A toda máquina y sin equivocarse
Debe ser muy difícil enfrentar una campaña electoral sin cometer algunos
errores. Son muchos actos y muchos actores, muchos mensajes con muchos mensajeros, y muchos micrófonos junto a mucha gente con ganas de hablar. Demasiados imponderables para conseguir encauzarlos todos por el camino más conveniente. Ahora se aprecia lo que conseguía hacer Alfonso Guerra, eso sí, con manu militari, en las campañas de los años 80.
Una mano muy maestra habría necesitado el PP para conseguir gestionar, sin dejarse pelos en la gatera, los obligados pactos con Vox. ¡Y más aún empalmando las elecciones! Se comprende bien la intención de Sánchez de no dejar que el PP se solazara en su victoria, sin dejarle tiempo y tranquilidad para componer los gobiernos autonómicos.
Y claro, no ayudan mucho los pirómanos en la extinción de incendios. María Guardiola ya había soltado chispas en la campaña, pero ha sido verse con posibilidades de ocupar la presidencia de Extremadura y ha entrado en completa incandescencia. Tan ha sido así que desde Génova han tenido que recordarle que, aunque se ha adoptado la teoría de los acuerdos asimétricos y se ha otorgado a los líderes locales libertad de actuación, la partida se juega con Vox de compañero y que no se le puede pedir que apoye incondicionalmente tu jugada si no tienes suficientes triunfos.
¡Y es que Guardiola se ha equivocado de región o de partido político! Extremadura es y será de izquierdas durante mucho tiempo; gobernar en solitario debe estar muy bien y es una aspiración muy legítima, pero, para conseguirlo, o te vas a otra región, por ejemplo, Galicia, o te cambias a un partido de izquierdas, por ejemplo, el PSOE. A ese partido no le cuesta mucho conseguir allí mayorías absolutas y si esta vez no lo ha hecho es porque un buen puñado de votos, más socialistas que sanchistas, le han dado una patada a Sánchez en el culo de Fernández Vara.
Así que ya sabes, o te sientas a la mesa para jugar las cartas que de verdad tienes y no las que te crees que tienes, y con la pareja que tienes y no con la que te gustaría tener, o dejas a otro compañero que no sea tan melindre para que aproveche la oportunidad única que han dado votos que son de izquierda. Votos que, por otro lado, poca excusa necesitan para regresar a su tradicional destinatario.
Piénsatelo María, el propio Vara estaba ya camino de la morgue y no se le vislumbran sustitutos de relumbrón; y, aunque te tengan un tiempo en cuarentena, tú eres muy joven y puedes esperar. Además, los socios con los que pudieras tener que pactar muestran sensibilidades que no te producen tanto rechazo como las de Vox; por suerte, en Cáceres y Badajoz ni Bildu ni ERC se presentan y, después de todo, los comunistas extremeños salen a cazar los domingos antes de ir a misa.
Pero claro, por otro lado, tu hipersensibilidad empieza a ser anacrónica. Aunque te hayas tragado la trola de Pedro y Nadia y creas que te echan de Europa si votas a la extrema derecha, la verdad es que lo que de verdad produce sarpullido a los votantes europeos son los socialismos y los populismos de izquierda.
Hoy Grecia y Finlandia, ayer Italia o Suecia, siempre Holanda, Hungría o
Austria; casi toda Europa ya ha optado por la derecha más o menos populista. Solamente Portugal y Alemania mantienen gobiernos nominalmente socialistas, pero lo cierto es que en el país vecino no se han aplicado nunca políticas tan liberales y que un socialdemócrata alemán siempre será más conservador que un democristiano mediterráneo. Vamos, que, si se consuma la caída del sanchismo el próximo 23 de julio, el único estado en Europa con un líder progre-populista va a ser el del Vaticano.
Entonces, las encuestas señalan que el tropezón de la campaña del PP ha sido importante, pero no ha provocado un desastre. Igualmente, en el PSOE, aunque remaban contra corriente, no dan todas las paladas en el aire y consiguen ir avanzando. Una vez que se han reducido las diferencias, ganará o conseguirá resultado suficiente, el que no baje los brazos y reme a toda velocidad y sin equivocarse. Una campaña electoral como ésta se afronta como las durísimas carreras atléticas de 400 metros: hay que salir a tope, acelerar a la mitad de la campaña y esprintar al final. ¡Y por supuesto, sin tropezar!
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