Las verdades de Rosa Díez

Pedro Sánchez
Xavier Rius
  • Xavier Rius
  • Director de Rius TV en YouTube. Trabajó antes en La Vanguardia y en El Mundo. Director de e-notícies durante 23 años.

La semana pasada fui a la presentación del último libro de Rosa Díez en la Librería Byron de Barcelona: La sombra. Memoria histórica de Zapatero. El acto corría a cargo de la Asociación por la Tolerancia.

El presidente de la entidad, Carlos Basté, dijo acertadamente que la obra era una «precuela» más que una «secuela» de otro de sus libros, Caudillo Sánchez (2023).

No en vano, la antigua líder de UPyD conoce bien al actual líder del PSOE. Cuando era eurodiputada se lo intentaron colocar. Había encabezado la lista del 13 de junio de 1999.

«Corría el año 1990 cuando oí por primera vez el nombre de Pedro Sánchez». Como es bien sabido, el Parlamento Europeo asigna a cada grupo una partida económica para que puedan contratar asesores.

Le llamó Carlos Westendorp, el ex ministro de Exteriores (1995-1996), que había ido sexto en la candidatura:

– Rosa, hay un chico que ha trabajado conmigo en Bosnia, Pedro Sánchez… es economista, yo creo que estaría bien que lo contratáramos como asistente.

La entonces dirigente socialista le aconsejó que lo contratara para él. El ex ministro alegó, sin embargo, que ya tenía a uno que «es de mi confianza». Lo proponía para el grupo parlamentario:

– Bueno, Carlos, los diputados ya han elegido.

– Vale, se lo digo. El chico no tiene nada, y me ha dicho que tiene mucho interés.

Ése «el chico no tiene nada» creo que es la clave de todo. La historia posterior, al menos hasta ahora, es conocida.

Rosa Díez ha escrito ahora el origen de todo, el big bang del sanchismo: el zapaterismo. En el acto, estuvo flanqueada por Teresa Freixes, la catedrática de derecho constitucional de la Autónoma. La primera que afirmó que la amnistía era «por siete votos».

Me llamaron la atención dos cosas. En primer lugar, un cierto paralelismo entre Sánchez y Puigdemont. A ver si van a ser vidas paralelas.

En efecto, la autora se quejó de que el líder del PSOE ascendió porque no hubo «contrapoderes» que le pararan los pies.

«¡Cómo aquí!», pensé yo. Artur Mas también se embaló con el proceso porque nadie le dijo que iba desnudo. O le advirtió de las consecuencias de sus actos. Ni siquiera Pujol, como ya expliqué en un artículo anterior.

El procés demostró, en realidad, que Cataluña era una sociedad fallida: ni los medios, ni los intelectuales, ni los periodistas, ni los historiadores, ni los empresarios, ni las patronales, ni los sindicatos se atrevieron a decir la verdad. La inmensa mayoría -salvo algunas excepciones indviduales- se apuntaron al carro. Incluso echaron leña al fuego.

El segundo punto de coincidencia es utilizar la historia como arma política. «La ley de memoria histórica era para poder llamar ‘fachas’ a los del PP», afirmó. Incluso para «dividir a los españoles» entre buenos y malos.

En Cataluña también utilizaron la historia -con la ayuda de los historiadores del régimen- para construir el relato y justificar unas reivindicaciones políticas.

Ahora ya nadie se acuerda, pero durante el debate del Estatut -la prehistoria del procés- uno de sus gurús, el entonces todopoderoso consejero de Presidencia Francesc Homs, hablaba de «derechos históricos».

Rosa Díez hizo todavía una revelación más espectacular: ETA levantó acta, en 290 folios, de las negociaciones con el Gobierno Zapatero para el fin de la violencia.

La transcripción corría a cargo del mediador, pero ya se sabe que la organización terrorista levantaba actas de todas sus reuniones. Lo que, sin duda, facilitaba la labor de la Policía en el caso de que, tras la detención de un comando, cayeran en sus manos. Para estas cosas, eran muy minuciosos.

Lo peor de todo es que la inmensa mayoría permanecen secretas. Quizá, transcurridos tantos años desde el fin del terrorismo, la opinión pública tiene derecho a saber de qué se hablaba en las reuniones entre el Gobierno Zapatero y la banda armada.

Al fin y al cabo, el propio Pedro Sánchez, en su entrevista de este miércoles con Gemma Nierga, se declaró un firme partidario de la «transparencia» aunque, en este caso, fuera para una de las peticiones de Junts: la publicación de las balanzas fiscales. «No tenemos ningún problema porque la transparencia siempre es buena», añadió. Pues, atrévase, presidente.

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