Televisión, cine y series
Adiós a una estrella

Pequeño homenaje a Diane Keaton, la mujer transparente

Repasamos tres papeles de la actriz que han marcado a generaciones enteras

El pasado 11 de octubre le dijimos adiós a Diane Keaton, toda una leyenda de Hollywood. Musa de muchos y guardiana de un estilo personal y estilístico inconfundible. De ella dijo en una ocasión Meryl Streep que era “la mujer más tapada del mundo pero la más transparente”, alguien “capaz de desnudarse en cada papel que hacía”. Es cierto. Bajo sus atuendos masculinos, su cuello siempre cubierto, sus sombreros y sus tonos neutros había un personaje que ha marcado la educación emocional de muchos espectadores, incluyendo a un servidor. De Diane Keaton no se va a contar nada que no se sepa pero quiero rendirle homenaje a través de lo que yo, en diferentes épocas de mi vida, he aprendido de ella y de su trabajo. Esa es, al final, la misión de cualquier artista; transformar. A mí, sobre todo con tres de sus papeles, Keaton me hizo ver el mundo de manera distinta y, por ello, mientras la recordemos, seguirá viva.

Quede dicho que los actores, en su gran mayoría, son sólo piezas mecánicas de un producto mucho más enorme. Normalmente no crean ellos las historias, ni las producen, ni las graban, montan, etc… Pero también es cierto que un intérprete es la cara visible, es quién tiene la responsabilidad de transmitir y por ello, su labor es importante. Por ello los conservamos en nuestra retina y los transformamos en estrellas. Hay tres papeles de Diane Keaton que me cambiaron, cuyo eco aún resuena en mi filosofía de vida y que quizá, sólo quizá, no hubieran tenido el mismo impacto si los hubiese hecho otra actriz.

Diane Keaton en ‘El Padrino’ (Paramount Pictures)

La gran experiencia cinematográfica

Me entero de la muerte de Keaton a los 79 años, llego a mi casa y me pongo Misterioso asesinato en Manhattan (1993). Suelo regresar a esa película cada ciertos meses. Es mi lugar feliz. La vi con catorce años. No tenía muchos amigos en esa época y fui solo al cine. Elegí la cinta por el título, no tenía ni idea de qué iba ni de quién era Woody Allen (al que llevo décadas venerando) pero quería ver algo de intriga. Lo que me encontré fue una pasión vital.

En gran parte amo el cine gracias a Misterioso asesinato en Manhattan. Fue la primera vez que quería estar dentro de una película. Deseaba conocer a esos personajes, llevar sus vidas, irme a cenar con ellos, pasear por Nueva York y destapar al asesino de una vecina mientras arreglo mi vida sentimental. El cine es aspiracional y Misterioso asesinato en Manhattan incrustó en mí una forma de querer ser en el futuro.

Además, una vez que racionalicé la película, me dí cuenta de que Allen, lo que hacía realmente, era criticar esa clase burguesa neoyorquina que siempre ha retratado y para ello utilizaba a una mujer aburrida que se obsesionaba con un misterio sólo porque no tenía nada más que hacer. Ella era Diane Keaton, haciendo por enésima vez el rol por el que se hizo más icónica: el de neurótica infeliz que solo quiere dar sentido a su vida de las manera más locas. Quise y quiero ser su amigo. Lo soy, de hecho, cada vez que veo la película.

Mujeres y hombres

Para mí, la trilogía de El Padrino, una de las grandes joyas de la historia del cine y culturalmente icono para muchos tipos de masculinidades, es la obra que es gracias a unos personajes femeninos con los que descubrí cuáles eran los roles de género en esa y en otras épocas.

Diane Keaton en ‘El Padrino’ (Paramount Pictures)

Recuerdo ver la escena de El padrino II  (mi favorita)en la que Michael Corleone abofetea a Kay Adams y dar un grito. Ella le confiesa haber abortado porque no quería a un hijo como él y el mafioso carga su ira contra su esposa. Esa cara de Diane Keaton en ese momento, su poder y sus contradicciones morales fueron una semilla en mi educación emocional y política.

La fortuna de amar

La habitación de Marvin (Jerry Zaks, 1996) es un drama casi televisivo pero que contaba con, nada más y nada menos, Meryl Streep, Leonardo Di Caprio, Robert De Niro y Diane Keaton en los papeles principales. Ésta última (nominada al Oscar por su papel) interpretaba a una mujer enferma de cáncer que ha pasado gran parte de su vida cuidando a su padre y a su tía en su vejez.

Hay un momento, hacia el final, en el que Bessie (Keaton) le dice a su hermana Lee (Streep) que no se arrepiente de nada porque su vida está llena de amor. Lee le contesta que tiene razón, que tanto su padre como su tía la quieren mucho pero Bessie la corrige «La afortunada he sido yo por haber amado tanto». Esa frase cambió mi vida. Es decir, lo importante es que uno mismo ame, no que le amen.

Sí,  ya sé que esa frase no la escribió Diane Keaton, que no recae en ella su valor  pero la interpretó de tal manera que se quedó grabada en mí. Los actores exponen y transmiten. Son un medio para un fin. Gracias, Diane, por haber sido la amiga que nunca tuve, por hablarme de cosas que no sabía y de definir lo que es el amor.