Raíces imperiales en Asturias: la huella romana en los apellidos modernos
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A lo largo de la historia, la Península Ibérica ha sido testigo de la presencia y la influencia de diversas comunidades que han dejado su huella en la región. Entre ellas se encuentran los celtas, grupos que migraron desde Europa Central y Occidental. Estos pueblos contribuyeron significativamente a la cultura de la región, dejando un legado que perdura hasta nuestros días, como se refleja en numerosos apellidos que terminan en ‘ez’, como Rodríguez, Fernández o González.
Además de los celtas, el Imperio Romano ejerció una profunda influencia en la Península Ibérica. Aunque este período pueda parecer lejano en el tiempo, su legado cultural sigue siendo relevante en la actualidad del país. Aspectos como las leyes, las políticas, la lengua y los apellidos más comunes en la región tienen raíces que se remontan a la presencia romana en la península.
Apellidos de Asturias y su relación con el Imperio Romano
Según los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), el apellido García es el más común entre los españoles, y en Asturias lo poseen 62,019 personas como primer apellido, 64,300 como segundo y 5,371 en ambos. Aunque su origen sigue siendo un enigma, algunas teorías lo vinculan con el Imperio Romano.
De manera similar, el apellido Romero, presente en el DNI de 2.094 asturianos, también sugiere una posible ascendencia romana. Otros apellidos en Asturias con raíces en el Imperio incluyen Villa, con 2.805 personas, y Expósito, con 755 personas.
Este listado revela los apellidos que podrían indicar una conexión con el Imperio Romano, como García, Romero, Expósito y Villa, entre otros. La presencia de estos apellidos sugiere una posible influencia romana en la región de Asturias y en la herencia genética de sus habitantes.
Historia de los apellidos en España
Los apellidos, como sistema de identificación, se remontan al siglo IX en España, cuando el auge de las ciudades y el comercio demandaba una forma de distinguir a las personas. Inicialmente, los nobles adoptaron apellidos patronímicos derivados del nombre de su padre, como González o Hernández. Sin embargo, estos apellidos no se heredaban directamente, sino que cambiaban con cada generación.
A partir del siglo XII, los apellidos también comenzaron a formarse según el lugar de origen o residencia de las personas, dando lugar a apellidos toponímicos como Zaragoza o Costa. Muchos individuos se identificaban con la combinación de un apellido patronímico y un toponímico, como López de Castro o Jiménez de Quesada.
Además, los apellidos relacionados con el oficio, como Herrero o Zapatero, eran comunes, reflejando la identidad colectiva y la pertenencia a un grupo social específico. Incluso los apellidos podían surgir de motes o características personales destacadas, como Cabezón o Rubio.
Por otro lado, los niños abandonados durante la Edad Media y los siglos posteriores a menudo recibían apellidos relacionados con la institución que los acogía, como Iglesias o San Martín, o simplemente hacían referencia a su condición de expósitos, como en el caso de los Expósito.
En resumen, los apellidos españoles tienen diversos orígenes, desde la filiación paterna hasta el lugar de origen, el oficio, los motes o las circunstancias individuales, reflejando la historia y la diversidad de la sociedad española a lo largo de los siglos.
Evolución
Los registros más antiguos sobre apellidos en España datan del último tercio del siglo IX, cuando se empezaron a utilizar los patronímicos derivados del nombre del padre o de antepasados en las clases nobles de Castilla.
Para mediados del siglo XII, ya se observa el uso de términos para designar linajes específicos, utilizando el lugar de origen o de señorío como apellido. Posteriormente, entre los siglos XIV y XVI, se comenzó a utilizar el patronímico como una extensión del nombre propio, independientemente del nombre del padre.
En cuanto a las mujeres, se intentó mantener una forma de apellido que las vinculaba directamente como propiedad de un hombre. Sin embargo, la adopción de apellidos por parte de las mujeres fue más lenta y persistieron nombres griegos y romanos hasta la Edad Media.
Hasta principios del siglo XVI, era común que cada persona llevara un nombre propio seguido de un genitivo, lo que complicaba la administración de la época y generaba confusión.
La situación cambió en 1889 con la creación del primer Código Civil español, que estableció el uso oficial del doble apellido, tanto paterno como materno, para los hijos legítimos. Sin embargo, este orden no siempre se ha seguido estrictamente, y en algunas regiones como Galicia se ha utilizado primero el apellido materno.
Los intereses económicos también influyeron en la elección de apellidos, como en el caso de los Monroy García, cuyo apellido se mantuvo para mantener ciertos privilegios económicos.
Actualmente, la legislación permite elegir el orden de los apellidos de los hijos al momento de inscribirlos, buscando un trato igualitario entre ambos cónyuges. En 2021, el Tribunal de Derechos Humanos consideró discriminatoria la prevalencia del apellido paterno sobre el materno.