Opinión

Sánchez: el fuguista es eterno

Aseguran los que presumen de conocer la agenda del presidente que, de aquí a finales de octubre, le veremos -es un decir- muy pocos días por Madrid. Se va a dar a la fuga a partir de esta semana cuando aborde el incómodo Falcón (¡hay que tener cara!) y se dirija a China, uno de los pocos países que le falta por visitar en su recorrido mundial por el Universo.

Afirman también los que dicen saber de este programa y sus circunstancias, que no está cierta la presencia de la influencer Begoña en este viaje, sobre todo porque la señora Gómez tiene con asterisco todos sus negocios, alguno de los cuales se montaron en su día como acompañante de su marido, el jefe de Gobierno. Se la lleve a o no a China, falta muy poco, pero que muy poco, para enterarnos el público en general qué demonios hará el heroico juez Peinado con Begoña y su entramado comercial. Hay que presumir, dados los pocos días que Sánchez estará por España, que la decisión del magistrado le pillará al presidente fuera de suelo patrio, lo cual puede ser más cómodo para él si, como se presume, Peinado arrea un par de collejas al matrimonio. Ellos, que se han volcado en presentar contra el juez toda clase de recursos (casi todos, fíjense, amparados en papel prensa) van a quedarse decepcionados en breve porque, de hacer caso a todas las previsiones, tales recursos se quedarán en papel mojado. Algo que de cumplirse, como este cronista tiene escuchado, puede prefigurar el porvenir judicial de la señora del presidente.

Entonces quedamos en que a Sánchez los muy probables desaires a su señora en los tribunales le cogerán a bordo del Falcón, en Bruselas o aledaños, o quién sabe en qué lugar del globo terráqueo. Lo mejor para adivinar que sitio será el escogido es recorrer los países que aún no ha visitado, elegir alguno de ellos, y colocar una banderita, al modo clásico, para acertar donde se encuentra nuestro prohombre. Existe un dato significativo: a medida que se ha acercado el fin de nuestros presidentes, más viajes se echaron al coleto. Sucedió con Suárez, que se plantaba en América cuando más tralla se le daba en España; ocurrió con Calvo Sotelo, que también le dio por llevar a su esposa Ibáñez-Martín de periplos varios; ¡qué decir de González, que despreciaba al personal hispano y se hallaba guay con el extranjero!; y por su lado finalmente, cada uno por el suyo naturalmente, Aznar y el escondido Zapatero también se dedicaron, en su estación término, a pasearse por lugares más o menos remotos. Todos acometieron sus últimas horas más dedicados a lo de fuera que a lo de dentro.

¿Quiere esto decir que Sánchez ahora esté despidiéndose del boato y la gloria oficiales porque no está seguro de llegar a la meta del 27? Pues todos los síntomas aparecen como contrarios. El depravado se queda. El miércoles, en su doble comparecencia hecho un pijín en el Instituto Cervantes y en la Moncloa, ya advirtió al gentío que lo suyo, como la Covid, se dilata. En su megalomanía absolutamente patológica, se regodeó avisando de que España atraviesa el mejor momento de su historia desde hace muchas décadas. Literal. Cuando los ministros le escucharon ahítos de emoción, algunos se removieron de sus asientos como diciendo: «Vale, lo mío está asegurado». Si este país, ahora tan domeñado por el sujeto, fuera decente y normal, la estancia de Sánchez en la Moncloa estaría ya muy acabada. No lo es porque los cuatreros que soportan al personaje, al que algunos, como el vasco Ortúzar desprecian («es un tipo sin ninguna consistencia, no es de fiar») le utilizan para cuadrarle todos los chantajes que se les ocurren. Hace años leí un libro divertido, no recuerdo el título, de un periodista formidable, Jacinto Miquelarena, en el que describía precisamente la condición esencial de un múltiple extorsionador (tenía en su repertorio a varias víctimas) y lo retrataba más o menos de esta guisa sin literalidad: Dalmacio (este si era nombre real) no para; como los propietarios de muchos alquileres lleva inscritos en su agenda los apellidos de sus arriendos y a todos recurre a finales o principios de cada mes, el precio que les cobra es cada vez más agobiante, y cuando alguno se resiste a pagar o porque ya no tiene con qué o está de su chantajista hasta los huevos, le envía una escueta nota con esta advertencia: «Su señora ya está avisada».

Pues eso: ahora mismo los chantajistas de Sánchez que son los esquilmadores de Esquerra, los buenos, como el pícnico Junqueras, o los malos, como la escuchimizada Rovira Vergés, la jineta del separatismo radical de Junts, Miriam Junqueras, el secuestrador Otegui o sus congéneres del PNV en extinción Ortúzar y Esteban, saben que tienen un chollo con el individuo al que tienen preso por la entrepierna. No hay más cera que la que arde. Y ambos, los chantajistas y su colaborador necesario son conscientes de que se necesitan: uno, porque si no se queda sin Falcón, los otros porque si el fuguista se larga, o le largamos del todo, se quedan para vestir santos aldeanos sin una competencia más con la que rellenar sus apretadas bolsas de Gobierno. De manera que no hay más tu tía: esto, lo anuncia Sánchez venga o no a cuento, al Partido Popular se le va a hacer muy largo. En la historia de la política, quizá también la más cercana a nosotros, no ha existido una coyunda más efectiva que la montada en España entre unos golfos que están dejando la estructura del país en las raspas, y un psicópata, émulo mejorado del traidor Fernando VII, que compra a diario su permanencia. De aquí que Sánchez se considere eterno. Este verano, en una confesión veraniega, le decía esto al cronista un dirigente socialista periférico: «Mira las cosas están como están y el presidente goza sabiendo de las úlceras que os están saliendo con su sola presencia». O sea, encima, chulos, al estilo de su progenitor político. La ufana confidencia del tipo puede resultar -de hecho fue así- insoportable por más que sea cierta: Sánchez se regodea en su eternidad. Tengo para mí que disfruta más causando desazón en los ajenos, la oposición, que con su propia subsistencia como jefe del Gobierno. Dice un amigo periodista de postín y cargo antiguo en el PSOE: «No le importa que le insulten; él es el que manda». Es decir, como Dante: perdamos toda esperanza.