Rajoy: ¿suicidio o responsabilidad?

Rajoy-PP
Mariano Rajoy en una reciente imagen (Foto: Efe).

El añorado Leopoldo Calvo-Sotelo pudo haber sido un gran presidente, y en cierta medida lo fue, pero a la historia ha pasado como el hombre que llevó al desastre a esa fenomenal maquinaria política que era la Unión de Centro Democrático (UCD). No hay precedentes en la Historia europeo de un descalabro de semejantes dimensiones: los 168 diputados que tenía detrás de sí en 1981, cuando accedió a La Moncloa, quedaron reducidos a la casi nada el 28 de octubre de 1982. Aquella noche Felipe González batía un récord, al asegurarse 202 escaños, y el gallego de Ribadeo otro, al tener que conformarse con 12. Y gracias. Porque el 12 era en realidad compartido con AP en el País Vasco.

Los meses que transcurrieron entre el 25 de enero de 1981 y el domingo del cambio de 1982 fueron un sinvivir. La UCD ya no era un partido compacto sino el ejército de Pancho Villa: había casi tantas facciones como cargos orgánicos. Los azules, los democristianos, los liberales, los socialdemócratas y una tan larga como prolija y felona lista de especies. Cómo serían las cosas que Leopoldo Calvo-Sotelo se tuvo que acostumbrar a que el PSOE de un por aquel entonces imberbe Felipe González le ganase votación tras votación en el Parlamento. Fue el preludio de una tragedia que se consumaría un año y nueve meses después con la fagocitación y posterior desaparición del, ahí es nada, proyecto que condujo pacíficamente a España de la dictadura a la democracia. Un proceso, por cierto, que algunos imbéciles quieren tirar a la basura por estos lares pero que allende los mares (en Harvard o Georgetown, por ejemplo) se estudia con una mix de envidia y admiración.

Mariano no es Leopoldo ni el desaparecido Leopoldo fue nunca Mariano. Por muchas similitudes que tengan: están dotados de una ironía fuera de lo común, nacieron para el consenso, poseen un cuajo tremendo y, consecuentemente, no se ponen nerviosos así los maten, lo cual está muy bien si de llevar las riendas de una nación se trata. También existen numerosas diferencias entre uno y otro personaje. Al de Ribadeo, sin ir más lejos, le hubiera encantado que la UCD operase como el PP actual, manu militari. Frente a aquel panorama de curros jiménez que hacían cada uno la guerra por su cuenta, Génova 13 parece el mismísimo Ejército de los Estados Unidos. Nadie discute las órdenes del comandante en jefe. Nada en público y casi nada en privado. Como decía aquél, donde manda uno, no manda ninguno.

Viene a cuento esta parrafada de la decisión cuasiunilateral de Mariano Rajoy de evitar unas nuevas elecciones. Todos en el PP, seguramente menos el sabio Arriola, que es el que más y mejor controla, tenían meridianamente claro que había que hacer buena la máxima: «A la tercera, va la vencida». Los sondeos internos y extramuros coinciden a la hora de otorgar no menos de 150 escaños al Partido Popular en una hipotética nueva convocatoria electoral. Algunos demóscopos mantienen que han tocado ese 160 que hace presidente del Gobierno sin ni siquiera haber sido ungido con el don de la mayoría absoluta. Son minoría los que conceden al gran partido del centroderecha español una cifra superior incluso pero, haberlos, haylos. En este último elenco se encuentra El País que, seguramente más por voluntarismo que otra cosa, le concede el 37% de los votos emitidos. Podemos, con un 22%, y el PSOE, con un 18%, quedan a años luz de los Mariano’s boys&girls.

Sea como fuere, es evidente que el gap entre la ingobernabilidad y la gobernabilidad se achica por momentos. Al punto que si el PP fuera a una nueva contienda electoral podría salir de ella gobernando plácidamente con las lógicas chinitas que le iría poniendo Ciudadanos en los zapatos. Constituiría el escenario perfecto para un país que necesita acometer las últimas reformas para situar definitivamente nuestras cuentas en perfecto estado de revista. Eso sí, haría falta darle la vuelta al pacto que cerraron Rajoy y Rivera en el último suspiro de agosto. Una entente cordiale que pasaba por incrementar el gasto en 26.000 millones a cuatro años vista cuando lo que toca, para empezar, es meter un hachazo de 5.000 sólo en 2017 para cumplir el 3,1% de déficit prometido a Bruselas la última vez que nos perdonaron la vida.

Todos en el PP, desde María Dolores de Cospedal hasta Soraya pasando por el último mono de Génova 13, apostaban a una sola carta: la repetición electoral. Que volviéramos a meterla (la papeleta, claro) el 18-D. Lo hacían a escondidas, de boquilla, entre bastidores, porque la consigna global era la de la buscar la formación de Gobierno por tierra, mar y aire. Eran tan conscientes como Pedro Arriola que gracias a un PSOE en descomposición y a unos podemitas que no están más locos porque no se entrenan, el éxito del 26-J aumentaría exponencialmente por mor de la Ley Electoral.

Hasta que llamaron de Bruselas y, obviamente, de Berlín y Francfort, que es donde de verdad se juega el partido UE-Resto del mundo. En ese despacho de Fráncfort en el que mora el jesuítico Mario Draghi y en ese de Berlín desde el que Angela Merkel vende los consejos que para ella no tiene. Los jerarcas comunitarios no se anduvieron con rodeos: «Prorrogar los presupuestos es una tragedia». Más que nada, porque ello hubiera complicado sobremanera el ajuste necesario para cumplir las metas de déficit, por no decir que lo hubiera hecho imposible.

Mariano Rajoy se ha visto impelido a hacer de la necesidad virtud. Coser y cantar para un personaje que se ruboriza ante la mera posibilidad de llevar a cabo un infinitesimal uso torticero de las instituciones. El gran interrogante es si orgánicamente ha hecho bien. Hace dos martes contemplamos lo que va a ser la marca de la casa de aquí en adelante si antes de final de mes hay fumata blanca: todos, incluidos los ¿socios? de Ciudadanos, votando todo en contra. ¿Le compensa a Mariano Rajoy en particular y al PP en general dar la sensación de estar más solo que la una semana tras semana, pleno tras pleno, votación tras votación? En esta estrategia van todos a una PSOE, Podemos y Ciudadanos. Salvo que el pontevedrés de Santiago haya dado el paso al frente con un solo objetivo: aprobar los Presupuestos Generales del Estado y propiciar los recortes imprescindibles para que no nos tiren de las orejas desde esas tres ciudades (Bruselas-Berlín-Fráncfort) que se antojan la bicha cada vez que se mientan. Y tal vez con una intencionalidad añadida oculta: impedir inteligentemente que el coletudo amigo de los proetarras se convierta por la vía de los hechos en el jefe de la oposición. Si no para de dar el coñazo autoatribuyéndose ese número 2 que de momento le niegan las urnas, imagínense la que nos espera como sus deseos se hagan realidad.

Este cóctel de razones han debido llevar a MR a complicarse la vida. Sólo de esta manera se puede llegar a comprender tanto sentido de la responsabilidad. Que ande con ojo el presidente porque la línea que divide el sentido de Estado del suicidio es muy fina. Y, desde luego, que exija al extraordinario Javier Fernández el «sí» activo o pasivo a los Presupuestos. Porque, de lo contrario, para este viaje no habrán hecho falta semejantes alforjas. O pasan por ese aro, o a elecciones. Que una cosa es poner la otra mejilla un día y otra más próxima al masoquismo exhibirla para que te la dejen hecha un cristo a todas horas lunes, martes, miércoles, jueves, viernes, sábados, domingos y fiestas de guardar.

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