Tacita a tacita
El Celta se quedó con la sensaciones, esas a las que uno se aferra cuando pierde, pero otra vez un solitario gol le dio al Mallorca un triunfo que, con más o menos merecimientos, es lo que suma y le mantiene en la zona neutra de la competición.
Fiel a su estilo, se plantó con su habitual 5-4-1 ante un enemigo jugón que no se amilanó por su inferioridad numérica en la zona ancha, compensada con el retroceso de Iago Aspas o, si acaso, la ayuda de Mingueza desde atrás, pues el dibujo vigués no era muy diferente: un 5-3-2.
Pero mientras los de Javier Aguirre, férreos en defensa, no encontraban caminos para ganar terreno salvo el recurso manido de buscar la referencia de Muriqi, demasiado alejado del área, sus oponentes recorrían el terreno con un vistoso fútbol combinativo al término de cuyo avance ponían en evidencia su principal defecto: la falta de gol. Un problema mayúsculo que no lo remedia ni Iago Aspas.
El equipo de Carvalhal, nuevo en la plaza, pecaba de ingenuidad al empeñarse en romper las líneas locales por el centro, en lugar de abrir el espacio e intentarlo por las bandas. Solo Gabri Veiga, ya en la segunda parte, tuvo opciones de batir a Rajkovic, pero su tiro se fue ajustado al poste por el exterior. Ocurrió un minuto antes de que, como respuesta, Muriqi enviara a las nubes una pelota que, a trompicones, había quedado a su disposición.
Los cambios introducidos después del intermedio, variaron la fisonomía del anfitrión que, por momentos, parecía poner cerco en territorio enemigo. Pura imaginación pese a la mejoría. El asedio lo convocó el Celta tras encajar el único tanto del encuentro, pero si no hay puntería, ni pólvora, ni tampoco artilleros bien apostados, no hay nada que hacer. Esfuerzo inútil. El martillo pilón no fue suficiente para tumbar la muralla de hormigón.
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