Opinión

¿Puedes llamar hijo de puta a quien te llama «fascista» o «nazi»?

Pongamos un caso práctico reciente. Muy reciente. Al parecer, hoy mismo, en el Parlament de Catalunya, se ha oído a un diputado de la Cámara, decirle “hijo de p…» a Pere Aragonés, president de la Generalitat. Como fuera que otros diputados, presumiblemente poco simpatizantes del partido de Abascal, han ido a la “seño”, Laura Borrás, con el cuento, ésta ha reaccionado con celeridad para poner las cosas en su sitio. Efectivamente, la presidenta al Parlament ha interrumpido el pleno alegando que «se había oído unos insultos absolutamente intolerables”. Y seguidamente ha pedido a su autor, que ha resultado ser Antonio Gallego, de Vox por más señas, que pidiera públicamente disculpas por su comportamiento inexcusable. Este lo ha admitido, ha pedido perdón, pero ha protestado alegando que no era normal «que el presidente de la Generalitat en cada sesión de control nos acuse de nazis».

Nazis, ¿eh? Y este es el asunto. Esa ligereza con la que se profieren calificativos terribles sin que se suela levantar una ceja. Lo de “nazis” se lo atribuyen mutuamente casi todos en Cataluña. Los “míos” también han caído y muchas veces nos hemos quejado de ello. Pero suele ser casi consustancial con la izquierda y los independentistas proferir “nazi”, “facha” o “extrema derecha” a sus oponentes sin que nadie se alarme.

Eso contrasta con la poca paciencia que se tiene cuando se utilizan armas similares, pero menos políticas, como el transversal y clásico “hijo de puta”. ¿Ha hecho bien el diputado de Vox quejándose? ¿Es más grave ser un hijo de puta que un fascista? Veamos cada cosa. Un “fascista” (sobre “nazis” no hace falta hablar) dice la Wikipedia que es alguien de carácter totalitario, antidemocrático, ultranacionalista y que se vincula a la extrema derecha. Todo ello cosas muy desagradables como pueden comprobar si quieren siguiendo los links donde nos dirige la misma Wikipedia.

Así que, a menos que un político lleve todo esto o muy parecido en el programa por el motivo suicida que sea, no debe de ser plato de gusto ser etiquetado de este modo. Cierto que el comunismo arrastra lacras tan parecidas que la razón nos dice que cualquiera se sentiría también horrorizado de que se lo llamaran. Pero, curiosamente, esto no siempre es así. Hemos visto a políticos y a particulares de este país aceptarlo incluso con picardía. Como si fuera algo de lo que presumir. Pero no he conocido a nadie que se declarase fascista (y mucho menos nazi).

¿Y qué es un hijo de puta? Pues el hijo de una puta. Y ya está. Me dirán que cuando uno le llama “hijo de puta” a alguien no es literal, que obedece al puro ánimo de insultar. La ofensa a la madre puede reverberar en forma difusa por la zona de la amígdala. Pero el aludido no suele llamar a mamá para decirle “mira qué te han llamado”. Otra cosa a mencionar, y es la importante, es que las putas han protagonizado grandes folletines (con perdón) pero nadie puede acusarlas en general de cosas serias tipo genocidios etc.

Así que, no, no parece lo mismo. La diferencia entre ambas categorías de insulto es de varios órdenes de magnitud. Y no encuentro razonable que nadie, sea político o civil raso, tenga que soportar que le relacionen con lo peor que han vivido los siglos. El diputado de Vox ha tenido toda la razón enfadándose porque se toleren esos insultos atroces cuando se dirigen a la derecha, aunque sea conservadora, católica, nacionalista y euroescéptica. También hay manga ancha contra la derecha moderada, los liberales o algún socialista perplejo. “Hijo de puta” es un desahogo comprensible que siempre se quedará cortísimo. Nada que objetar.

¿O es que se asume lo merecen?