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Crisis de pareja: cómo manejarla después de tener un bebé

La llegada del bebé puede causar mucho estrés hasta el punto de producirse una crisis de pareja.

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El postparto y la crisis de pareja

La crisis de pareja puede darse por numerosos motivos que pueden o no tener que ver con la llegada de los hijos. Cuando esto ocurre después de la llegada del bebé, las causas pueden referirse a la inexistencia de un diálogo para la reorganización de la pareja que pasa por un gran estrés. Los cambios que vienen pueden hacer que las personas quieran separarse inmediatamente después del nacimiento del niño porque ocurren cambios influyentes que los socios no pueden dominar. ¿Cómo enfrentarse entonces a ello? ¿Cómo manejar una crisis de pareja después de tener un bebé?.

Crisis de pareja con los hijos

Uno de los mitos más importantes a disipar cuando se tiene una crisis de pareja tras el nacimiento del bebé, es que tal vez uno o ambos miembros de la pareja no están preparados para ser padres . En realidad todos lo somos desde que nacemos porque tenemos derecho a parir un hijo biológicamente. Sin embargo, desde un punto de vista psíquico, esta experiencia se puede vivir de muchas maneras y ciertamente no es fácil para nadie.

La vida se pone patas arriba y el interés personal se reparte de forma también muy desequilibrada con el del hijo . De esta forma la pareja pasa de la pura complicidad sexual a la de dos compañeros de piso que solo comparten gastos, necesidades y tareas a realizar.

Otro mito a disipar es que los niños pequeños no sufren la separación de los padres. Incluso a temprana edad sufrimos traumas solo que existen diferentes formas de manifestar las consecuencias en función del grado de madurez experimentado en ese momento en particular.

Quizás un niño muy pequeño pierde el apetito, tiene mal genio y no duerme bien mientras que el adulto se refugia en el alcohol, el sueño, las drogas o los episodios de ansiedad, depresión e ira. De modo que incluso los niños sufren la crisis de pareja porque de diversas formas perciben la presencia de una situación tensa que los lleva a discusiones, enfados, gritos y otros hechos desagradables.

La relación no tiene que seguir aunque haya hijos

No debemos sentir que tenemos que continuar una relación en la que no nos sentimos cómodos. La voluntad de superar la crisis debe ser conjunta porque, en este caso, hay muchas formas de hacerlo. El consenso de ambos socios es necesario para comprometerse mutuamente a superar los problemas críticos.

De lo contrario, la pareja irá hacia la ruptura que, sin embargo, siempre debe tener como objetivo preservar la estabilidad de los hijos. Es bien sabido que éstos muchas veces se colocan en el centro del conflicto, arrancados por uno u otro progenitor con el fin de beneficiar, encomendar o confirmar las propias razones.

Incluso si el niño es muy pequeño, siempre se debe pensar en su bien y considerar que dar vueltas y vueltas solo le causa traumas emocionales muy profundos. Demasiado amor o énfasis excesivo en el conflicto corre el riesgo de dañarlo, comprometiendo su psique en crecimiento y desarrollo.

Si la pareja está rota hay que comprometerse con los pequeños

Los niños necesitan tiempo para comprender que el vínculo familiar se ha roto y que eso no afectará el cariño que ambos le tienen. Actuar de esta manera no es fácil, sobre todo porque las situaciones pueden variar en diferentes grados de conflicto. En cualquier caso, cuando el diálogo y el compromiso no sean posibles sin una mediación externa, será preferible consultar a un especialista en terapia de pareja.

De esta manera se puede llevar el conflicto a su resolución sin «daños colaterales», es decir, los niños. Para no perder su confianza y su cariño, es importante respetarlo en todas las edades, estableciendo un diálogo constructivo que puede ser asistido por un psicólogo.

Solo así se puede resolver y superar la crisis de pareja sin causar daños y traumas a quienes nos rodean. No hay nada de malo en obtener ayuda. No dejemos que nuestras razones ciegas o nuestro egoísmo emocional abrumen la inocencia de un niño. De ello depende su futura estabilidad emocional y mental.