El peronismo que no ha tocado fondo
Con la victoria de Javier Milei en las elecciones presidenciales argentinas es posible que el peronismo haya muerto de éxito. Como se trata de un país de tantísimos recursos, el modelo se ha demorado casi un siglo en alcanzar su punto final, y aún habría aguantado más si no se les hubiera ido tanto la mano con el robo y la corrupción.
El peronismo, y su versión siglo XXI que es el kichnerismo, han llevado a la sociedad al máximo nivel de deterioro, no solo social y económico, sino también moral, haciendo inútil el haber consolidado un clientelismo que ha permitido alcanzar un número de sustentados (entre funcionarios y subsidiados) que triplica a los trabajadores del sector privado.
El régimen ha utilizado con Milei la conocida campaña del miedo, pero precisamente el candidato ultraliberal de La Libertad Avanza exhalaba un grado de populismo suficiente para re-lobotomizar al indispensable número de peronistas. Por otro lado, la fidelidad de éstos se ha puesto temerariamente a prueba con un candidato a quien, apartado el inane presidente Fernández, se identifica con los últimos traspiés de la debacle económica. Quizá otro menos desacreditado hubiera aguantado mejor el tipo y la cancha hubiera estado menos inclinada.
Pero, en esa situación de deterioro, ya no ha valido el discurso del salto al vacío (por sentirse todos ya despanzurrados en el fondo del precipicio), ni tampoco apelar al efectismo de campeonar en el Mundial o de tener en Roma un Papa que azuza con la barra montonera. Al final los argentinos no son tan sectarios y han sido conscientes de adonde les han conducido; si notas que hueles muy mal y te sientes embadurnado con una Mas(s)a ocre y viscosa es muy probable que estés chapoteando en la mierda.
Un buen amigo argentino me comentaba, antes del domingo, que, obviamente, Milei no era el candidato ideal, ni sería el presidente idóneo, pero que, desde la cloaca en que se encuentran, los argentinos le votarán sin dejar de taparse la nariz.
«Quizá no sea la solución y se trate del inútil palmetazo de quien se está ahogando, pero les gusta lo que dice y le votarán siguiendo el efecto mortadela, que la gente compra porque les gusta, aunque no lo reconocen porque es cutre». Claro que este mismo amigo, que a pesar de la distancia nos mira con la cercanía que resulta de un afecto sincero, concluye con un, «¡y lo de España, terrible!».
¡Y tiene razón! En España, continuamos profundizando en el deterioro de nuestra situación económica y de las instituciones democráticas, que ya no se muestran como soporte de nada.
Tampoco parece que vayan a serlo las instituciones europeas, que, como se ha visto en Polonia o Hungría, no abordan estos deslizamientos antidemocráticos con valentía y no intentan contrarrestarlos con medidas contundentes y coercitivas. Y ni siquiera limitan o condicionan las transferencias de fondos, con lo que se retroalimentan las políticas expansivas de gasto que aseguran el descalabro económico.
Y si el rumbo ya lo había fijado el sanchismo en la legislatura anterior, ahora, que se ha ampliado en miembros y en objetivos, el mando morse se ha puesto a toda máquina. El discurso de investidura de Sánchez fue tremendamente explícito, propio de aquel a quien la falta de vergüenza le exime de la necesidad de disimulo: el primer objetivo es el levantamiento del muro que polarice definitivamente a la sociedad y que proscriba a la mitad maldita; el segundo, el cumplimiento de los pactos con sus socios, que exigen la transgresión de principios democráticos esenciales y aseguran la diferenciación y la desigualdad tanto de los territorios como de los ciudadanos; y, por último, la adopción de unas medidas económicas de supuesto contenido social orientadas únicamente a incrementar el clientelismo (el número de mantenidos ya supera el de trabajadores privados), y que traerán, irremediablemente, el incremento del déficit y de la deuda, la pérdida de productividad y de poder adquisitivo, y, en definitiva, la paralización de una economía cada vez más anquilosada.
Y encima tendremos que ver como el sanchismo une sus voces a las de sus socios del Grupo de Puebla y del Foro de Río para pronosticar todos los males para Argentina y para segar la hierba bajo los pies al electo presidente Milei. El tener esos enemigos obliga moralmente a ponernos de parte de éste, y a desear el mayor éxito en la corrección de un rumbo que solo conduce al autoritarismo, a la pobreza económica y a la miseria moral. ¡Qué suerte tienen los argentinos porque es posible que hayan tocado fondo!
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