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No hay vuelta atrás: el glaciar del juicio final, a punto de un colapso que cambiará todo

El glaciar Thwaites, conocido mediáticamente como el Glaciar del Juicio Final, avanza hacia un punto crítico que ya apenas deja margen para la duda. Situado en una región remota de la Antártida, este gigante helado es uno de los sistemas que más rápidamente está cambiando en todo el planeta, y lo que ocurra con él marcará la evolución del nivel del mar durante las próximas décadas. No es sólo una cuestión científica, sino una pieza clave en el clima global.

Las imágenes por satélite, los sensores GPS y los modelos numéricos coinciden en un mismo diagnóstico. La plataforma de hielo que actúa como tapón natural está perdiendo estabilidad y podría desencadenar un proceso de retroceso acelerado tierra adentro. El escenario no es inmediato, pero sí plausible dentro de un marco temporal que ya se mide en décadas, no en siglos. Mientras tanto, la comunidad científica internacional acelera el análisis de cada nueva grieta, cada desplazamiento y cada patrón de deformación. El último estudio de la Colaboración Internacional del Glaciar Thwaites ofrece un retrato minucioso del colapso gradual que ha ido sufriendo la plataforma oriental durante los últimos 20 años. Y el resultado dibuja un panorama inquietante: la estructura se ha debilitado hasta un punto en el que cualquier perturbación adicional puede actuar como detonante.

No hay vuelta atrás: el glaciar del juicio final, a punto de un colapso

Para entender la magnitud del problema conviene fijarse en el papel de la plataforma de hielo. Su extremo norte está apoyado en una cresta del fondo oceánico, una especie de anclaje natural que durante décadas ayudó a frenar el flujo del glaciar. Ese equilibrio, sin embargo, se ha deteriorado de forma acelerada. Las grietas en los tramos superiores se multiplicaron desde comienzos de los 2000 y, lejos de estabilizarse, han creado un patrón de debilitamiento continuo.

El equipo de la Universidad de Manitoba analizó dos décadas de datos observacionales y encontró un proceso en cuatro fases claramente diferenciadas. La primera arrancó con grietas largas, alineadas con el flujo del hielo, que se extendían hacia el este y superaban en algunos casos los 8 kilómetros. Después llegó una segunda oleada de fisuras más cortas, de menos de 2 kilómetros, orientadas en sentido transversal. Su proliferación fue tan intensa que duplicó la longitud total de fracturas en la plataforma: de 165 kilómetros en 2002 a más de 330 en 2021. No se trata sólo de números; es la huella física del agotamiento estructural de un coloso que ya no consigue soportar las tensiones internas.

Veinte años de aceleración y daños acumulados

Los cambios en el patrón de tensiones explican buena parte de esta evolución. Entre 2002 y 2006, la plataforma fue acelerada por corrientes rápidas cercanas, lo que generó compresión sobre el punto de anclaje. En ese momento la plataforma todavía actuaba como un bloque relativamente estable. Pero a partir de 2007, la zona de cizallamiento que servía de unión entre la plataforma oriental y la lengua de hielo occidental se desplomó. Toda la presión comenzó a concentrarse en el punto de anclaje, que acabó fracturándose.

El periodo más crítico llegó a partir de 2017, cuando las grietas comenzaron a atravesar completamente la plataforma y la conexión con la dorsal dejó de cumplir su función. La consecuencia directa fue un aumento de la velocidad del hielo aguas arriba, un indicador inequívoco de desestabilización. En términos sencillos, Thwaites perdió el freno.

Los sensores GPS instalados entre 2020 y 2022 registraron además un fenómeno preocupante: la propagación hacia el interior de los cambios estructurales a una velocidad de alrededor de 55 kilómetros por año. Es decir, que el hielo no sólo  se rompe en la superficie sino que la deformación avanza, se extiende y reorganiza todo el sistema de tensiones. Paralelamente, los análisis satelitales mostraron un aumento notable en la tasa de deformación por cizallamiento, así como en el área afectada por la mezcla interna del hielo.

Todo ello se traduce en una plataforma que ha pasado por tres estados de tensión distintos en dos décadas: extensiva, compresiva y nuevamente extensiva. Incluso la zona situada justo aguas arriba del anclaje ha invertido su comportamiento, pasando de comprimir a estirarse. Cada uno de estos cambios confirma la misma conclusión: la plataforma ha perdido su soporte natural y está funcionando al límite.

Un ciclo que se alimenta a sí mismo

Uno de los hallazgos más relevantes del estudio es la existencia de un bucle de retroalimentación. A medida que las grietas aumentan, el hielo se desplaza más rápido; y cuanto mayor es la velocidad, más grietas aparecen. Es un circuito cerrado que acelera el deterioro y adelanta el momento en que el sistema no podrá sostenerse.

Este comportamiento no es exclusivo de Thwaites. La historia reciente de la Antártida ofrece paralelismos claros, como el caso de la plataforma Wadi, en la península antártica occidental. Allí, un abultamiento que inicialmente parecía estabilizador se convirtió en el punto exacto donde comenzaron las fracturas que llevaron a su desintegración. El patrón se repite: una estructura aparentemente sólida acaba siendo el epicentro del colapso.

En Thwaites, el problema se amplifica porque el glaciar reposa sobre un lecho de pendiente inversa. El fondo oceánico se hace más profundo hacia el interior del continente, de modo que, una vez iniciado el retroceso, la tendencia natural es que avance de forma acelerada. Es, en términos técnicos, una configuración extremadamente vulnerable.

El impacto global y lo que puede ocurrir ahora

La masa total del glaciar Thwaites es suficiente para elevar el nivel del mar alrededor de 65 centímetros si colapsara por completo. No se trata de una subida súbita, pero sí de un escenario de impacto global que afectaría a zonas costeras de todos los continentes. A ello se suma el efecto dominó sobre glaciares vecinos que dependen estructuralmente de la estabilidad de Thwaites.

Modelos numéricos previos apuntan a un ritmo de retroceso cercano al kilómetro anual durante los próximos cuarenta años. El nuevo estudio no modifica esa estimación, pero aporta una pieza clave: evidencia directa del deterioro que está empujando al glaciar hacia ese escenario.

Para la comunidad científica, estos resultados ayudan a validar modelos y a anticipar comportamientos similares en otras plataformas de hielo antárticas. Para el resto del mundo, son una señal de advertencia. El sistema ha entrado en una fase en la que cada temporada aporta nuevas tensiones, nuevas grietas y un margen cada vez más estrecho para la incertidumbre.

Por ahora, todo apunta a que el debilitamiento seguirá acelerándose. Y aunque la velocidad exacta del colapso aún no está definida, el sentido de la evolución parece, como dicen los propios investigadores, difícil de revertir.