¿Qué hacemos con esta democracia?
Orwell dirige el discurso público en la Felonía sanchista. La España ultra que se mira al espejo cada día proyecta en la España indignada sus propios defectos, instalados en ese disco duro totalitario llamado socialismo que vive sus mejores horas en España y sus peores momentos en Argentina. Mientras Milei desarma con valentía el Estado parasitario que ha alimentado durante décadas la ruina corrupta de unas élites acostumbradas al saqueo constante de su pueblo en forma de leyes, decretos, normas, impuestos, prohibiciones y controles, Sánchez ahorma aún más su autocracia popular desinstalando el Estado de derecho allí donde las leyes necesitan ser reforzadas y quienes velan por su ejecución, respaldados. No ocurre, sin embargo, tal dicha.
La rendición que ha hecho el PSOE de la nación ante sus peores enemigos, la infame tríada constituida por el golpista, el secuestrador y el prófugo, representa la suspensión del régimen constitucional del 78 y la progresiva argentinización de España hasta convertirla en un trasunto bolivariano de las peores cancillerías caudillistas de Hispanoamérica. La presencia constante de Zapatero en todo este aquelarre irracional no es casual ni espontáneo. Allí donde hay dictaduras y dictadores, ataques a la Constitución y a las libertades, represión y golpes de Estado y socavamiento de los derechos humanos, está José Luis, el presidente por accidente.
En la actual coyuntura, los españoles debemos decidir -todos, no sólo una parte- si queremos caminar hacia la resignación irrevocable o hacia la rebeldía manifiesta. No caben equidistancias cuando del futuro de la nación hablamos. Tampoco vale ponerse de perfil ni acudir a aspectos de moderación y centralidad para esgrimir ausencia de compromiso determinante. La democracia española ha entrado en quirófano y permanece con respiración asistida, boqueando tras la cortina de un sistema putrefacto que ha terminado por aburrir y agotar a los únicos y legítimos soberanos de la misma. El menosprecio a los símbolos de la nación por parte de sus representantes en Cataluña, País Vasco, Navarra o Moncloa y el asentamiento de un sistema de obediencia debida al déspota que todo lo acaudilla, exige una respuesta unívoca por parte de todos los resortes del Estado que todavía se niegan a sucumbir ante la conformación de una España balcánica de corte socialista.
Ahora que las voces en Ferraz se apagan donde clamaban justicia y resistencia, es pertinente recordar que un pueblo cansado de protestar es un pueblo sentenciado a muerte, dominado por quienes dicen querer lo mejor para sus representados, pero sólo atienden al bienestar de sus huestes. Una España donde se compra votos como el que compra naranjas en el mercado, se usa el dinero del contribuyente para fines privados e inmorales, se intenta asesinar a un líder opositor y pasa el tiempo sin que sepamos quién lo ordenó y por qué, un país donde el Estado decide en la vida privada de las personas cada vez más, donde la inseguridad ha llegado para quedarse y el plan migratorio es importar delincuencia y no trabajo, mientras exportamos talento y no materia prima, una nación que abdica de honrar su pasado para hundirlo en la miseria de una ley amnésica y totalitaria que reescribe lo que fuimos a gusto de los que la odian, donde se hacen leyes para delincuentes y no para las víctimas y se saquea al que trabaja y produce y no al que vive del esfuerzo ajeno, una democracia, en fin, que permite que se sepulte por orden del Ejecutivo la separación de poderes, sin justicia libre y limpia, ni deporte de competición sano y alejado de corruptelas y que acepta que no haya futuro para los jóvenes, donde el reto demográfico se convierte en reemplazo demográfico, conformándose con emitir su irreflexivo y populista voto sin voz cada cuatro años para tranquilizar su conciencia cívica, no es una democracia, es una timocracia.
¿Qué debemos hacer ahora, me pregunto, tras cuarenta años de construcción conjunta? ¿Reformar y resetear esta imperfecta democracia que involuciona perfectamente o dejarla como está, al arbitrio prejuicioso y déspota de un tirano mandibular empachado de propaganda y disonancia cognitiva? ¿Debemos aceptar el triunfo de Sánchez, que ha conseguido dividir tanto que media España cree que la dictadura es democracia y la esclavitud, libertad? O triunfa la España del sermón moralista, de la censura inquisidora y el buenismo impostado, o permanece la España que cuestiona, critica, incomoda y desea ejercer sus derechos -los reconocidos, no los inventados por la causa y el negocio colectivista- en una nación de libres e iguales. Y en esta tesitura sin fin es donde quieren que durmamos los poetas liberticidas y santurrones progresistas que buscan nuestra destrucción, justo cuando la fiesta ya ha terminado.