Opinión

El partido y/o sus votantes

El PP tiene un problema con la indefinición, que es la versión extrema del complejo, lo que le lleva a buscar la sonrisa colectiva cuando la clave del fracaso en la vida es intentar contentar a todo el mundo, como nos recordaba Woody Allen cuando aún hacía películas de culto.

Asumieron en Génova, ya con el aznarismo de pubertad, que España era de izquierdas y que lo sería para siempre y, por tanto, que toda batalla ideológica y cultural era estéril porque los españoles seguirían votando en clave PSOE, aunque no gobernara el PSOE. Impusieron como corpus dogmático que la única posibilidad de llegar a Moncloa era hablando sólo de economía y de gestión, porque lo moral es cosa de progres y los principios de carcas sin remedio.

Bajo esa estrategia de hipótesis inconclusas, el PP gobernó por los pelos en 1996 tras años de escándalos corruptos del felipismo en una España empobrecida y de nuevo en 2011, bajo una crisis que Zapatero creó y Rajoy se comió. Dos victorias esculpidas en un engañoso viaje al centro cuando España reclamaba el diseño y construcción moral de una alternativa al socialismo liberticida que empezaba a adueñarse de las instituciones.

El primer complejo que trasladó el PP a sus huestes fue que había que huir como fuera del concepto derecha, porque así lo había decidido la izquierda. Y entonces, la alternativa a Felipe fue el centro reformista, porque yo lo valgo. Tras las consabidas cesiones al pujolismo y a un Arzalluz pre sabiniano, Rajoy continuó por la senda acomplejada tiempo después, cuando enunció la salida de liberales y conservadores del partido que no estuvieran a gusto bajo su hégira a la socialdemocracia. La izquierda continuaba imponiendo el marco y las costumbres, ahora bajo la órbita siniestra de quien hoy babea chavismo enriquecido con la sangre derramada de los venezolanos. Desde entonces, sólo sanchismo.

Ahora llegan Feijóo, Sémper y Gamarra e instauran el socialismo templado, que es como se llama ahora a la derecha con aspiraciones. Siempre centrada en no opositar al marco conceptual que le impone la izquierda, aunque sea la izquierda de Largo Caballero, vaya a ser que los que odian la libertad y la democracia acaben por proyectar ese desafecto en la derecha constitucional.

No hay centro que conquistar en contextos donde la moderación ejerce de cebo dialéctico por quienes rindieron el frente al adversario hace tiempo. Hay un PP dispuesto a ser la izquierda decente y demostrar, no sé si al mundo, pero desde luego sí a España, que también hay un nacionalismo bueno al que confiar el sostén de la gobernabilidad. Pero hay sostenes que no cubren la ubre que amamanta al ejército de chorizos que riegan el hecho diferencial. Hay más racismo en una estrofa de Arana que en todos los discursos de Vox juntos, y más clasismo y xenofobia en el Junts golpista que en toda esa extrema derecha que el progre inventa por la noche para ventilarlo al alba.

En estas, sale Ayuso para esgrimir el punto de partida que debería ejercer de argumentario interno constante: con el nacionalismo no se compadrea, porque representa la enfermedad incurable que carcome cualquier convivencia. Lo que entendió Ciudadanos en su momento y ahora Vox, lo entienden también desde el PP de Madrid. Y los votantes a la derecha del PSOE, que son mayoría.

Empero, hay quien opina intramuros de Génova que es más importante representar a los votantes de izquierda que nunca votarán derecha que a tus votantes de siempre, cansados de combatir en la calle, las aulas y los medios el socialismo state of mind. En ese estadio de pensamiento, el PSOE seguirá gobernando, aunque deje el poder. Harían bien en imitar más el discurso de Ayuso y Alejandro Fernández y menos los editoriales de El País y la SER, salvo que lo que se busque sea presidir el PSOE, un partido consciente de que, contentando a sus votantes, Moncloa está a tiro de contexto y propaganda. Le ha bastado siempre con cumplir tres parámetros: dejarlos sin masa crítica, sin capacidad económica y sin alternativa política. Mientras los votantes del PSOE siguen a Sánchez, el PP siguen a los votantes del PSOE. ¡Viva la alternancia!