Los subtítulos
En la prensa local: «Polémica en Twitter por los subtítulos en castellano de Alcarràs». Después, ya en el texto, se habla de «decenas de tuiteros», lo que en realidad convierte la tormenta en pequeña borrasca, pero el titular es el que vende. Ni siquiera eso: unos cuantos se han rasgado las vestiduras al sentirse agraviados por el simple hecho de una práctica bilingüe sin más.
Los hechos ocurrieron en la comunidad autónoma de Cataluña y los recoge un periódico de Palma, tal vez como simple anécdota o puede que un toque de alarma sobre lo que puede llegar a pasar en nuestra cartelera. ¡Jopé! Uno de los tuiteros refiere: «La imposición de los subtítulos en castellano a Alcarràs supera el nivel de mezquindad a que nos tienen acostumbrados los distribuidores y exhibidores en los cines de Cataluña».
Vamos a ver. La película neorrealista de Carla Simón ha ganado este año el Oso de Oro a la Mejor Película en la Berlinale y el pasado fin de semana fue la más vista de las producciones domésticas en la cartelera española, de tal manera que es completamente normal haber procedido al subtitulado para alcanzar la mayor cuota de pantalla posible. Pero en Cataluña no ha gustado, llegando al extremo de que un tuitero calificase el hecho «como si fuera una película extranjera». Son dos ejemplos en los que se emplean términos reveladores: mezquindad y película extranjera. ¿Qué hubiera pasado de estrenar una producción en versión original castellana y doblada al catalán?
Para empezar, que en Twitter no se habría producido tormenta o borrasca que valga, porque en la mente del separatista doblar al catalán una película española sería lo normal tratándose de una producción extranjera. Es más. Lo mezquino para estos abducidos por el separatismo habría sido no doblar al catalán. Esto es, lisa y llanamente, lo que se llama doble vara de medir. He querido escribir sobre esta simple anécdota, sólo es eso, para advertirle al lector del peligro de una actitud que conduce a la involución totalitaria.
La polémica surgió porque en los estantes de las distribuidoras había las dos opciones, VO a secas y VO subtitulada, que indistintamente acabaron en las salas de exhibición catalanas debido a la presumible demanda. Pero los chacales del pensamiento único depredadores de la norma democrática nunca descansan en su afán por equiparar lengua y nación, siendo enemigo a batir el bilingüismo. En Baleares también estamos hartos de conocer unas situaciones similares, arropadas siempre por la izquierda radical hincada de rodillas ante el separatismo pues lo necesitan para mantenerse en el poder y además les importa una bleda el respeto al conjunto de la población.
Cuando el presidente Emmanuel Macron fue a Córcega en visita oficial, los nacionalistas después de ser compensados con importantes acuerdos fueron a exigirle que el corso fuese idioma cooficial a lo que Macron respondió de forma tajante: «En Francia se habla francés». ¿Eso le convertía en fascista?
Siendo Canadá, junto con Escocia, los referentes que admira el separatismo catalán para alcanzar sus objetivos independentistas, resulta recomendable recordar que el bilingüismo en Canadá es respetado porque así lo marca la ley. Escocia, en cambio, está en otra liga porque la Union Act de 1707 para crear el reino de la Gran Bretaña establecía cuál era el camino en el caso de regresar a la independencia. Cataluña en cambio nunca fue independiente y sus señas de identidad se corresponden con el Reino de Aragón, a pesar de la manipulación iniciada en el siglo XIX construyendo una entidad ficticia que ha desembocado en un barbarismo: Corona Catalano-Aragonesa, que es una completa inconsistencia histórica. De manera que Escocia le viene grande a sus intereses y la vía canadiense también porque tropiezan con un bilingüismo firme y regulado, con el añadido de que nadie se salta la ley.
En España ocurre exactamente lo mismo pero con la frecuente anomalía de no cumplirse la ley y sin que ello suponga amonestación alguna. Todo vale. No me cansaré de repetir mi gran admiración cuando asistí en los años 90 al Festival Internacional de Cine de Montreal, comprobándose el riguroso respeto al bilingüismo, porque ésa era la auténtica identidad y no otra. Es decir, el respeto a la ley, porque fuera de ella no hay voluntad de avanzar. Si la película era en VO inglesa el subtitulado era en francés y viceversa. También es cierto que cuando la película era en versión extranjera entonces el fotograma quedaba parcialmente oculto al incluirse el doble subtitulado.
Las turbulencias separatistas, por pequeñas que éstas fuesen en el estreno de Alcarràs, no pueden ni deben dejarnos indiferentes. Hasta la directora Carla Simón ha llegado decir: «Se me hace muy raro verla subtitulada».
En Francia, un estado jacobino por excelencia, tienen claro el papel a jugar por la lengua oficial y en mis viajes a Catalunya Nord lo he comprobado con insistencia de manera que el relato, aquí, no se corresponde con hechos cotidianos al norte de Gerona. Nosotros, en cambio, por obra del PSOE y el PP con sus permanentes concesiones al nacionalismo estamos condenados a la devaluación del Estado. La lengua no es nación, solo es comunicación.
La simple anécdota de los subtítulos no es tal en manos de irresponsables.
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