¿Qué dice la ciencia sobre la química del amor?
Si la soledad empeora la salud, las diversas formas del amor la mejoran
El nivel de satisfacción que experimentamos en nuestras relaciones en la mediana edad es un buen indicador de lo bien que envejeceremos
Cada vez hay más evidencias científicas de que la soledad aumenta el riesgo de ictus (infarto cerebral), infarto de miocardio y muerte (por cualquier causa). Dos expertos de la Universidad de Harvard (Boston, Estados Unidos) ofrecen su visión del otro espectro de este fenómeno: el amor en sus diversas formas y cómo influye en nuestra salud.
Los beneficios de la conexión entre personas no son únicamente emocionales, sino físicos, por lo que dicen los científicos, aunque en gran medida (y con cierto alivio) siguen siendo un misterio para todos, incluidos ellos.
El amor, romántico y de otro tipo, parece esencial para nuestro bienestar y supervivencia, según Richard S. Schwartz, profesor de psiquiatría en el Hospital McLean (asociado a la Universidad de Harvard) y Jacqueline Olds, profesora de la misma disciplina en esa institución. Estos científicos, que llevan casados casi cinco décadas, han estudiado -también juntos- cómo el amor evoluciona y puede derrumbarse.
La cascada química del amor
El enamoramiento, según diversos estudios, es un fenómeno «turbulento y estresante», explica Schwartz. Con el paso del tiempo, los niveles elevados de cortisol -hormona del estrés- y testosterona que caracterizan este periodo vuelven la normalidad, pero se mantiene una intensa actividad dopaminérgica (en relación con el neurotransmisor dopamina), que regula diversas funciones biológicas, como el control motor, la motivación y el placer, entre otros.
Según explica Olds, «la investigación muestra que el cuerpo humano puede soportar, e incluso ‘florecer’ con el estrés durante ocho semanas, pero a partir de ese punto las hormonas del estrés pueden dañar los órganos más importantes; cuando podemos moderar el estrés estando seguro de que la persona que queremos va a seguir estando en nuestra vida, esas hormonas afortunadamente vuelven a la normalidad».
No obstante, las personas que declaran estar locamente enamoradas de sus parejas después de mucho tiempo juntos siguen mostrando un grado elevado de actividad en los centros dopaminérgicos de recompensa, que se parecen a los observados en los primeros meses del enamoramiento.
Uno de los misterios que persiste, según esta especialista, es que no se sabe hasta qué punto esa situación es producto de cultivar hábitos como la curiosidad, la amabilidad y la conexión, y cuánto se debe a ese «concepto mágico» al que nos referimos como «buena química».
Para tranquilidad de los solteros, Olds y Schwartz dicen que el vínculo y el amor no tienen por qué ser románticos para ejercer sus beneficios en nuestro cerebro y en el resto del organismo. La amistad y la conexión con nuestro entorno social han demostrado tener efectos similares.
El síndrome del corazón roto
En el extremo opuesto del amor está una situación de riesgo fisiológico derivada del dolor emocional extremo. Se conoce como el síndrome del corazón roto, y fue descrito por primera vez por el cardiólogo Ilan Wittstein, de la Universidad Johns Hopkins (Baltimore, Estados Unidos).
Consiste en una inflamación temporal del ventrículo izquierdo del corazón, que viene desencadenada por factores de estrés emocional intenso. Muchos de los pacientes del estudio de Wittstein desarrollaron el síndrome tras la pérdida de un ser querido. Sus síntomas eran compatibles con infarto de miocardio o insuficiencia cardiaca.
En casi todos los casos, este síndrome es reversible y la función cardiaca se recupera cuando pasan unas semanas.
Para los aficionados a las series, en el quinto episodio de la segunda temporada de Anatomía de Grey («Bring in the pain») aparece una paciente con esta condición.
Otro profesor de psiquiatría en Harvard, Robert Waldinger, indica que aunque sigan existiendo misterios sobre la atracción, el amor y su decadencia, hay un acuerdo muy extendido sobre la enorme importancia de las relaciones para nuestra existencia.
Él lleva décadas recopilando pruebas científicas de cómo las relaciones y lo felices que nos hacen influyen en nuestra salud. De hecho, su trabajo muestra que el nivel de satisfacción que experimentamos en nuestras relaciones en la mediana edad es un buen indicador de lo bien que envejeceremos.
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