El Arte de observar: 4 pinturas inspiradas en paisajes reales

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El Arte de observar: 4 pinturas inspiradas en paisajes reales 1

El Arte es una forma de expresar, de imaginar y, sobre todo, de crear. Pero muchas veces se debe a la serendipia. Esa palabra tan bella y extraña que significa encontrar algo mientras buscabas otra cosa. Los pintores, en busca de sus musas, en algunas ocasiones se dieron cuenta que lo que tenían delante de sus ojos ya era una maravilla. El resto… es Historia.

El exotismo buscado en Tahití

Iniciamos nuestro viaje virtual con Paul Gauguin, el pintor que quiso escapar del romanticismo francés y creó su propio estilo, propio aún a día de hoy. Pinceladas suaves, contornos definidos y miradas dulces son algunos de los aspectos que caracterizan una de las pinturas más reconocidas del pintor, Mujeres de Tahití.

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Un idílico paraíso en sus sueños que resultó ser más bien una adaptación colonial, infectada por Occidente. De este modo, podemos apreciar el dualismo de la ciudad en estas dos mujeres: una, representante del folclore, tonos llamativos y floreados, y la otra, correctamente sentada, tapa su cuerpo con un vestido rosa pastel que no deja nada al descubierto. El pintor quería inclinar la balanza hacia su soñado edén con su Arte y colocó un mar de fondo. Que no dejara dudas de que aquella isla conservaría su libertad mientras estuviera bañada por el mar.

Un grito ahogado en Oslo

La siguiente parada tiene tintes psicológicos pero es más real de lo que muchos creen. Una tarde cualquiera del otoño de 1893, Edvard Munch paseaba por una colina de Oslo llamada Ekeberg Hill. De repente todo dio un vuelco. Un atardecer que hizo que el artista se parara en seco. Sentía gritos en sus entrañas mientras sus acompañantes seguían la marcha. Ansiedad. Puramente El grito.

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Nunca un cuadro plasmó de tal modo un sentimiento

Un rictus a punto de desencajarse, un cielo en llamas y una persona varada ante el mundo. Las líneas expresionistas se contornean a la vez que lo hace el gesto del transeúnte. Superado, al borde de la extenuación, sin ninguna delimitación.  Los más bohemios pueden jugar a sentirse como el pintor en el que sigue siendo uno de los miradores más bellos de Noruega. Recordando ese “terrible grito infinito que rugía a través de la naturaleza”, traducido por el mítico pintor.

Málaga y Tarragona se unieron

España, tierra de parajes, no podía faltar entre las musas del Arte. El malagueño Pablo Picasso quedó enamorado de Horta de Sant Joan y sintió la necesidad de contarle al mundo este amor en dos ocasiones. En en sus inicios, hacia 1898, con un lenguaje tradicional, suave y difuminado. Una etapa que ya había abandonado cuando, diez años después y en compañía de su amada Fernande Oliver, se reencontró con su inspiración.

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La fábrica de Horta, muestra del cubismo de Picasso

La nueva visita hizo que la conexión del artista con el lugar fuera eterna. Y así lo plasmaron sus cuadros, puro cubismo traducido en La fábrica de Horta o Casas en la Colina. Un eco de aquel pueblo apilado entre casas, colores y tierra con azules y grises y la sensación de profundidad calaron hondo en el corazón del malagueño. “Todo lo que se, lo he aprendido en Horta” dijo una vez el genio andaluz.

No son molinos, es el arte de Toledo

En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre todos nos acordamos… El Greco se convirtió en el artista que hizo grande a Toledo, la eterna ciudad visigoda. El artista griego llegó a la ciudad manchega desde Madrid en 1577. Dejando de lado las grandes avenidas de la capital, el desnivel y las calles laberínticas de su nuevo destino impresionaron de tal forma al pintor que no tuvo más opciones que plasmarlas.

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La oscura y hermética Vista de Toledo

El Toledo medieval y renacentista se tradujo en las sombrías pinturas de El Greco, más barrocas. Aunque sus madonas son un icono, esta pequeña ciudad contribuyó a la madurez artística del griego. Del romanticismo italiano, se topó con los muros y la austeridad toledanos. Elementos que no dudó en tomar como suyos en El entierro del Conde de Orgaz o la oscura Vista de Toledo. Una simbiosis plástica y emocional que Toledo no olvida.

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