Opinión

El viaje a los infiernos

Se veía venir desde un principio. Cuando Sánchez ocupó la presidencia del Gobierno, merced a los apoyos de quienes buscaban la destrucción de la España constitucional reconciliada, incluida la transición, sólo los ignorantes, ingenuos y sectarios, que de todo hay, se encontraron cómodos. Pero para cualquiera que hubiese recorrido las páginas del maestro Quevedo, sabía muy bien que «nadie ofrece tanto como el que no va a cumplir». Hoy día tal axioma constituye una muy triste certeza.

Todos estábamos saturados con la misma respuesta de Sánchez, formulada por él mismo en forma de pregunta: ¿Cuántas veces tengo que decirle que no voy a pactar con Bildu? Ya lo tenía decidido, como cuando no podía dormir sólo con pensar en Podemos. Al día siguiente, pacta con Iglesias y, desde entonces, llevamos ya un tiempo demasiado prolongado con un Gobierno de extrema izquierda, socialcomunista, apoyado por separatistas y el mundo que protagonizó el terrorismo más sanguinario, los testaferros de ETA.

Todo su Gobierno ha sido una gran mentira. Lo tenía todo muy atado, aunque fuese muy perverso, como lo ha sido. Ha hecho bueno al pérfido Zapatero. Ahora resulta que son los testaferros de ETA quienes dictan al Gobierno los términos de la memoria democrática. En España resulta que es el propio Gobierno quien blanquea a los terroristas, humilla a las víctimas y reescribe la historia. Si un político hace de la mendicidad, decía el otro día Fermín Bocos, su señal de identidad, no hay razón para mantenerle en el cargo, para seguir apoyándole. Tú, español de a pie, que vienes sufriendo las consecuencias de tantas mentiras en todos los órdenes, ¿qué vas a hacer? ¿No te das cuenta de que Sánchez nos lleva por un camino que termina en los infiernos?

¡Quieren, madre mía, deslegitimar el gran logro del pueblo español! La ejemplar reconciliación de la transición, admirada y aplaudida por el mundo entero. ¡Quieren reescribir la historia por los testaferros de ETA! La Ley que impulsa Sánchez no es de reconciliación, que ya se hizo. Es una Ley de revancha, de división, de enfrentamiento. Quieren deslegitimar los gobiernos de Suárez, de Calvo Sotelo, de Felipe González. ¿Qué te parece por muy de izquierdas que te sientas? ¿Crees que era necesario volver a señalar el bueno y el malo entre los españoles? ¿Acaso eres partidario de semejante polarización? ¿No piensas que se busca deslegitimar al propio pueblo español, el gran protagonista de la transición?

Curiosamente, en el momento en que redacto estas reflexiones, no he escuchado voz alguna episcopal contraria al desafuero del Gobierno socialcomunista. ¿Por qué será? ¿Qué le ocurre a esta Iglesia que da la impresión de estar, a veces, reñida con la verdad y la libertad? ¿Cómo es que no suele comportarse en coherencia con el más esencial misterio del cristianismo, la encarnación, sobre todo si, por medio, aparecen comportamientos de gobiernos de izquierda?

Hace unos días, nos decía Francisco: «… el anuncio del Evangelio no es neutro —por favor, que el Señor nos libre de diluir el Evangelio para hacerlo neutro, el Evangelio no es agua destilada—, no deja las cosas como están, no acepta el compromiso con la lógica del mundo, sino que, por el contrario, enciende el fuego del Reino de Dios allá donde, en cambio, reinan los mecanismos humanos del poder, del mal, de la violencia, de la corrupción, de la injusticia y de la marginación». ¡Perfecto! Pero, no pasan de las palabras a los hechos, del decir al hacer. O, ¿acaso piensan, señores obispos, que la Ley de Memoria Democrática no es interrogada y contrastada por el evangelio?

Como ya he insinuado, la Ley de Memoria Democrática tiene un único objetivo: romper el relato de la transición y volver al enfrentamiento. ETA siempre tuvo el mismo comportamiento y la misma respuesta frente a la libertad: el atentado. Lo perverso, además, radica en que estamos ante un Sánchez cesarista y caudillista al que sólo le importa permanecer. Y, ¿a esto se le llama progreso?

Es pura imposición de una minoría, que impulsa la ruptura. Lo hace por iniciativa de la mayoría gubernamental. ¡Vaya mayoría! No se puede callar. Hacerlo y tragar con tal despropósito es convertirse en cómplices. Lo pagaremos en nuestros hijos y nietos. Venceremos. ¡El pueblo soberano tiene la última palabra!