Irene Montero, ¿son tus palabras misóginas?

Irene Montero, ¿son tus palabras misóginas?

Las palabras no tienen sexo. Aunque eso sí tienen género. A saber, masculino, femenino y neutro. Los vocablos inteligentes como nadie, avispados —diría yo— se han adelantado a la postmodernidad podemita. El pseudoprogresismo nos envuelve. Incluso tienen género neutro, lo que debería llevar a Irene Montero a postular la concesión de una placa de este género a Manuela Carmena en un edificio bien situado de Chueca, mi querido y vivido barrio madrileño. La palabra «voz y su compuesto portavoz», que han suscitado estos días una agitada polémica en radio y prensa —la tele apenas la veo— vienen del latín «vox , vocis» y que pertenece gramaticalmente, guste a quien guste, al  género femenino en la lengua de Virgilio . La reina Dido disfrutaría a buen seguro de una voz cadenciosa y sibilante a juzgar por los versos de la Eneida.  La palabra «portavoz » es un neologismo compuesto del verbo latino «portare», es decir «llevar la voz», que ninguna otra cosa significa una “portavocía”.

A diferencia de la ciencia genética y bioquímica, la lingüística moderna ni después de obtener sus más avanzadas conquistas, ni estructuralistas ni generativas  —que le pregunten al poco dudoso Noah Chomsky— ha conseguido que se cambie el género a una sola palabra por la deliberada decisión de la voluntad humana —cada palabra tiene su género en su idioma y éste es el que es—. Así que su género —no su sexo— permanece invariable desde la noche de los tiempos. Aquellos de la vieja Hispania romana de la que heredamos la lengua castellana. También la catalana, pido por ello disculpas de paso a la señora Forcadell, otra fémina egregia del chascarrillo hispanófobo. En la biología genética la ciencia ha superado con creces al lenguaje, pues puede cambiar el sexo del individuo/a o sujeto —que no sujeta— según el designio o capricho del interesado. Y esto es lo que tienen los vocablos que como los países son producto de su Historia. Y de una tradición de más de 2.000 años.

Aunque claro, imagino que Doña Irene observa esto como una rémora, y como el privilegio de una herencia —odiosa palabra también femenina y además burguesa— qué horror. Pero estimada Doña Irene consideres lo que consideres —con ese estilo tan cheli que me pone— las palabras no tienen sexo ni la etimología tampoco. Ahora bien, si queremos retorcer el léxico añadiendo sufijos «a» y/o «o» a la raíz de los lexemas o alborotar la semántica después de un aluvión de gin tónicas en el bar del Congreso, para prescribir el género masculino o femenino, nos encontraremos sin duda con ridículas palabras que provocarán a buen seguro la más jocosa hilaridad del respetable . Eso sí, reconozco que la palabra «portavoza» por usted elegida como ariete del feminismo más estético-linguístico,  al menos conserva la «z», ejemplo probo de hispanidad  manchega  —ez que— nos recuerda al ínclito  D. José Bono —aunque nunca una letra tan española como nuestra única letra “ñ”, bastión de la lengua de Cervantes—.  Imagínense ustedes la palabra sin «z» » portavoca», qué escándalo provocaría.

Cuestión de matices

No olvidemos que al tratarse fonéticamente de una pronunciación labial en español  —no así en la América de habla española ni en el sur peninsular— debería escribirse con » b» es decir » portaboza». Todo ello por el llamado fenómeno del » betacismo » castellano —y vasco—, es así que la palabra “vaca” la escribimos con «v» cuando en realidad la pronunciamos como » b» baca. Aunque esta última palabra ya tiene otro significado homónimo… pero no quiero seguir por este camino pues nos llevaría al más fútil absurdo surrealista. Lo más gracioso de todo Sra. Montero es que a la palabra «portavoz » que es en sí misma y según reza la gramática española es femenina quiera usted añadirle un sufijo femeneizante —palabra que me invento gracias al reciente movimiento «mee too»—  por creer usted que era masculina. ¿No le enseñaron en el colegio que también existen artículos determinados que unidos al sustantivo pueden concordar en género y número? Y así darle pistas del género.

Bastaría con decir » la portavoz » o » el portavoz» para identificar el género de quien ostenta la portavocía. No confundamos —estimada diputada— egregia donde las haya de su bancada, la política con la lingüística, la física con la metafísica ni la gimnasia con la magnesia. Presénteme por favor a su profesor de lengua —seguro que fue de la ESO—  para que nos de unas clasecitas de semántica parda de la política Millenium. Aunque seguro que él no tiene la culpa de las bondades de tan socialista sistema de enseñanza. Conservémoslo señores peperos del PP con su variante azul pijíta y chelì gramatical para que Doña Irene siga moradita representando a la progresía guay del distrito Retiro —tiene muchos seguidores allí según me han dicho—.

Manténgase en política muchos años para destrozo patrio y azote de los patricios dominantes, pero eso sí por favor deje usted tranquilo el idioma español. Desde Rosalía de Castro a la Condesa de Pardo Bazán se desternillaran en sus moradas del paraíso cacarcajeándose de sus ocurrencias podemitas. Hubiera sido usted Sra. portavoza de Podemos fuente de excitante inspiración para las greguerias de D. Ramón Gómez de la Serna. Digna fémina del esperpento político valleinclanesco de nuestra España del 2018. Que suerte tenerla en el Congreso…..no se vaya por favor a la Real Academia.

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