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Jorge Alcolea: “Trabajar con artistas de carácter complicado no me interesa, nunca sale bien”

Galerista. Jorge Alcolea (Barcelona, 1967) lleva más de tres décadas dedicado al mundo del galerismo y ha impulsado, entre otros proyectos, el Salón de Arte Moderno (SAM) que se celebra en Madrid hasta el 18 de abril en la céntrica calle Velázquez de la mano de Martin Miller’s Gin. “Escogemos 15 marchantes de arte moderno que presentan en esta feria sus mejores piezas. Nos reunimos todos porque que el cliente vaya a visitar galerías está decayendo un poco”, comenta.

Cuando apenas era un adolescente ya iba con su padre a la Sala Nonell, en Barcelona, a colgar cuadros y aprender de la mágica conexión que las obras –y también su padre– tenían con los coleccionistas de arte. “Mi padre era todo un personaje. Sentía por él una gran admiración, le observaba y siempre le intento emular porque nosotros vendemos emociones”, explica sentado al lado de un imponente Manolo Valdés.

Defiende el gran papel de promoción y apoyo a los artistas que hacen las galerías y, confiesa, además, que ha dicho que no a trabajar con artistas por su complicado carácter. “Gastas muchísimo dinero en su promoción, así que la relación no puede ser mala”, apunta. No obstante, sí que logró hacer muchas cosas con Ceesepe el artista de la Movida Madrileña, a pesar de que muchas galerías habían desistido: “Era un pintor con un carácter muy especial, trabajamos con él constantemente, pero a las puertas de la muestra murió”.

Miremos un poco atrás. Eres la tercera generación de galeristas de tu familia, con 14 años ibas a la sala de tu padre. ¿Cómo era aquel espacio?

Todo empieza en el año 1973 en una galería de arte en Barcelona que se llama Sala Nonell. Mi padre fue coleccionista mucho tiempo hasta que decidió abrir su galería, le puso entonces el nombre de un pintor catalán muy emblemático, Isidro Nonell, y, además, inauguramos con 35 obras de Nonell que habíamos conseguido sacar del Museo de Arte Moderno gracias a la ayuda de Juan Antonio Samaranch que, en aquel entonces, era el presidente de la Diputación de Barcelona.

A partir de ahí, y en colaboración con otras galerías, comenzamos a hacer exposiciones de Picasso, André Masson, mucha Escuela de París, pintores catalanes, etc. Así transcurrieron 20 años hasta que abrimos galería en el Paseo del Pintor Rosales y luego nos fuimos a Velázquez. Yo crecí con la galería, 14 años colgando cuadros, y ahora hace justo 30 años abrí galería en Claudio Coello dedicada a pintores más jóvenes, más vanguardias, más pintores extranjeros, etc. Mi hermano, por su parte, abrió galería en Nueva York, mi hermana es experta en gemología antigua…

En fin, que era complicado esquivar el sector.

Exacto.

¿Tu padre vive?

No, murió hace cinco años.

¿Y cómo lo recuerdas tratando con los clientes y los artistas?

Mira, muy buena pregunta porque, claro, siempre intentas emularlo. Yo lo miraba con mucha admiración porque era todo un personaje.

¿Por qué?

Bueno, lo era tanto con los clientes como con los artistas. Tenía una forma muy especial de convencer. Date cuenta que vendemos emociones y sentimientos, es una conexión que se tiene o no se tiene, y te aseguro que mi padre tenía muchísima conexión con todo el mundo. Le he visto millones de veces estar hablando delante de un cuadro y, con gran empatía, coger al cliente del brazo y decirle: “Quédatelo, si no lo haces te arrepentirás”. Y, bueno, el cliente se lo quedaba. Conectaba, era especial.

Llevas 30 años en esto, ¿uno no se cansa de los obstáculos?

Como dices, llevo ya demasiado tiempo, me he encargado de las galerías de mi familia, hemos hecho muchas exposiciones en el extranjero, intercambios, estuve dos años en Los Ángeles trabajando.

Pero, ¿la galería de Los Ángeles era vuestra?

No. Era de un cliente que nos contrató. Allí aprendí a vender arte europeo, a ir a casa de los clientes a probar las obras con ventas especiales, aprendí a explicar desde el principio cuando no se conocían de nada las escuelas europeas. Aquí todos conocemos la escuela española, la catalana o la francesa, pero allí no, así que tenía que comenzar todo de cero. Y, entonces, de todo aquello se me quedó la forma de vender, de explicarlo.

Eso sí, también te diré que a veces tienes que explicar muchas cosas y otras no tienes que decir nada. Si te enamoras de este Tàpies de los años 50 –dice señalando una obra de su espacio en el Salón de Arte Moderno (SAM)– es porque tiene algo y punto. En ocasiones hay un algo que te agarra y sencillamente no sabes la razón. A veces hay que guardar silencio porque es bonito, tienes que dejar que el cliente se convierta en observador. Yo a mi personal le digo que guarde silencio, que no rompa ese momento mágico que se produce. Hay que estar atentos, claro, pero de primeras hay que dejar espacio, aunque más tarde le podamos dar al coleccionista una lectura diferente.

A veces no hay que convencer.

Claro. Mi padre decía una cosa a los pintores, les decía que los cuadros ya debían salir vendidos del estudio. Y le comentaban: “Hombre, entonces, ¿tú qué haces?”. Él siempre contestaba que los cuadros tenían que ser tan buenos que debían tener un gancho, ese gancho que consiga que un mero espectador, incluso sin saber nada, diga: “Lo quiero”.

¿Por qué los galeristas sois tan importantes para los artistas? Al final, podrían decir: “Bah, que vengan a mi estudio y que compren sin intermediarios”.

Porque ayudamos a conducir, a canalizar y a ordenar situaciones un poco caóticas. Hay artistas que son muy ordenados y hay otros que hay que reconducir, aunque también hay algunos que son imposibles, que no se reconducen nunca porque no se dejan. Los galeristas hacemos la selección para que estén en el circuito y los promocionamos.

¿Has dicho que no a algún artista? Bueno, imagino que a más de uno, pero, ¿qué te lleva a decir que no a la obra de un artista?

Muchas veces, sí. Y también he dejado de trabajar con muchos artistas por el carácter complicado de algunos de ellos.

¡No me digas!

Sí, sí, la relación con el artista debe ser buena.

Pero, ¿de confianza, de trato amable…?

De confianza, obvio, y de trato también. Deben ser artistas muy trabajadores, que haya una continuidad. Si vas a invertir en la promoción del artista, que gastas muchísimo dinero, la relación no puede ser mala. Incluso, algunos reciben sueldos mensuales para que no se preocupen de nada y sigan pintando. Yo tengo un par de casos así.

Un poco como Peggy Guggenheim con Jackson Pollock para que siguiera pintando.

Sí, sí, sí. Justo como dices. A veces tienes que solucionarle todo.

Ya, yo que pensaba que era cosa del siglo XX.

No, no, estas cosas pasan. También hacemos mucha labor psicológica, son personajes muy creativos, muy especiales, que, además, pasan mucho tiempo solos encerrados creando obra.

De los artistas que han trabajado contigo. ¿Hay alguno que te haya dejado alguna huella especial?

Sí, sí que lo hay, porque me quedé con ganas de hacer una gran exposición con él, una muestra que llevábamos tiempo planeando y es Ceesepe. ¿Lo conoces?

Sí, claro. El pintor de la Movida Madrileña, ¿no?

Eso es. Era un pintor con un carácter muy especial, le llevamos a ferias de Singapur, de Hong Kong, trabajamos con él constantemente y a las puertas de la muestra, por motivos de salud, murió. Teníamos todo planeado, muchos viajes y promociones, a pesar de su carácter complicado, tanto es así que, incluso, muchos galeristas habían desistido. Te confesaré, además, que ha habido pintores muy buenos con los que no he trabajado porque veía que no me iba a llevar bien con ellos, que íbamos a ser incompatibles, y es que un viaje tan largo -el de la promoción y el acompañamiento– que no puedes permitirte malas relaciones. Es que no sale bien, así de sencillo, y a mí no me interesa.

Es casi como tener una pareja, ¿no?

Sí, sí. Hay pintores de los que recibes hasta 30 llamadas al día. Mucho tiempo del trabajo del galerista se lo lleva el pintor, sí.

El otro día escuchaba al antropólogo Carlos Granés, en una charla con Javier Aznar, que ahora el espacio de la performance ha sido usurpado por los políticos, mientras que los artistas se han instalado en un ámbito más aburguesado. Hablo más o menos de cabeza, pero decía algo así. ¿Qué opinas?

Bueno, estoy totalmente de acuerdo. Lo que estamos viendo es mucha agitación, pero creo que ambas cosas no están conectadas.

En las vanguardias históricas la rebeldía era permanente, ahora parece que los artistas apuestan más por el establishment.

Ahora se aboga más por la contemplación, la sugerencia, no por la provocación.

Y como espectador, ¿qué opinas de ese sosiego?

Es cierto que salimos de un año muy complicado, el público tiene ganas de deleitarse con arte y consumirlo. Las muestras que hemos hecho, con las medidas muy restringidas, han sido muy aplaudidas y este –el SAM– es un evento tras un año de parón que está teniendo una respuesta buenísima.

Hay unas piezas magníficas, esa es la verdad.

Escogemos 15 marchantes de arte moderno exclusivamente especializados que presentan en esta feria sus mejores piezas. Todas ellas, además, podrían estar en un museo, pero están aquí y están a la venta. Esta obra de Valdés, ‘Enrique VIII’, casi la puedes tocar, ¿no? Es del año 92, es impresionante y está inspirada en la pieza Hans Holbein que está en el Museo Thyssen.

Este Tàpies, además, es muy extraño. No parece un Tàpies, de hecho.

Sí, es verdad, es algo distinto. Se trata de una época en la que estuvo muy influenciado por las construcciones y los dibujos asirios. ¡Es bellísimo!

La relación entre galeristas, ¿qué tal es?

Pues muy buena, hay compañerismo. No te digo que no haya algunos celos, claro, pero en general, hay una competencia sana de ofrecer lo mejor cada uno en su stand. Hacemos un apoyo común en traer los mejores clientes a la feria donde todo está vestido de gala. Nos reunimos todos porque que el cliente vaya a visitar galerías está decayendo un poco, cuesta que vaya. De un sólo viaje puedes aglutinar muchas cosas, aunque yo recomiendo venir más de una vez porque sueles darte cuenta de detalles diferentes en cada visita.

Los salones de finales siglo XIX y principios del XX eran para los rechazados, para aquellos que estaban fuera del circuito oficial.

Exacto. Mira, a mí hay una cosa que me gusta mucho alrededor de las presentaciones de las muestras en los salones y que se hacía en Francia: el último barnizado de los cuadros. Éste se hacía público y para ello se invitaba a los clientes para que lo vieran, así es como el barnizado de cierre se convirtió en los cócteles tal y como los vemos ahora. Se trata del punto y final, es el momento en el que está todo listo para comenzar y eso a mí me parece muy bonito, la verdad.

@MaríaVillardón