El sueño imposible del Mallorca

Además del título de una canción, «The impossible dream», es más bien un bolero de pesadilla para motivar a un equipo que no está para tales exigencias. Si el fichaje de Jagoba Arrasate, sin aval en la planificación de la plantilla, respondía a la necesidad de ofrecer un espectáculo que oponer al aburrimiento mortal propuesto por su predecesor, Javier Aguirre, este final de liga se parece tanto que casi sugiere un «dejà vu» impropio de la posición que pregona la tabla.
Nos recuerda el técnico de Berriatua que «no se pude sacar pecho por la victoria en San Sebatián, no hacer dramas de la derrota contra el Celta». En todo caso, el sopor, la desesperante lentitud, escasa ambición y otras hierbas de mal sabor, que provocan sus discípulos izan en lo alto de las paredes de Son Moix la bandera de la tragicomedia.
No salió la segunda parte del plan trazado una semana atrás. Tres centrales de los que solo dos poseen capacidad suficiente para salir con el balón, para jugar en corto en el centro del campo en torno a la referencia ineludible de Sergi Darder si no surge imprecisión previa, la asistencia de un melón en lugar de la pelota o, en el mejor de los casos, un revoloteo de la cabeza pensante a la espera de que algún compañero decida abrir una línea de pase y, ya no digamos, un simple desmarque de ruptura. De llegar a rematar entre los tres palos si por casualidad se da la ocasión, mejor no hablemos. Todo, eso si, con una amarga sensación de auto complacencia que exaspera a la grada y defrauda cualquier expectativa de exagerado optimismo.
El Leganés, encantado. Tampoco dio para mucho, pero su precaria situación le delata. Aun así no cabe olvidar los dos paradones de Greif que evitaron un ridículo más notorio. Nada de eso necesito el cancerbero rival, Dimitrovic, agradecido por el gentil disparo a su cuerpo de Antonio Sánchez, minuto 91, en el único disparo en dirección al marco que cubría. Y eso en 98 minutos de partido es muy poco o, repitamos, nada para mirar hacia arriba ni, me temo, que tampoco para escapar de abajo, aunque ese es problema ajeno. ¡Menos mal!.