EL CUADERNO DE PEDRO PAN

‘Mare de Sucre’ o la discapacidad elevada a reivindicación

La obra de Clàudia Cedó, representada en el Principal, cuenta la historia de una chica con discapacidad intelectual que quiere ser madre y debe enfrentarse a la incomprensión de su comunidad

mare de sucre
Un momento de la representación de 'Mare de Sucre'

Cuando tenía 18 años, no alcanzo a recordar cómo ocurrió pero sí sé que formé parte de un grupo de adolescentes voluntarios que acudíamos por turnos al domicilio de un conocido empresario de la época que tenía una hija afectada de una discapacidad profunda que recibía tratamiento desde una clínica de EEUU. Nuestra misión era, en grupos de cuatro, ayudarla a coordinar movimientos de sus extremidades. Recuerdo cómo reía Victoria. Con el tiempo adquirió un porcentaje de movilidad. No he vuelto a saber.

Lo que sí recuerdo es el estreno en Palma de la película de Barry Levinson Rain Man (1988), en la que Dustin Hoffman interpretaba a un autista. Me llamó Maribel Morueco, directora del recién creado Centro Gaspar Hauser, invitándome a una sesión especial en el cine Metropolitan ya desaparecido. Conocía mi trabajo en el periódico. Acudí y desde entonces nuestra amistad ha continuado. He visitado varias veces el Gaspar Hauser, viéndolo crecer, y también he acudido a ediciones de teatro escolar con niños autistas. Es algo realmente muy emocionante ver cómo se implicaban las monitoras, así como la voluntad de afirmarse de aquel inusual cuadro actoral.

Cuando, días pasados, asistí en el Teatre Principal de Palma a la función de Mare de Sucre, debo reconocer que se me hizo cuesta arriba escribir sobre esta obra. Necesitaba tomarme mi tiempo y no hacerlo precipitadamente. Me equivocaba, al pensar que pudiera haber por parte del Teatre Nacional de Catalunya alguna intencionalidad especulativa y me equivocaba porque no me había preocupado de entender lo básico: por encima de todo, estaba Clàudia Cedó, autora de la obra. Esta actriz y dramaturga de 39 años, por encima de todo es licenciada en Psicología por la Autónoma de Barcelona, enamorada del teatro desde su infancia. Llegados a este punto me parece lo más apropiado recordar la sinopsis de Mare de Sucre: la historia de una chica con discapacidad intelectual que quiere ser madre y debe enfrentarse a la incomprensión de su comunidad. Ella es Cloe.

Clàudia Cedó, que procede del teatro regional, creó el año 2006 Escenaris Especial’, con la idea de hacer teatro con personas en riesgo de exclusión social. Como psicóloga contratada por la Generalitat, había trabajado en centros penitenciarios, con personas autistas y otras en deshabituación, y en paralelo no dejaba de lado el teatro, su gran pasión. Hasta recalar el 2017 en la Sala Beckett como dramaturga residente. Entonces cambió de planes, porque el proyecto inicial quedará eclipsado por un aborto en el quinto mes de embarazo, el punto de partida de Una gossa en un descampat estrenada el 2018, dirigida por Sergi Belbel. “Estando de dramaturga residente”, ella cuenta, “después del aborto utilicé aquella vivencia como la materia prima. La obra no habla solamente de muerte perinatal, sino de encontrar sentido a las cosas que aparentemente no lo tienen”.

No es exactamente lo mismo, si bien me permito presuponer que esta obra estaba en el ánimo de Cedó, una vez embarcada en Mare de Sucre, que nos habla de maternidad deseada.

Mare de Sucre se estrenó a mediados del 2021, después de dos años de trabajo en su hábitat natural: Escenaris Especials. Es decir que lo peor de la pandemia les ha acompañado durante el proceso. La expresión mare de sucre nos refiere un recuerdo infantil sobre la fragilidad. Pero desde el punto de vista conceptual esta obra responde, fielmente, a los fundamentos que siempre guían a Clàudia Cedó: “Pienso que el teatro es terapéutico, lo que hace que los intereses de un dramaturgo y un psicólogo son parecidos, del mismo modo que actores y actrices son conocedores de la maquinaria emocional”. El referente de su trabajo es por encima de todo el docudrama.

Recuerda Clàudia Cedó que durante los procesos de montaje del proyecto Escenaris Especials la maternidad siempre había sido un tema recurrente y conforme avanzaba esta obra para el Teatre Nacional de Catalunya, “lo que estábamos haciendo, en realidad era una Antígona; una mártir contra un tirano, en este caso identificado con una estructura legal respondiendo a una sociedad incapaz de entender; su falta de empatía al no pensar en todas las personas que conforman en su conjunto la sociedad. Lo que supone una injusticia social, y acto seguido, que nos estamos perdiendo la riqueza de la diversidad que existe en la sociedad”.

Andrea Álvarez es Cloe en el escenario y, por tanto, la piedra angular sobre la que se levanta el relato. De los siete intérpretes, la mitad señalados por una incapacidad, y dos de ellos, Mercè Méndez y Judith Pardàs, habían compartido con Álvarez el proceso elaborado desde Escenaris Especials si bien para Clàudia Cedó, a quien se le ilumina el rostro durante cada una de sus declaraciones, “como directora tengo la sensación de haber trabajado con siete intérpretes y entre todos hemos construido la historia”.

Una última reflexión de Clàudia Cedó: “Para ellos (los intérpretes con una discapacidad) es un chute de autoestima porque suben a un escenario y la experiencia frente al público les está diciendo que su voz es importante y con ellos en el teatro puedes trabajar sus habilidades sociales, también las comunicativas o la expresividad emocional. Saber conectar con los demás”.

Entonces sí, desde la soledad de mi escritorio días después pude levantarme y aplaudir, sincero, esa monumental representación de Mare de Sucre. De paso, también pude reflexionar sobre la gran hipocresía de los servicios sociales, aquellos incapaces de proteger a las niñas tuteladas y prostituidas.

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