Opinión

¡Se va Merkel y se te acaba el chollo, Sánchez!

Que la gente normal y corriente acostumbrada durante décadas al insano estado de bienestar no repare en que nada es gratis en la vida se puede entender. Que las élites intelectuales de izquierdas no comprendan en qué consiste una unión monetaria como en la que participa España tiene delito. Pero este es un delito que cometen a diario. La semana pasada leí en El País -ese periódico sedicentemente global que sirve cocido por la mañana a toda la progresía de la nación- que las circunstancias económicas en las que nos encontramos exigen una presencia y una intervención vigorosa del Estado y del Gobierno para compensar los desequilibrios que está provocando la pandemia.

Y que es ineludible luchar contra la desigualdad, disolver el malestar comunitario, hacer sentir a esa parte desafecta y preocupada de la sociedad que no es víctima del cambio sino parte de él, que el Estado tiene una promesa para cada uno, una promesa de oportunidad, del ascensor social, del premio al esfuerzo, al mérito, a la honradez. ¿A que es realmente conmovedor que los que respaldan una ley de educación que promueve vagos y maleantes, y que instala en la conciencia colectiva el derecho a obtener un título sin haber demostrado antes las aptitudes oportunas sean ahora los padrinos de la moral colectiva?

Aún es más descorazonador que estos chicos parezcan ignorar los estándares políticos que comporta una unión monetaria, que obliga a que todos los países miembros tengan una situación fiscal, en términos de déficit público y de deuda, lo más similar posible, so pena de exigir un precio por la financiación inasequible para los incumplidores, abocándolos a una quiebra que sólo puede salvar en última instancia la intervención de Bruselas bajo unos protocolos de reformas y de ajustes de inexorable rendimiento. En estas estaremos más pronto que tarde.

Estos chicos tan optimistas, que son la voz de su amo, es decir, del señor Sánchez, están absolutamente persuadidos de que el fondo de reconstrucción europeo va a ser como el maná que nos hará más prósperos sin compromiso alguno. Están equivocados. Estos siervos de la heterodoxia económica y del keynesianismo infantil postulan un capitalismo decente, como si el capitalismo no fuera el sistema más éticamente robusto al que ha dado lugar la humanidad. Cuando sueltan estas inmundicias, cuando enseñan la patita del lobo que son, enarbolan el ogro filantrópico del que hablaba el insigne Octavio Paz, o sea, ese Estado que en pos de una cohesión social deletérea reparte subsidios por doquier, aprueba el ingreso mínimo vital, oxigena sin prudencia a las empresas ‘zombies’ o aparca en los ERTE a personas destinadas irremediablemente al paro sin hacer antes lo que la situación exige: flexibilizar el mercado laboral para que se ajuste y pueda recoger a algunas de ellas, o peor aún, aprobando un modelo educativo que las condena a la precariedad cuando no a la indigencia.

Todavía es más delincuencial que sostengan que en cuanto haya remitido la tormenta haya que reanudar la senda ascendente del salario mínimo, que conducirá al paro masivo a la parte más frágil de la fuerza laboral, o que habrá que elevar la presión fiscal para acercarla a la media de la UE, de la que tan lejos estamos en términos de renta per cápita -que es el indicador primordial de referencia- abocando a muchas empresas a la ruina y empeorando la capacidad de subsistencia de la mayoría de los españoles, que padece impuestos sobre su renta personal muy altos así como gravámenes indignos sobre sus escuálidos ahorros.

Toda esta chusma que, sabiendo de economía, ocupa su tiempo en engañar a los ciudadanos bien alimentados por el subsidio sigue sosteniendo que la salida de esta crisis debe ser muy diferente a la de 2011, en la que se instaló como estrategia lo que ellos llaman el ‘austericidio’. Pero continúan instalados en el error. Es verdad que las reglas fiscales de la UE están suspendidas, que el BCE proporciona hasta la fecha una liquidez ilimitada, pero esta estrategia plausible dada la crisis provocada por el virus tiene los días contados. Para ser exactos, estos fuegos artificiales acabarán en septiembre cuando en Alemania se celebren las elecciones para designar al nuevo canciller.

Como saben, Merkel se marcha entonces irremisiblemente. No se presenta. Dice adiós a la política. Merkel, nacida y criada en el régimen opresor de la Alemania del este, ha sido la verdadera hada madrina de los países del sur de Europa, entre ellos España, y su última regalía, la aprobación del fondo de ayuda para combatir los efectos venenosos de la pandemia, ha sido providencial para el sostén y la estabilidad del Gobierno de Sánchez y de Iglesias, el más sucio de largo de toda la Unión. Merkel ha demostrado una prodigalidad fuera de lo común, pero los que la van a reemplazar no pintan ser tan generosos. Y cabría decir que por fortuna. Es preciso que nos pongan las pilas, que le corten el moño a Iglesias y que detengan los aires de falsaria grandeza social de Sánchez.

A principios de año, el economista Óscar Fanjul sugería en un artículo que la historia del equipo que dirige los destinos de la nación es la de unas propuestas de redistribución y mejora social que olvidan las decisiones perentorias para mejorar el proceso de asignación de recursos, para elevar la productividad del trabajo y del capital y en definitiva para potenciar el crecimiento del país y de su renta per cápita. Pretender redistribuir sin haber creado antes prosperidad, menos aún en medio de la crisis económica más grave de las conocidas, es difícilmente sostenible en el tiempo, sobre todo si se hace a crédito, si los que pagan la fiesta vuelven a ser los llamados estados frugales -básicamente Alemania-, que han demostrado una legendaria preocupación por mantener sus cuentas públicas en orden.

Las propuestas en cartera más emblemáticas del Gobierno de coalición, entre las que se encuentra el aumento del gasto social, la subida de los impuestos y otras quizá por venir -en las que tanto insisten los comunistas- como el control de los alquileres o la subida del salario mínimo -que incluso patrocinan las élites izquierdistas- tienden todas a aumentar los costes de producción, lo que no es una ayuda para competir globalmente, y sólo podrían ser compensadas por incrementos de la productividad que están reñidos con la estrategia que esgrime incluso la parte más presentable del Gabinete representada por la vicepresidenta Calviño. Para conseguir el objetivo discutible y poco aconsejable de mejorar la distribución de la renta en un país en el que se ya se pagan muchos impuestos y donde las transferencias del estado de bienestar son cuantiosas, la prioridad sería adoptar medidas que favorezcan el crecimiento económico o garantizar la capacidad de ascensor social del sistema educativo que castra de manera criminal la ley Celaá.

Los medios de comunicación de izquierdas han respirado aliviados después de que el partido de Merkel, la CDU, haya elegido sucesor a Armin Laschet. Es un centrista, celebran alborozados. Lo que ignoran es que, antes que un presunto centrista, es sobre todo un alemán, y que la bonhomía y la generosidad demostradas por Merkel hacia el pelotón de incumplidores que forman parte de la Unión Europea será irrepetible. Hasta septiembre no conoceremos quién será el nuevo canciller, pero es seguro que estará más cerca de la ortodoxia económica y más lejos de la prodigalidad demostrada hasta la fecha.

Hay mucha presión en Alemania, en Holanda, en los llamados estados contenidos y austeros para racionalizar, vigilar y exigir contrapartidas por las transferencias monetarias a los países que han sufrido más agudamente la pandemia, pero que ya venían demostrando su incapacidad para hacer reformas y mantener la higiene de sus cuentas públicas. Este aire más exigente que se va a imponer progresivamente en Europa hará mucho más difícil la continuidad de la barra libre del Banco Central Europeo, que debe atender a los intereses comunes de la Unión y dejar de discriminar positivamente de modo permanente a quien ofrece tan poco a cambio y reincide en el dispendio.

Señor Iglesias, señor Sánchez: ustedes están vivos todavía gracias al Banco Central Europeo, ese que según dice el del moño no elige nadie, pero al que debe que siga siendo vicepresidente. Están todavía vivos y coleando, esparciendo el mal por el conjunto de la nación gracias a Angela Merkel, pero la canciller se va ineluctablemente. A partir de septiembre se les acaba el chollo, de manera que vayan atándose los machos.