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Las pandemias en la prehistoria

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Pandemias en la prehistoria.
Francisco María
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Cuando pensamos en pandemias, solemos imaginar eventos históricos recientes: la peste negra en la Edad Media, la gripe española en 1918 o incluso el COVID-19. Pero, ¿alguna vez te has preguntado si nuestros ancestros prehistóricos también enfrentaron brotes de enfermedades que afectaron a grandes grupos humanos? Aunque no dejaron crónicas ni registros escritos, la ciencia actual está empezando a revelar que sí, las pandemias no son exclusivas de los últimos siglos.

Enfermedades antes de la historia escrita

La prehistoria abarca miles de años, desde los primeros homínidos hasta la aparición de las primeras civilizaciones y la escritura. Durante ese extenso periodo, los seres humanos comenzaron a agruparse en comunidades más grandes, adoptaron la agricultura, domesticaron animales… y con todo eso, también se expusieron a nuevos riesgos: los patógenos.

Un estudio reciente (2025) analizó el ADN de restos humanos antiguos y encontró evidencias de más de 200 patógenos diferentes, muchos de los cuales probablemente causaron infecciones graves. Estos hallazgos indican que las enfermedades comenzaron a propagarse de forma más frecuente entre hace 6 500 y 5 000 años, justo cuando las sociedades se estaban volviendo más complejas y sedentarias.Virus del Covid

La domesticación y las primeras epidemias

El paso del nomadismo a la vida en aldeas trajo grandes ventajas, pero también riesgos invisibles. Al vivir cerca de animales domesticados, nuestros antepasados estuvieron más expuestos a enfermedades zoonóticas, es decir, aquellas que se transmiten de animales a humanos. La convivencia estrecha y la densidad de población hicieron que incluso bacterias poco agresivas pudieran propagarse fácilmente.

Uno de los casos más estudiados es el de la Yersinia pestis, la bacteria que siglos más tarde causaría la peste negra. Se han encontrado cepas primitivas de esta bacteria en restos humanos que datan de entre 3000 y 5000 a.C., mucho antes de que se convirtiera en una amenaza global.

Curiosamente, esas cepas antiguas no tenían las mismas características que las de la Edad Media. Por ejemplo, no podían transmitirse a través de pulgas, lo que sugiere que la bacteria provocaba infecciones directas (como septicemia o neumonía) y que, si bien era peligrosa, su capacidad de contagio era más limitada.

El “declive neolítico” y su posible vínculo con las enfermedades

Entre los años 3500 y 3000 a.C., muchas poblaciones europeas experimentaron un colapso demográfico notable. Aunque hay múltiples explicaciones, desde crisis agrícolas hasta cambios climáticos, algunos investigadores han sugerido que las epidemias podrían haber tenido un papel importante en ese declive.

La presencia repetida de Yersinia pestis en tumbas de la época, especialmente en Europa del norte, respalda la idea de que estas comunidades estaban lidiando con brotes recurrentes. Se ha encontrado que al menos uno de cada seis individuos enterrados en ciertos yacimientos estaba infectado, y que estos brotes ocurrieron en un lapso de apenas un siglo. ¿Podría tratarse de una pandemia prehistórica? Todo apunta a que sí, aunque probablemente más localizada y menos explosiva que las pandemias modernas.

¿Cómo sabemos todo esto sin escritos?

La respuesta está en la paleogenómica, una rama fascinante de la ciencia que analiza el ADN antiguo conservado en huesos y dientes. Gracias a tecnologías como la secuenciación de nueva generación, los científicos pueden detectar rastros de bacterias o virus que infectaron a una persona miles de años atrás, incluso si esa enfermedad no dejó señales visibles en el esqueleto.

Esto ha permitido identificar patógenos antiguos con un nivel de detalle impensable hace apenas una década. No solo sabemos qué tipo de enfermedad pudieron haber tenido ciertos individuos, sino también cómo evolucionaron esos microbios y en qué momento adquirieron los genes que los volvieron más peligrosos.

¿Eran realmente pandemias o solo brotes aislados?

Para que una enfermedad se considere una pandemia, debe afectar a grandes grupos humanos distribuidos en distintos lugares. En el caso de la prehistoria, es difícil probarlo con certeza, ya que no tenemos registros escritos ni mapas de contagio. Sin embargo, el hallazgo de patógenos similares en distintas regiones y épocas cercanas sugiere que algunas infecciones sí pudieron propagarse más allá de una sola aldea o comunidad.pandemia

Podríamos decir que fueron las primeras formas de pandemia, en un mundo aún desconectado, pero donde las rutas de migración, el comercio de bienes y el contacto entre clanes facilitaban la diseminación de enfermedades.

Más allá de Europa: otros brotes antiguos

Fuera del contexto europeo, también existen casos que ilustran cómo las enfermedades pudieron diezmar poblaciones enteras. Un ejemplo impactante es el de la epidemia del siglo XVI conocida como “huey cocoliztli” en Mesoamérica. Aunque ya no estamos en la prehistoria, el análisis genético de los restos indica que una variante de Salmonella enterica pudo haber sido una de las causas de la mortandad masiva entre los pueblos indígenas, tras el contacto con los europeos.

Este tipo de investigaciones refuerza la idea de que muchas grandes epidemias del pasado han sido invisibles hasta ahora, y que recién estamos comenzando a entender su verdadero impacto.

El legado invisible de las pandemias prehistóricas

Gracias a la ciencia moderna, estamos empezando a reconstruir ese capítulo perdido de la historia: el de las pandemias prehistóricas. Y aunque no dejaron huellas en papel, dejaron rastros en nuestros huesos… y en nuestro ADN.

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