitivas son aquellas que incrementan el gasto público nominal a medida que crece el ingreso en los impuestos directos, algo que no es tan difícil de entender. Dejar trabajar al tejido productivo para tirar adelante y centrarse en cuadrar las cuentas debería ser la labor del Gobierno de España. Ya que un país del que podamos sentirnos orgullosos es aquel que sabe proteger a sus ciudadanos dándoles más oportunidades que subvenciones, y más ayudas a los emprendedores que limosnas cortoplacistas, ¿no creen?

La experiencia no es lo que te sucede, sino lo que haces con lo que te sucede. Ello implica reconocer que nosotros somos nuestro propio demonio, y nosotros hacemos de este mundo nuestro infierno. Y claro, siempre ha sido difícil criticar la demagogia con argumentos, puesto que pensar al parecer requiere esfuerzo, y a los demagogos les basta con vestir las ideas menores, con palabras mayores.

La sinceridad no es una moneda de cambio, ya que se presupone esencial en cualquier relación basada en la lealtad. Ser sincero no nos da derecho a todo. Si al menos lo fueran… en fin, alguien debería decirle al Sr. Iglesias, que así ¡SÍ SE PUEDE! pero destruir un Estado.

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