República confederal, colonialista, antirreligiosa de facto
Preguntaba y se preguntaba el pasado lunes la presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, textualmente ésto: «¿Qué hay detrás de lo que está haciendo Sánchez?». Y se respondía a sí misma de esta guisa: «Una república federal laica de facto». Escuchándola, este cronista pensó que se quedaba realmente corta en su apreciación. Más convendría aventurar que el proyecto de este desalmado político que aún nos gobierna es convertir el Régimen de la Constitución de 1978, en una república confederal, colonialista y antirreligiosa de facto.
La verdad es que ni en el caso de Ayuso, ni en mi propia interpretación, Sánchez, pese a sus deseos, se ha inventado nada. Porque recuerden ésto: ¿Saben cómo se presentó su partido (si es que todavía lo es) el PSOE a las primeras y segundas elecciones recién inaugurada la transición? Pues defendió que nuestro país, literal, no era una nación sino una «República Confederal de los Pueblos Ibéricos». Y encima, con capacidad para que cada uno de estos «pueblos» sin excepción se largaran de la tal república a voluntad, sin que pudiera ponérseles obstáculo alguno.
Ahora Sánchez -si es que acierta Ayuso, que lo hace parcialmente- pretende tres cosas: una, sustituir la Monarquía constitucional por una república; dos, modificar el Estado unitario, pero autonomista de ahora mismo por otro eufemísticamente «federal» en el que, con certeza, cada quien pueda elegir libremente, sin trabas, su permanencia o su fuga; y tres, liquidar la aconfesionalidad e introducir un rígido y radical laicismo más parecido en la práctica, según lo estamos comprobando a diario, por una antirreligiosidad de facto, o sea, incompatible con cualquier signo externo de ejercicio, incluso, con la convivencia pacifica del Estado con cualquier confesión.
Todavía podemos añadir a esta relación de objetivos, un cuarto. Éste: una pulsión imperialista y colonialista porque, ahí acertó de pleno la conferenciante: «Éstos (por los independentistas) no se van a conformar con lo que se le vaya a dar, exigirán cesiones hasta el punto de intentar la asunción de otros territorios». Obviamente, se estaba refiriendo a la Comunidad Valenciana y Baleares en el caso de Cataluña, y a Navarra y yo qué sé cuántas piezas más en el caso del hipernacionalismo vasco.
Alguno de los asistentes -una legión- al acto de Ayuso en el Siglo XXI, decoloraron la trascendencia de sus mensajes con esta triple imputación: «Esto es más de lo mismo, se mete en la política nacional, cosa que no le compete» y «presenta un panorama apocalíptico incompatible con la realidad». Lo decía en la misma mesa que le endosaron al cronista, un tipo emboscado que, con toda certeza, iba a salir del acto raudo para informar a sus mayores partidistas de qué había ido la cosa. En su torpeza de bodoque, ni siquiera se enteró de que la misma Ayuso había respondido a una pregunta sobre la extensión de su denuncia a Sánchez, argumentando que “Madrid es la capital de España y, por tanto, le toca defender los valores constitucionales”.
Horas antes de la intervención de la presidenta en este foro, ya se adelantó que esta vez, a pesar de lo que luego sentenciaba el idiota, no «iba a ser más de lo mismo». Porque, a ver: ¿se puede decir que es «más de lo mismo» una intervención en la que Ayuso animó a los españoles a no dormirse, a actuar porque «nadie va a ayudarnos» y a denunciar que «España no se rinde, ni está en venta?». Lo que verdaderamente hizo el pasado lunes Ayuso es remover la conciencia de sus compatriotas para, como dijo acertadamente Jorge Bustos «sacarla del estado de narcosis en que se encuentra».
Minutos después de que la presidenta acabara su parlamento, salía a la palestra el peón albañil de Pedro Sánchez, el pobre ministro Bolaños, para anunciar que, tras la eliminación del delito de sedición de nuestro Código Penal, venía el de malversación, también a la vera misma de ser aliviado de nuestra juridicidad. Esto no se llama de otra forma que no sea la desmembración de España. A este paso, Sánchez va a pactar con sus socios delincuentes y filoterroristas, que el Estado no sólo les solicite perdón por su réplica a la insurrección de 2017, sino, además, que indemnice a los sediciosos por haberles metido en la cárcel por un delito desaparecido con efecto retroactivo. Esto, ya lo verán, lo va a hacer Sánchez porque para él ha llegado el momento de abandonar los paños calientes, de «ir a por todas» como ya amenazó apenas concluido el verano.
Con este propósito de adosar también la malversación a sus intentos de complacer a los delincuentes catalanes, Sánchez va vendiendo entre propios -los más tontos o cafeteros- y ajenos -los más ingenuos compañeros de viaje- que todo lo hace para la normalización pendiente del País Vasco y, claro está, de Cataluña. Pero como todo en él es una mentira clamorosa: su única intención no es ya permanecer en el poder, sino eternizarse en él, porque, téngase en cuenta este aviso, su modelo es favorecer la posibilidad de presentarse una y otra vez a la Presidencia del Gobierno de la nación sin que NADIE pueda evitarlo. Es ya Sánchez de la calaña de cualquier dictador caribeño, incluso de asesinos como Maduro, Kirchner u Ortega con los que, increíblemente, el viejecito Biden, que está sentando en la Casa Blanca con ánimo, él también, de repetir, está dándose bochornosamente el morro.
Por todo esto, por los adelantos, los anuncios y las denuncias que realizó este lunes pasado la presidenta Díaz Ayuso, no fue su intervención, como la descalificaba el citado membrillo, «una más». Fue el anticipo que se nos viene encima en un país no sé si alegre, pero sí confiado en el que estamos ciertamente narcotizados. A la gente de bien nadie le va a ayudar a desprenderse de este barrenero de la libertad. O sea, que a ¡tomarlo en cuenta! y que cada palo aguante su vela. En la trinchera que le toque.