¡Queréis dejar de tiraros los trastos a la cabeza!
El asalto a Telefónica revela más allá de toda duda razonable que Pedro Sánchez ha puesto la quinta y nada se le pone por delante. Que va a por todas y a por todo. Que le da igual ocho que ochenta. Que no se va a parar en barras. Que, como apostillaría un castizo, para chulos, sus cojones. En resumidas cuentas, que arrasará todo lo que le plazca, incluidos esos medios que le hicieron babosamente la pelota para salvarse de la quiebra vía publicidad institucional, que más tarde se pasaron con armas y bagajes a Alberto Núñez Feijóo por aquello de arrimarse al sol que más calentaba y ahora regresan a su vera cabizbajos, eso sí, aplaudiendo histéricamente al autócrata hasta romperse las manos como hacen los súbditos de Kim Jong-un para no acabar convenientemente descuartizados por las jaurías de perros a las que son remitidos los traidores. Ciertamente, los camisas nuevas del sanchismo dan infinitamente más asco que Sánchez.
Está crecido. Asentado. Y parafraseando a Guerra —perdón por el sacrilegio, don Alfonso—, va camino de conseguir que a España no la conozca ni la madre que la parió. Con la sutil diferencia de que el primero cuenta con 121 diputados y el ex vicepresidente del Gobierno tenía detrás 202 cuando pronunció la celebérrima frase que hizo temblar a todos los ciudadanos que no pensaban como él. Cierto es que el Felipe González de aquel entonces ya era un furibundo posibilista, que hizo menos rotos de los esperados, que incluso nos mantuvo en la OTAN y que logró que España creciera al 5% en la recta final de los 80 con ese liberalismo solchaguiano antagónico al intervencionismo gubernamental de nuestro tiempo. Nada que ver con un Sánchez que ha pasado de estar ubicado en la extrema derecha del PSOE a invadir el terreno ideológico de la ultraizquierda. Primero eliminó de la ecuación a Podemos y no descarten que, poco a poco, sin prisa pero sin pausa, le propine el abrazo del oso a Sumar para echarse al coleto 140 ó 150 escaños en las siguientes generales.
Y mientras España se desangra, mientras Sánchez descojona el Estado, mientras pasamos de una democracia homologable a cualquier otra de Occidente a una autocracia, y encima a velocidades supersónicas, ¿qué hace la derecha? No contesten que ya lo hago yo por ustedes: el imbécil. Están todo el día a farolazos, como esos hermanos que sienten tirria mutua pasándose los genes por el arco del triunfo, en resumidas cuentas, pensando más en el de al lado que en el de enfrente. ¿Y cómo opera, entre tanto, Pedro Sánchez? Partiéndose la caja de risa y dando las gracias a Satanás por los adversarios que le han tocado en suerte y nunca mejor dicho.
En la derecha están todo el día a farolazos mientras Sánchez se parte la caja de risa dando las gracias a Satanás
Jamás olvidaré el festival de generosidad, complicidad y utilitarismo con el que Pedro Sánchez y Yolanda Díaz deleitaron a su parroquia en el segundo debate de la carrera por el 23-J. El primero asumió el rol de actor secundario, la segunda se erigió en protagonista y consiguieron lo que se habían propuesto: que la ferrolana no se fuera por el sumidero de las urnas contrarrestando unas encuestas que ponían las cosas muy feas a Sumar. ¿Qué hizo la derecha? Feijóo no se presentó, decisión que seguramente le costó las elecciones, y Abascal no se lo preparó convenientemente, cosa que sí hizo la lideresa comunista que resultó la indiscutible vencedora de una batalla dialéctica a cuatro en la que había tres. De aquellos polvos vienen estos lodos.
El plantón del gallego de Los Peares tiene que ver con el miedito que le metieron en el cuerpo los michavilos y los chanquetes de la vida en campaña. Hay que huir de Vox como de la peste. Todo lo contrario que el presidente del Gobierno, que no sólo no se arrepiente de pactar con los cabecillas del 1-O y con los asesinos de 856 españoles sino que se jacta de ello y lo defiende con argumentos tan cínicos y falsarios como efectistas. Un tipo que llama «president» a quien contribuyó a despojar de la Generalitat respaldando cual groupie de Rajoy el 155, que se abraza cual coleguita a un Pablo Iglesias al que ponía a escurrir y que da el pésame en el Senado a Bildu por un etarra suicidado es indiscutiblemente un amoral pero también un killer. Un maquiavelazo que no se para en barras a la hora de justificar cualquier medio para conseguir el fin que se ha propuesto. A lo hecho, pecho. Con un par.
Con la sutil diferencia de que Vox no se levantó contra el orden legal establecido, no declaró la independencia, no asesinó a 856 congéneres, no está a sueldo de ninguna narcodictadura, no apalea a sus antagonistas ideológicos ni tampoco los apedrea, circunstancia que sí se produce con ellos jugando el involuntario rol de víctimas. Los de Santiago Abascal defienden la Constitución como el que más, su programa es primo hermano del confeccionado por Génova 13, son megaliberales en lo económico y han sido inequívocamente generosos en la formación de los gobiernos autonómicos de las regiones en las que el PP se quedó sin esa mayoría absoluta a la que se refieren con un eufemismo, “mayoría suficiente”, que me pone de los nervios. Digo yo que será más presentable el partido impecablemente constitucional de Ortega Lara que unos etarras, unos sediciosos o unos piojosos a sueldo de Venezuela e Irán.
Al partido verde sí hay que pedirle en aras del bien común, exigirle más bien, que se desacralice como han hecho todos sus iguales en el planeta. Por cierto, con descomunales resultados: gobiernan en Italia, en Argentina, lo hicieron hasta hace bien poco en Brasil, son la primera fuerza en intención de voto en Francia de la mano de Marine Le Pen, figuran los segundos en las encuestas en Alemania, están empotrados en los gobiernos de Finlandia y Suecia, mandan en Hungría con el 60% de los votos, hasta hace dos semanas lo hacían en Polonia y sobra decir que Donald Trump dispone en estos momentos de más boletos que nadie para ser el cuadragésimo séptimo presidente de los Estados Unidos después de haber sido el cuadragésimo quinto. Con el respaldo cristiano no basta, salvo casos excepcionales como los de Hungría o Polonia donde el número de católicos practicantes supera el 80%.
Será más presentable el partido impecablemente constitucional de Ortega Lara que unos etarras, unos sediciosos o unos etarras
Bien harían también en dejar de negar la violencia machista, siguiendo el ejemplo de un Santiago Abascal que la ratifica porque es una evidencia, en normalizar la homosexualidad y en jubilar tantos otros debates estériles que no conducen a ninguna parte. En elevar a la categoría política de normal lo que a nivel de calle es simplemente normal, que diría el gran Adolfo Suárez.
Si Meloni o Le Pen están triunfando es porque las dos abandonaron los postulados históricos de sus respectivas formaciones. La primera está a años luz de lo que representaba tanto el MSI como la Alianza Nacional de Gianfranco Fini —el pragmatismo es siempre un factor ganador— y la segunda acude a manifestaciones a favor de Israel cuando su padre negaba la existencia de las cámaras de gas.
Al PP, por su parte, le convendría dejarse de complejitos, en hacer lo que predica y no predicar lo que luego no hace, en luchar contra el sanchismo sin concesión alguna. Es decir, en circular en dirección contraria a esa campaña de las generales en la que, tras sacarse de la manga el genial “derogar el sanchismo”, se descolgó anticipando que el primer partido con el que trataría de cerrar acuerdos postelectorales sería el PSOE de ¡¡¡Pedro Sánchez!!! Un lío del que ya no pudieron salir. La gente no entendía nada: si hay que derogar el sanchismo, ¿cómo vamos a pactar con él para formar Gobierno? Por no hablar del disparate que supone arreglar las comisiones parlamentarias con los sanchistas cuando los votos les permitían hacerlo únicamente con los de Abascal.
Deberían echar la vista al otro lado del charco, en Argentina el sosias de Abascal gobierna con el homólogo de Feijóo
El PP debe mirarse en el espejo de Isabel Díaz Ayuso, que ha conseguido su absolutísima mayoría ensanchando el mensaje y dejando fuera de juego a Vox. De boca de la presidenta madrileña han salido escasísimas críticas a Rocío Monasterio y cía, de hecho, actúa como si no existieran, entre otras razones, porque es más consciente que ningún otro líder popular que PP y Vox son vasos comunicantes como en su día lo eran PP y Ciudadanos. Ya se sabe que no hay mejor desprecio que no hacer aprecio. Caer en la trampa de que Vox es la extrema derecha, poco menos que una banda de cabezas rapadas que van pateando por la calle a negros, árabes, rojos y homosexuales, es regalarle el relato al autócrata.
Los unos y los otros deberían también echar la vista al otro lado del charco. A Argentina, concretamente, donde el sosias ideológico de Abascal, Javier Milei, gobierna en coalición con ese homólogo de Feijóo que es Mauricio Macri. La gesta que supone expulsar del poder a los ladrones de los kirchneristas fue posible gracias al Pacto de Acassuso, bautizado así porque se cerró en la casa del ex presidente y ex alcalde en el homónimo barrio porteño. Allí los gerifaltes de La Libertad Avanza y Juntos por el Cambio dejaron de lado lo que les separaba anteponiendo lo que les unía con un objetivo superior: rescatar un país resignado a la ruina, con una inflación del 140%, con unos niveles de pobreza superiores al 40% y con unos niveles de latrocinio que reducen a la condición de juego de niños los del África subsahariana. Desterraron la corrupción y la ineptitud de sus antecesores y ahora se disponen, de la mano del macrista Toto Caputo, a obrar el milagro de que Argentina funcione, de que la riqueza se extienda a la ciudadanía y deje de ir a los bolsillos de los golfos de turno que casualidades de la vida son sistemáticamente peronistas. Algo más sencillo de lo que parece teniendo en cuenta el potencial de la que hace un siglo era la segunda o tercera economía más potente del mundo. Sólo hace falta que no se corrompan y no se dejen intimidar por las mafias piqueteras.
Feijóo debe tener claro que Abascal es mejor moralmente de aquí a Sebastopol ida y vuelta que Sánchez y Abascal debe limar las estridencias de los hiperventilados de turno, tal que anteayer Ortega Smith, consiguiendo que actúen a su imagen y semejanza, suaviter in modo, fortiter in re. Y, de paso, hacer gestos, dar pasos, para atraer el voto femenino. Ambos deben reparar de una puñetera vez en el nada insignificante detalle de que el enemigo de Feijóo no es Abascal ni el de Abascal Feijóo sino Pedro Sánchez. Mal enemigo, como ha demostrado reiteradamente, al que no importa doparse o pegar un cabezazo al contrario con tal de seguir montado en el Falcon. Y luego al que Dios se la dé en las urnas, que San Pedro se la bendiga. Pues eso: que dejen de mirarse el ombligo, que el anticristo es el autócrata, ¡carajo!
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