Sánchez cree que también gobierna en Washington
Estos señores que nos gobiernan, y que se sienten tan identificados con Biden, han diseñado una ley de memoria democrática para cambiar la historia y modularla a su conveniencia reivindicando la segunda república criminal.
El pasado domingo, una vez conocida la victoria provisional de Biden -a falta de los litigios en marcha-, el diario ‘El País’, que es el de mayor audiencia de España en lo que respecta a los medios escritos, pero que tiene la menor reputación de su historia, igual que ‘The New York Times’ por motivos parecidos como haber antepuesto sus prejuicios ideológicos y su sectarismo al sagrado deber de informar lo más objetivamente posible, y en este caso concreto por haber privilegiado sus intereses económicos -dependientes del apoyo público y de los favores de algunos miembros del Ibex 35 que continúan salvándolo de la amenaza de quiebra en la que se encuentra desde hace años- escribía: “los partidarios de las democracias liberales, de los valores de la tolerancia, del progreso social, de las sociedades abiertas y el respeto de las minorías, del conocimiento científico y del amor a la cultura pueden celebrar -en Estados Unidos y allí donde estén- la derrota de una de las grandes amenazas a sus ideas desde que se afianzaron tras la Segunda Guerra Mundial. La victoria de Biden es un cambio de era para su país y para Occidente”.
Pues no. Falso. Yo estoy en favor de todos esos principios conmovedores y célebres y sigo pensando que los defendía mucho mejor Trump que el eventual inquilino de la Casa Blanca, que se caracteriza precisamente por no tener código de valores digno de ser respetado. Entre los primeros en felicitar al señor Biden han estado por supuesto el presidente Sánchez y el señor Iglesias, que se sienten plenamente identificados con el nuevo cambio de era. Pero ése es precisamente el problema. El cambio de era que antes que en Estados Unidos se inauguró en España con el Gobierno social comunista tras una moción de censura artera que violó el espíritu constitucional.
Está presidido por la falta de respeto a la Carta Magna y a la Monarquía parlamentaria, por el escaso aprecio por la democracia, por el entreguismo al populismo letal, por la ausencia de consideración con los que se oponen al pensamiento único dominante, por el rechazo de la ciencia -que ha sido evidente en el tratamiento de la pandemia-, por la nula tolerancia hacia el adversario -al que se trata permanentemente de denigrar con el adjetivo grueso de fascista a la primera de cambio- y por una serie de actitudes como la mentira reiterada desde el atril del poder público, la falta de transparencia y el clientelismo obsceno, todos ellos tics contrarios a los que deberían presidir la sociedad abierta de la que hablaba Popper y que el diario ‘El País’ socava a diario en su papel de portavoz del equipo infame instalado en La Moncloa.
Estos señores están empeñados en modificar el sistema de elección de los jueces para liquidar cualquier contrapoder que pueda perturbar sus designios temerarios.
Estos señores que nos gobiernan, y que se sienten tan identificados con Biden, han diseñado una ley de memoria democrática para cambiar la historia y modularla a su conveniencia reivindicando la segunda república criminal, están a punto de aprobar una ley de educación que eliminará de las escuelas el castellano como lengua vehicular en todo el territorio -precepto establecido explícitamente en la Constitución-, que degradará los estándares de enseñanza y de instrucción permitiendo a los alumnos pasar de curso con suspensos, impedirá que los padres elijan libremente los centros donde quieren formar a sus hijos, y también están empeñados en modificar el sistema de elección de los jueces para liquidar cualquier contrapoder que pueda perturbar sus designios temerarios.
No es el falso populismo de Trump el que nos debería haber preocupado sino el que está inscrito y sellado a fuego en el Consejo de Ministros desde que lo dirige el tándem Sánchez-Iglesias. El presidente -que es obvio que comparte los delirios del macho alfa- ha cedido a todos los caprichos de su número dos. Mantiene bajo control la televisión pública, domina clamorosamente las privadas -que como en el caso de Estados Unidos, han dejado de prestar el servicio público de informar y aun el de entretener para convertirse en palanganeros del poder- y ahora tiene la intención y la voluntad de aprobar una ley por la que un comité instalado en la Moncloa podrá combatir la supuesta desinformación, que es, como dijo un siniestro y bien mandado general de la Guardia Civil en los tiempos más duros de la pandemia, toda aquella que vaya contra los intereses del Gobierno y pueda desestabilizar o contrariar las políticas por el dictadas.
A la gente corriente parece interesarle una vaina la verdad si no es la decretada por Sánchez, que es al fin y al cabo el que aparentemente les va a dar de comer
Todo este asedio a la libertad y al sistema democrático se está produciendo en nuestro país con una falta de escrúpulos -por parte de quienes nos dirigen- y con una sensación de impunidad que da realmente pavor. Cuentan para ello con un terreno favorable y un caldo de cultivo propicio. A la gente corriente parece importarle un pimiento el retorcimiento del sistema educativo camino de inyectar el izquierdismo en vena, o la futura comisión para censurar los medios de comunicación refractarios al Gobierno, ni le interesa una vaina la verdad si no es la decretada por Sánchez, que es al fin y al cabo el que, sólo aparentemente, les va a dar de comer, una vana aspiración si se tiene en cuenta el estado de quiebra de las cuentas públicas y los problemas que va a acarrear recibir los fondos europeos.
Hace tiempo que el relativismo y la corrección política se han instalado en España de manera granítica, circunstancia sobre la que abundará sin duda Biden en Estados Unidos en contra de los buenos propósitos al respecto del denostado señor Trump. Aquí la gente está aturdida por el covid descontrolado que, además de las secuelas de muerte y enfermedad, ha causado una perturbación mental sin precedentes entre los ciudadanos, modificando a peor su comportamiento público camino bien de la condición mansa del ganado lanar, bien del colaboracionismo -es decir, del personaje del chivato-, que ha sido una característica intrínseca a todos los regímenes totalitarios como semeja ser cada vez más el español.
Los que hemos hecho la mili sabemos lo que es el rancho: un arroz blanco con una mosca moribunda chapoteando en el caldo y una pata de pollo
La gente está también aturdida porque la depresión económica amenaza de muerte su medio de vida y su futuro y está entregada sin cuartel al rancho que les ha preparado el señor Sánchez. Les parece su única salida en circunstancias tan dramáticas. Naturalmente, los que hemos hecho la mili como es mi caso sabemos lo que es el rancho: un arroz blanco con una mosca moribunda chapoteando en el caldo y una pata de pollo a la que había que pegar un moco propio para que no te la quitara el contrario.
La mayoría de la gente en España está dispuesta a vender su futuro por un plato de lentejas
La mayoría de la gente en España, según dicen las encuestas, está dispuesta a pasar por alto que las televisiones privadas del país estén al dictado del Gobierno, que el periódico de más audiencia sea un siervo del poder público, que Iván Redondo y la cagada de vaca sobre su cabeza simulando pelo vaya a decidir qué deben y qué no deben decir los medios digitales fuera de su control como es el caso de OKDIARIO, o que el castellano vaya a desaparecer como lengua vehicular de las escuelas de la nación. Está dispuesta a vender su futuro por un plato de lentejas sin reparar en que está renunciando a su dignidad y su condición de gente libre. En Estados Unidos por fortuna no ocurre esto. Con más de setenta millones de sufragios, el todavía presidente Trump ha sido el más votado de toda la historia, y sus seguidores están muy dispuestos a dar la batalla cultural que parece definitivamente perdida en España después de que el PP de Pablo Casado haya renunciado a ella -dejando solo Vox en esta tarea tan noble-.
Steven Pinker, ensayista y profesor de Harvard, que es un conspicuo demócrata, no es sin embargo tonto del todo. Su análisis sobre lo que ha ocurrido en Estados Unidos es bastante certero. En su opinión, muchos compatriotas han votado más que nunca a Trump porque las políticas de identidad de la izquierda y la corrección política provocan aversión, lo mismo que los movimientos radicales resucitados al calor del ‘Black Lives Matter’ (las vidas negras importan), con su reguero de violencia y de caos. Igual que en España, el uso de la identidad para reclamar políticas concretas en favor de las mujeres, de los homosexuales o de los inmigrantes, o de una raza concreta es lo opuesto de la justa defensa de cada cual en función de sus méritos y de sus cualidades individuales. Y dice Pinker: si los demócratas quieren construir algo nuevo y decente deben separarse de la palabra socialismo; aunque promuevan políticas más redistributivas, no deben llamarse así…porque causarán el repudio y la deserción de la mitad de la sociedad norteamericana. Puede que Sánchez, en su infinita ignorancia, ayuno por completo de conocimientos económicos, absolutamente iletrado pero audaz como pocas veces se ha visto en la historia de un país, llegue a pensar que también va a gobernar a partir de ahora en Washington, pero esto es algo ilusorio. Allí -desafortunadamente no en España- sus estúpidas ideas tienen en contra a la mitad de la América legendaria que no se rinde ante quienes como Biden desean reducir a escombros el legado de los padres fundadores de la patria.
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