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Fórmula 1: Gran Premio de Italia

Rosberg sorprende a Hamilton, sin imposibles para Alonso con Vettel en el podio de Monza

La crónica del sábado fue una apología al talento de Lewis Hamilton, el homónimo contemporáneo de Ayrton Senna. Cabalgó en la clasificación de Monza con aplastante facilidad para rebosar de vergüenza a un Nico Rosberg que no ceja en su empeño de intentar sorprenderle. Bastaron unos metros para quemar las letras pasadas del cronista. Hamilton no encontró feeling con el embrague, Rosberg no se lo pensó y Vettel animó a la parroquia ferrarista: segundo.

No sólo perdió la trabajada primera plaza, cayó hasta la sexta, condenándose a su enésima remontada. No era necesario tirar de la épica de Spa -del penúltimo al tercer puesto- pero tenía por delante un Red Bull, un Williams, dos Ferrari y su enemigo íntimo, Nico Rosberg. Fue más el susto que la realidad: pasado el shock, inició su reconquista metro a metro. Ricciardo cayó como una mosca en verano… pero Bottas complicó la escena aguantando las embestidas del 44. Acabó cediendo pero con notables heridas de guerra para el de Mercedes: graining trasero.

En el tren trasero, Fernando Alonso guerreaba con su motor Honda, tratando de exprimir cada caballo japonés para mantenerse en un trote demasiado optimista: novena plaza. La salida del McLaren siempre suele ser una última bola de Kobe Bryant en su ocaso: su físico no le impide ir más rápido, así que a tirar de técnica. Se mantuvo en la décima, con Hulkenberg saludándole por el retrovisor.

Las paradas dibujaron un escenario virtual complicado de dibujar. Un frenesí en boxes que colocó a Lewis Hamilton segundo, amenazando a un Rosberg que ya acusaba desgaste en sus gomas blandas. Pararon ambos a buscar un remedio en sus médicos de negro: ruedas nuevas y a pelear de nuevo. Si Button y Alonso eran dos heavys en un concierto de Coldplay, tratando de no desentonar en exceso, lo de Sainz era ver a Beckham con una camisa del Primark: ese motor de 2015 no le queda bien ni a él.

Los puntos eran una odisea que ni Ulises hubiera alcanzado. La posibilidad de alcanzar el top ten era tan inverosímil como tirar del móvil a golpe de ‘hola NFL, quiero ser quarterback el domingo’. La carrera no fue como el mix eufórico de Barney Stinson: empezó en todo lo alto con la salida, y se fue desinflando como una boda con garrafón. Los monoplazas giraban sin pena ni gloria en un Monza que, tímidamente, languidecía en una nube grisácea.

La jornada había sido plomiza para el Hamilton más humano: la prueba se perdió en los primeros instantes. La Fórmula 1 volvió a ser ese deporte de ciencia inexacta, como en el amor o la guerra, sin nada escrito. Nico Rosberg se hizo con la victoria, colocándose a dos puntos de su colega en la clasificación general. De la aplastante, insultante, vejatoria superioridad de Mercedes, mejor ni hablar.

Mejor pensar en que, tal vez, 2017 creé un nuevo universo con los Ferrari, Red Bull y McLaren peleando por las victorias. Un imposible ahora con el que todos sueñan. Fernando Alonso soltó hoy una carcajada irónica por radio. En la penúltima vuelta marcó una vuelta rápida agridulce. Quizá el año que viene sean risas de alegría. Y vueltas rápidas funcionales. Quién sabe…