Opinión

El odio del sindicalista Toño Abad

Toño Abad es un conocido socialista, al que no le va nada mal, ya que a su cargo como responsable confederal del área LGTBI de UGT, suma los de director del Observatorio valenciano contra LGTBIfobia, consejero del Consejo Económico y Social de España y miembro del Consejo Asesor de Radio Televisión Española. Aunque esos son los cargos por los que cobra, a lo que básicamente se dedica Toño es a escupir odio en redes sociales. La última ha sido criticar a los agricultores que se manifiestan estos días, diciendo que «todos esos tractores nuevos se han pagado con subvenciones de Europa y del Gobierno». Que también tiene guasa que un subvencionado sindicalista que las pocas veces que sale de una marisquería, trabaja entre poco y nada; se queje de las subvenciones que recibe un currante que trabaja de sol a sol los 365 días del año, para darle de comer a él.

Pero esta no ha sido la primera, ni será la última barbaridad que ha vomitado el sindicalista valenciano. Se inició mucho antes, pero he de reconocer que yo no empecé a oír hablar de él hasta abril del año pasado, cuando comenzó a recibir mensajes de apoyo de la entonces ministra de Igualdad, Irene Montero y de toda su pandilla porque Toño había publicado un hilo en Twitter en el que denunciaba que dos señoras mayores se habían metido con él y su novio, en un restaurante de Madrid. Y claro, dos chicos jóvenes y fornidos como ellos se habían visto obligados a llamar a la Policía para que les defendiera de tan agresivas ancianas. Sus problemas comenzaron cuando se descubrió que la fotografía con la que ilustraba su hilo había sido copiada de la web del restaurante y cuando los empleados del mismo dieron una versión con menos adornos en la que, al parecer, los insultos y amenazas habían sido mutuos.

A partir de ahí, este señor no ha parado de soltar barbaridades una detrás de otra. A principios de noviembre se lamentó de que la Policía no cargara más fuerte contra los manifestantes que se dieron cita en las inmediaciones de la calle Ferraz y comparó a los que protestan ante la sede socialista con «etarras en los peores momentos del País Vasco». Un par de semanas más tarde, con motivo de la votación de la reforma de la ley trans y LGTBI en la Asamblea de Madrid, escribió: «Los gais de derechas: no podéis dar más asco. Vendidos!»; motivo por el cual está siendo investigado por un posible delito de odio en el Juzgado de Instrucción número 25 de Madrid.

A la semana siguiente, la tripulación de un vuelo de Iberia invitó a la diputada y portavoz de Vox en la Comunidad de Madrid, Rocío Monasterio, junto con una de sus hijas, a que entrara en la cabina para ver desde allí el aterrizaje del avión. La bilis que en esta ocasión vomitó este líder de UGT fue escribir que: «Imagínate que te toca al lado de semejante asquerosa y su hija. Al menos alguien ha dejado de olerlas para volar tranquilo». Y el mes pasado, cuando se conoció el fallecimiento del reconocido humorista Paco Arévalo, este líder socialista de la UGT se despidió de él opinando que: «Nadie echará de menos sus chistes de maricas, de gangosos, de personas con discapacidad y otras bufonadas varias».

Ante tanto desatino, tanta bilis, tanto odio y tanto insulto, cabe plantearse cuales son las razones por las que tanto la UGT, como RTVE y el Consejo Económico y Social no han cesado ya a un representante que, cada vez que se mete en un lodazal, deja manchadas de barro a todas esas instituciones públicas que, inevitablemente y hasta que lo cesen, quedarán unidas al odio que continuamente vomita Toño Abad.