Opinión

Yo ya dije que Calviño era lo peor

He visto estos días varías veces en Twitter un vídeo en el que aparece la vicepresidenta Nadia Calviño en un acto organizado por empresarios en el que asegura con singular fiereza que no irá a ninguno más en el que solo sea la única mujer invitada. “Debemos tomarnos esto muy en serio, porque el riesgo de perder el foco, el riesgo de involución, de pérdida de progreso y de transformación de este país y de olvidar los vectores de modernidad inaugurados desde que llegó la democracia es muy grande”. ¿Pero de qué estaba hablando esta chica? ¿No se había tomado ese día la pastilla? ¿Acaso soy un machista natural e inconfeso?

Hace tiempo que escribí en esta columna que Calviño era una persona poco de fiar, que es igual de sectaria que su presidente y lo mismo de inepta, pero esta muestra de feminismo recalcitrante y agresivo me ha sorprendido pavorosamente. Como ha escrito el filósofo Miguel Ángel Quintana, un debate es más fácil si tienes enfrente a contendientes puestos solo por la cuota, y parece que Calviño prefiere lo fácil a lo difícil. Pero el hecho evidente y sustancial es que no debaten las vaginas sino las personas y lo insultante de verdad es que te inviten en función de la entrepierna -esto lo he copiado de Guadalupe Sánchez-.

Todas estas gesticulaciones de Calviño, que exigirán en adelante contratar a unas extras femeninas para que se sienta confortable cada vez que asiste a un acontecimiento público, dicen muy poco de ella como mujer, pero son mucho más graves otros asuntos de los que es responsable como vicepresidenta primera y ministra de Economía. El más importante, el de ser la dirigente de un país con los peores registros de toda la zona euro. El que crece menos, el que tiene la inflación más alta, el paro más escandaloso y la deuda pública más elevada sin visos de que ninguno de estos indicadores tan relevantes de síntomas de retroceder a corto plazo.

Hubo un momento en que algunos pensaron que Calviño podría ser como el ex ministro Guindos, que tampoco estaba afiliado al partido del Gobierno; que podría imponer su autoridad y buen criterio en el Cafarnaúm en que se ha convertido este Ejecutivo. Pero los hechos demuestran que la señora ha optado por ser una partisana al servicio del jefe y por no esconder su sectarismo, que deviene de su biografía, aquella que relató en el Congreso del PSOE en Valencia, cuando subió al atril haciendo pucheros para recordar cuando de pequeña iba a los mítines con una rosa. ¡Qué conmovedor resultó todo! Y también qué inocente si estas actitudes no tuvieran sus consecuencias sobre el bienestar de los ciudadanos.

La señora Calviño ha perdido todas las batallas con la comunista Yolanda Díaz. La de la reforma laboral, que quizá habría encarado de otra manera, y en la que solo estaba interesada porque era la condición habilitante para los fondos europeos; la del salario mínimo, que ahora se ha vuelto a subir de manera disparatada hasta los mil euros para condenar a los trabajadores a la intemperie; no ha hecho nada por detener la ley de la Vivienda, que retrasará aún más la emancipación de los jóvenes ni ha puesto algo de sentido común en la política energética. Como vicepresidenta, ha sido siempre un cero a la izquierda, pero como ministra de Economía ha sido peor. Ha elaborado unas previsiones inservibles, superada pronto por los acontecimientos, que anulan por completo la validez de los presupuestos del Estado, y está siendo consumadamente torpe gestionando los fondos europeos, que siguen sin llegar a las empresas porque es incapaz de despejar las trabas burocráticas y nada resolutiva sobre un destino final de las inversiones distinto de favorecer a los acólitos y a las autonomías gobernadas por el partido.

No está limpia desde el punto de vista personal, pues su marido trabaja en una compañía dedicada a intermediar y ayudar a algunas empresas a obtener esos fondos, algo que habría sido un escándalo rotundo y hecho correr ríos de tinta por los medios de comunicación si le hubiera sucedido a un ministro del PP. Y a pesar de su experiencia en la Unión Europea está teniendo muy poco tino con sus viejos amigos. Ha demostrado una imprudencia flagrante al comentar asuntos sobre cuánto más liviana debería ser la política monetaria del BCE en pleno cónclave de la institución, un enredo que no pasa desapercibido en Europa, y ha declarado, contra todas las normas establecidas, que la política fiscal tendría que ser una competencia de los países miembros -según su conveniencia- cuando sabe que es la Comisión Europea la que vigila la estrategia presupuestaria de los estados y fija las normas comunes para evitar las desviaciones a que nos tienen acostumbrados los socialistas. Ella aboga por objetivos de déficit y de deuda adaptados a cada estado, es decir, adaptados a la suciedad congénita del nuestro bajo la dirección de Sánchez. Estas salidas de tono podrían pasarse por alto si estuviéramos ante un país grande, o que hace una política grande, pero es que Calviño no puede presumir de nada. España es el país más retrasado y menos diligente del Club. No hay más que decir al respecto.

Para terminar, el sesgo totalitario de Calviño -que tampoco destaca por el respeto al adversario: a Pablo Casado lo llamó desequilibrado- no solo se aprecia en esta resistencia a aceptar las críticas, sino también en su empeño por desacreditar las instituciones, algo consustancial a este Ejecutivo. Ahora su objetivo prioritario es el Instituto Nacional de Estadística, un organismo de reputación contrastada que se rige por los estándares comunes a toda la zona euro, pero que está evacuando últimamente datos que no son del agrado de la ministra feminista. Y a estos efectos no ha tenido más ocurrencia que inventarse un indicador diario de actividad que va a resolver todos sus conflictos perentorios y que postula que medirá mejor que el INE la marcha de la actividad económica incorporando los estúpidos mantras del momento como la cohesión social o la sostenibilidad medioambiental. O sea, un chiste. El INE cuenta con más de 3.000 funcionarios hasta ahora presididos por la independencia profesional que esta señora quiere liquidar.

Yo pensaba que una funcionaria de la UE con años de experiencia podría haber aportado una cierta cordura y sentido común a un Gobierno presidido por un demente. No ha sido el caso. La señora Calviño ha demostrado con creces -lo sigue haciendo a diario- que comparte plenamente el proyecto de empobrecimiento general del país, así como el de su corrupción moral, y que no solo se siente como pez en el agua en este lodazal nauseabundo, sino que colabora activamente para que anegue cualquier atisbo de vida fértil y prometedora.