Si gana Macron, habrá que hacer algo
Eso es lo que habría que decirle a Javier Solana -ex ministro español, ex alto representante de la política exterior europea y flamante ex secretario general de la OTAN- quien hace unos días intervino de ese modo en redes sociales tras la victoria electoral en Hungría de Viktor Orbán. Emmanuel Macron es un globalista de los que tanto les gusta a Solana y a toda la banda de los suyos que habitan en Occidente. Macron y Solana son de esa clase de dirigentes o ex dirigentes que se pasan por al arco de triunfo la expresión de la voluntad popular si el resultado que se consigue en unas elecciones no es el que ellos quieren o por el que han apostado.
Orbán ha sido elegido democráticamente y tiene todo el derecho del mundo a seguir llevando las riendas de su país durante la nueva legislatura que ahora comienza. Si la victoria de Orbán fue tan apabullante, quien debe hacérselo mirar es la oposición por incapaz e inútil a la hora de presentar una alternativa que seduzca a la sociedad húngara y, porque todo sea dicho, Viktor Orbán también lo ha hecho bien. Quieren retratarlo como un personaje particular por el hecho de que -a diferencia de Pedro Sánchez- el presidente de Hungría no se pliega ante nadie, defiende los intereses de su país y es coherente con lo piensa.
Aquí tenemos a un Pedro Sánchez que es capaz en un día de traerse al líder de Frente Polisario, Brahim Galli, a escondidas y con una identidad falsa, romper con Marruecos, ceder a las pretensiones nacionalistas de Marruecos en el Sáhara al cabo de unos meses sin obtener nada a cambio, y romper con Argelia y el Frente Polisario. Casi nada y todo sin despeinarse. Eso sí, a costa de perder relevancia internacional, ser el hazmerreír del mundo occidental y perder toda la credibilidad. A Sánchez le puede dar igual decir lo mismo y lo contrario dentro de España, pero en el ámbito internacional los bandazos no se perdonan.
Viktor Orban podrá gustar más o menos, pero todas las potencias del mundo se le ponen al teléfono o lo reciben. Lo recibió Trump, lo ha recibido Putin, lo recibió Xi Jinping y los que vengan por detrás. Sánchez sigue mendigando su foto en la Casa Blanca y lo máximo que ha sacado han sido fotos de pasillos con Biden. Trump pasó de él, Putin pasó de él y el chino tampoco lo ha invitado a China.
Solana y los globalistas quieren individuos al frente de los gobiernos también globalistas o que sean manejables, insípidos, indoloros e incoloros. Sánchez pertenece a esa clase de políticos.
Una victoria de Macron a finales de abril significaría más de lo mismo, más Agenda 2030, más injerencias en los asuntos internos de otros países y una sociedad lobotomizada, sin reflejos intelectuales básicos, con miedo a opinar y adocenada.
El mismo Macron fue el otro día quien cargó contra el primer ministro polaco, Mateusz Morawiecki, al calificarlo como “un antisemita de extrema derecha”. El Gobierno polaco, como otra mucha gente, no entiende que Macron, a estas alturas de la guerra en Ucrania, con todas las atrocidades que hemos visto que las tropas rusas han originado a su paso por el país ucraniano, siga llamando por teléfono al presidente ruso, Vladimir Putin.
Si Orbán va a ver a Putin, malo. Pero si quien lo hace es el presidente francés, los medios globalistas enaltecen del dirigente galo por lo que ellos llaman “su vocación por el diálogo y la diplomacia”. Como si Orbán hubiera ido a Moscú a jugar al parchís. Es la doble vara de medir de todos aquellos que ansían la victoria de Macron. Si lo consigue, ¿habrá que hacer algo Sr. Solana?
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