Opinión

Yo sí odio a la hija puta

Qué difícil ha sido resistir estos días el buenismo político y mediático que nos ha invitado a no odiar a una asesina de niños. Como si fuera una anomalía hacerlo tras saber que golpeó, estranguló y lanzó a un pequeño de 8 años al maletero del coche como a una rueda pinchada. O como si la aversión al homicida nos hiciera transmutar de persona a jauría. Nos han abrumado con mensajes calcados a aquella predica aberrante de Concepción Arenal pronunciada con la erudición de un cura: “Odia al delito y compadece al delincuente”. Yo sí odio a Ana Julia Quezada cada vez que veo abierta en canal a la madre de ese hijo que se parece demasiado al nuestro, porque esa malnacida ha condenado a unos padres a resistir la vida como única expectativa. Yo odio a esa puta asesina y lo escribo como catarsis para rechazar rotundamente la pedagogía de la benevolencia y del infantilismo que estos días ha funcionado en la sociedad como un trépano lobotomizante.

Yo no soy intachable. Elijo ser el tipo de persona abominable que sobornaría a la autoridad para quedarse a solas en un cuarto y acabar con cualquiera que me hubiera arrancado a mi hijo. Lo perseguiría hasta la cárcel a costa de cometer el delito. Detesto la ejemplaridad. No me interesa. Y lo escribo porque mi odio hacia una infanticida me libra de sucumbir a ese narcótico de la estupidez social que, para ayudarnos a sobrellevar el hecho de que existe la maldad, ha necesitado meter a la hija de puta en un cuento para niños en el que ella es sólo un monstruo o una especie de bicho místico. “Monstruo” evita llamarla negra por si suena racista. “Monstruo” evita tener que llamarla “asesina” por si suena machista.

Sinceramente, odiar me da mucho menos miedo que extender ese chantaje compartido por el puritanismo democristiano y el marxismo socialdemócrata que ha pedido cortesía para una asesina de niños usando a la madre de Gabriel para interferir en la agenda moral de las personas. “¡Qué ejemplar la madre del pequeño por pedir no extender el odio y no propagar mensajes de rabia hacia la asesina! ¡Le han matado a un hijo pero no odia! ¡Así que no lo hagan tampoco ustedes!”, exclamaban los conductores y contertulios de los programas antes de salir al pasillo para odiar a la criminal fuera de micro y repetir incesantemente: “¡Qué asesina hija de puta!”. El otro personaje prototípico de este mejunje es el del sociata históricamente recolocado en la industria de los DDHH para cargar contra la prisión permanente revisable.

Andrés Perelló, “miembro de varias ONGs defensoras de los DDHH y secretario del Área de Justicia del PSOE”, declaraba en Onda Cero “estar harto de que se quiera legislar a golpe de cadáver y de sangre. Los que hoy tienen duelo la semana que viene no lo tendrán y los padres de Gabriel seguirán rotos”. “Legislar a golpe de cadáver y de sangre” es, precisamente, lo que hizo el PSOE cuando, tras pactar con ETA la derogación de la doctrina Parot, colocó a López Guerra en el TEDH para liberar a una turba de pederastas y violadores de mujeres y niños: José Manuel Valentín Tejero, el asesino de la niña de 9 años, Olga Sangrador, quien volvió a reincidir al abusar y violar a una cantidad indeterminada de menores. El violador del ascensor, el violador del estilete, el violador del portal, Antonio García Carbonell, Miquel Ricart… ¿A partir de qué momento abandonará la izquierda al criminal como hobby y se pondrá al servicio de las víctimas?