Estudio de la Universidad de Edimburgo

Las rabietas infantiles a partir de los 7 años predicen depresión en la adolescencia

La falta de control de las emociones durante la infancia puede traducirse en problemas en los años siguientes

rabieta
Es posible que un niño tenga una rabieta porque está cansado o tiene hambre.

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Las rabietas infantiles pueden ser episodios socialmente incómodos y una prueba para la paciencia de quienes están al cuidado de pequeños, pero hay más detrás de ellas. Para empezar, son de intensidad variable. Mientras unas son estallidos de ira incontrolable, otras son más bien estrategias para obtener lo que se quiere. Cuando están fuera de control, esas expresiones de enfado, miedo o tristeza pueden ser una manifestación de condiciones más profundas. Si se comprenden y se manejan bien, estos episodios pueden permitir a los individuos ganar estabilidad emocional y mejorar sus relaciones con otras personas, según los expertos.

En sentido estricto, las rabietas incluyen signos como gritos, llanto incontrolable, frustración o irritabilidad súbitas, gestos físicos (como dar manotazos), y no son conductas deliberadas.

Según un equipo de investigadores de la Universidad de Edimburgo (Escocia), los niños pequeños que tienen dificultades para manejar las sensaciones intensas cuando han cumplido siete años son más proclives a exhibir signos de problemas de salud mental como desesperación, tristeza y preocupación intensas cuando han cumplido los 11, 14 y 17 años.

Este hallazgo sugiere que ayudar a los pequeños a regular sus emociones a una edad temprana puede ser una forma de prevenir problemas en la adolescencia.

Un estudio con cerca de 20.000 jóvenes

Para llegar a esta conclusión los investigadores analizaron una gran base de datos a partir de la cual evaluar la capacidad de los niños para controlar sus emociones a los 7 años. Lo hicieron a partir de la información contenida en el Estudio de Cohorte Millenium UK (de Reino Unido), que recoge datos de unos 19.000 jóvenes nacidos entre 2000 y 2002.

Los científicos examinaron los cuestionarios y entrevistas que se habían llevado a cabo en este estudio, también con padres y educadores, sobre el estado emocional de los chavales a los 11, 14 y 17 años. Después, usaron técnicas estadísticas para comparar a los niños con diferentes niveles de control emocional a los 7 años y su salud mental durante al adolescencia, teniendo en cuenta su conducta y su salud mental en los años previos.

De acuerdo con sus resultados, la tendencia a expresar las emociones de forma descontrolada, los cambios de humor, la sobreexcitación y la facilidad para sentirse frustrado a los 7 años son factores asociados con la mayor probabilidad de experimentar síntomas de ansiedad y depresión en la siguiente etapa de la vida, la adolescencia. Este hallazgo seguía estando claro incluso si se tenían en cuenta factores que podrían haber afectado a los resultados, tales como la existencia de alteraciones previas de la salud mental.

Esa relación se observó hasta los 17 años, lo que sugiere que «las emociones intensas en los primeros años de vida tienen un efecto sostenido en el tiempo», según los investigadores.

Según Aja Murray, profesora de filosofía y ciencias del lenguaje de la Universidad de Edimburgo, «estos hallazgos sugieren que la regulación precoz de las emociones es un precursor de retos para la salud mental en la adolescencia, apoyar a los niños en su aprendizaje emocional puede reducir estos problemas en el futuro».

Estrategias frente a las rabietas

Es posible que un niño tenga una rabieta porque está cansado o tiene hambre. Si se reconoce una causa de este tipo la solución es relativamente sencilla. Si se sienten frustrados o celosos, es otra cosa. Es posible que necesiten tiempo, atención y amor «aunque su conducta no sea muy amable».

Los expertos recuerdan que también los adultos sentimos rabia, pero tenemos otras vía de escape. Encontrar una distracción puede ser también una estrategia válida.

Perder los estribos o chillar no consigue acabar con las rabietas. Ignora las miradas de la gente (si las hay) y concéntrate en mantener la calma.

Por último… no cambies de opinión. Si habías dicho que no a algo, no cedas después de la rabieta, o el niño empezará a pensar en estos episodios como una forma de obtener lo que quieren.

Si estás en casa, también puedes abandonar la habitación unos minutos una vez te has cerciorado de que el niño está seguro y no puede hacerse daño.

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