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trasplante de órganos

Marta Lafuente, doble trasplante de páncreas e hígado: «Es hora de animar a los jóvenes a donar»

"El doble trasplante de riñón y páncreas no fue sólo una operación, fue volver a vivir"

"La diálisis me mantenía viva, pero no me dejaba vivir"

Cuando Marta Lafuente del Olmo abre la puerta de su casa, a los 46 años, su cuerpo parece todavía en transición. Hay en ella un cansancio antiguo —el que dejan los años de enfermedad crónica—, pero también una energía nueva, casi desconcertante, como si estuviera reaprendiendo a habitarse. Hace apenas unos meses, en febrero de 2025, se sometió a un doble trasplante de páncreas y riñón en el Hospital 12 de Octubre de Madrid. Desde entonces, su vida se mide de otra forma: sin máquinas, sin agujas diarias, sin la dependencia que había colonizado cada uno de sus días.

En este contexto y dentro de esta charla, más allá de su vivencia personal, esta paciente, que ha sido doblemente trasplantada —páncreas y riñón—, marca un claro mensaje, una invitación colectiva a no bajar la guardia. Porque, la donación de órganos, sigue siendo un gesto imprescindible que salva vidas cada día y, por ello, necesita del compromiso continuo de la sociedad. Aunque España sea un referente internacional, «es fundamental mantener la conciencia activa, informar mejor y despertar el interés de las nuevas generaciones. Los jóvenes tienen un papel clave en este cambio, en conocer la realidad de la donación y asumirla como un acto solidario y responsable».

Sólo con apoyo, educación y participación se podrá seguir avanzando, porque donar órganos no es solamente una decisión individual, sino un compromiso compartido que construye futuro. Y en todo ello, esta paciente construye ese camino ofreciendo charlas y coloquios en instituciones y hospitales, porque quiere dar visibilidad a esa colaboración. Por ello ha creado una cuenta en redes sociales @hablando_de_trasplantes.

«Es raro decirlo así, pero siento que he vuelto a tener cuerpo», comenta mientras se acomoda en una silla para hablar de esta nueva etapa en su vida. «Antes todo giraba en torno a la enfermedad. Ahora… ahora empiezo a pensar en cosas normales».

Marta llevaba un año y medio en lista de espera. Dieciocho meses vividos como una sucesión de días suspendidos, marcados por la vigilancia constante del teléfono. Dos veces antes, la llamada había llegado de madrugada. Dos veces se preparó para el quirófano. Y dos veces tuvo que regresar a casa con la noticia de que los órganos no eran compatibles.

«Cada vez que sonaba el móvil se me aceleraba el corazón. Siempre pensaba: igual es esta», recuerda. «Y cuando te dicen que no puede ser… te rompes un poco, pero sigues esperando».

La llamada definitiva llegó el 14 de febrero de 2025. Una fecha imposible de olvidar. Desde la Unidad de Coordinación de Trasplantes del 12 de Octubre le confirmaron que había órganos adecuados para ella. Marta recuerda todos los detalles de aquel momento, así como la sensación física del vértigo, la mirada cruzada, el silencio breve antes de responder que sí. «Sabes que es una decisión enorme, pero no dudas. Es seguir viviendo», asegura.

Lo que siguió fueron catorce horas de quirófano. Un procedimiento complejo que implicó a decenas de profesionales —cirujanos, anestesistas, perfusionistas, enfermeras— que trabajaron con una precisión milimétrica sobre un cuerpo del que conocían con datos previos y al que apostaron todo. Cuando Marta despertó en la UCI, aún intubada, supo que algo había cambiado.

—»No podía hablar, pero lo sentí. Era como si mi cuerpo estuviera funcionando solo, sin que yo tuviera que ayudarle una máquina como hasta esos días—, explica.

La vida conectada a una máquina

Para entender lo que significa ese cambio hay que mirar atrás. Durante años, Marta vivió sometida a una rutina implacable: dos horas y media de hemodiálisis domiciliaria, cinco días a la semana. La máquina estaba instalada en su casa como un huésped permanente. Marcaba horarios, condicionaba viajes, aplazaba planes. La diálisis le permitía sobrevivir, pero no vivir. «Era una esclavitud silenciosa», resume. «Sabes que sin ella no estás, pero con ella tampoco eres libre».

La dependencia no era sólo física. Había un desgaste emocional constante, un cansancio que no desaparecía con el descanso, la sensación de que la vida transcurría dentro de un paréntesis. Cada sesión drenaba toxinas, pero también tiempo, energía y futuro.

El trasplante, por eso, no fue sólo una intervención médica. Fue un acto de restitución vital. Hoy, Marta observa la cicatriz abdominal con respeto. No la vive como una marca de dolor, sino como una frontera: el límite físico entre dos vidas. «La de antes y la de ahora», dice. «Y la de ahora es un regalo».

Una enfermedad silenciosa

La diabetes entró en su vida cuando tenía cinco años. «No avisa. Se instala y va haciendo daño poco a poco», explica. Durante décadas convivió con ella de forma relativamente estable. «La tenía bastante bien controlada», asegura, aunque matiza que la adolescencia fue especialmente complicada. «Las hormonas lo descolocan todo. Las glucemias suben, bajan… es muy estresante».

Con el tiempo aprendió a vivir con esa incertidumbre. Pero la diabetes, silenciosa y persistente, seguía avanzando. En una revisión rutinaria, una analítica encendió la alarma: la función renal estaba muy deteriorada.

«Ahí empezó todo», recuerda. Su endocrino la derivó a Nefrología. Durante seis meses, las pruebas se sucedieron una tras otra. Los resultados eran claros: el riñón estaba fallando, y lo hacía rápido.

«Ellos miden el funcionamiento global», explica Marta. «Y el conjunto ya no daba». Hasta que llegó la frase definitiva. Su nefrólogo la miró a los ojos y fue directo:

—Marta, tienes que hacer diálisis.

«Fue como un jarro de agua fría», señala. «Te quedas en blanco. Piensas: ¿y ahora qué hago con mi vida?».

La autonomía en juego

Tenía entonces 42 años. Trabajaba como asistente personal de un alto directivo, un empleo exigente que requería disponibilidad y precisión. Lo primero que pensó fue que tendría que dejarlo todo. «Si tengo que ir al hospital tres veces por semana, no puedo trabajar», recuerda. «Y mi trabajo era parte de quién soy».

Los médicos le ofrecieron una alternativa: diálisis peritoneal. Un catéter abdominal que le permitiría realizar el tratamiento por la noche, mientras dormía. Podría seguir trabajando. Podría mantener su rutina. «Fue una esperanza enorme», reconoce, porque pudo trabajar.

Pero el cuerpo volvió a complicar las cosas. El catéter fallaba. El epiplón lo envolvía y lo obstruía. Cada intento acababa en el hospital. Cuatro intervenciones relacionadas con el mismo problema. Cuatro veces empezar de nuevo. «La diálisis peritoneal, que tenía que darme libertad, me la fue quitando», cerciora con calma.

Lo que no se ve

Desde fuera, Marta seguía siendo una mujer activa. Nadie veía las noches sin dormir, el miedo a las infecciones, el agotamiento acumulado. Vivía entre dos realidades: la visible y la invisible.

«Aprendes a aparentar que todo va bien, pero por dentro estás agotada». El deterioro renal la empujó, inevitablemente, hacia el trasplante. Entrar en lista de espera fue aceptar la incertidumbre, el riesgo, la dependencia de un gesto anónimo: la donación. «Es una mezcla de miedo y gratitud anticipada».

Hoy, meses después del doble trasplante, Marta reconstruye su día a día con cautela. Aprende a escuchar su nuevo cuerpo, a confiar en él. Mira hacia atrás sin rabia y hacia adelante sin prisas.

«La diabetes me quitó muchas cosas», reflexiona. «Pero también me enseñó a valorar la vida de otra manera».

Su historia no es sólo la de una paciente trasplantada. Es la de miles de personas que viven con enfermedades crónicas invisibles, la de quienes esperan una llamada que lo cambia todo, la de los equipos médicos que trabajan en silencio y la de los donantes que hacen posible lo imposible.  Porque ciertamente España es uno de los países del mundo con más donaciones y trasplantes, pero hay que seguir insistiendo que todo se puede mejorar más y animar a los jóvenes también a que lo conozcan y se sumen. Hay mucho trabajo por delante y Marta lo sabe y por ello colabora en todo lo concerniente en trasplantes, de lo que se puede hacer y cómo se debe hacer. Una camino y una decisión que compete a toda la sociedad.